
Tuesday, April 28, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO V. CUPID COME.
Los días eran cada vez mas cortos. Las promesas de lluvia que todo el país esperaba, aunque no tanto como la siguiente noticia del golpe del Tacuazín. El sol caía mas rápido, como apuñalado por una mano invisible y con su derrota la noche avorazada daba paso al cambio de rostros. En verdad, esa mascara cada vez estaba mas tiempo puesta. Las noches se regocijaban en su anarquía, orgías de sangre pululaban y el Tacuazín ya era constante en la vida de los inocentes como una esperanza que se teme y en los culpables como un temor sin esperanza. Raciel al mediodía descansaba por fin debajo de algún árbol, poco a poco el Tacuazín le requería mas tiempo y mas energía. Pareciera su nombre dejaría desaparecería mas pronto que la sombra que lo acompañaba a todas partes. Poco a poco tenia menos que perder, y en cierta forma eso le agradaba. Lo hacia mas peligroso, mas implacable; por así decirlo.
Su fama comenzaba a trascender fuera del país. Era de esperarse que otros hiciesen su trabajo afuera de las fronteras en cuestión de meses. Otros Tacuazines para otros Demonios, otros Jueces para otros a ser juzgados, otros asesinos de asesinos. Y gracias a dios por ello, el solo pensamiento de tener que luchar contra los violadores del África, los corruptos de EEUU, los despóticos de Latinoamérica, los silenciosos de Asia lo sobrecogían como el peso de mil vidas desperdiciadas sobre su joven edad. Guatemala era suficiente de por si, suficiente para matar una vida entera y nunca acabar.
Pero por algún lugar debía empezar. Consiguió trabajo como maestro de francés, idioma que su familia le había heredado en una zona pudiente de la ciudad. Ganaba lo suficiente para pagar sus gastos y le dejaba suficiente tiempos para merodear por las noches por las comisarías de la ciudad. Los policías estaban demasiado confiados de sus números avallasadores y era bastante fácil acecharlos, bastaba con disfraces simples o el olor a guaro en la ropa para que le perdieran interés.
Hacían casi dos meses desde el golpe a la cárcel y aun no se recuperaba del todo. Desde entonces algo le obligaba a permanecer despierto, salir a la calle, buscar gente, buena mala lo que caiga. Se había dejado crecer la barba durante este tiempo y estaba irreconocible. Las armas seguían aceitadas y era tiempo para sorprender a las radiopatrullas que descansaban menos que él.
Durante sus investigaciones había reclamado algo que la ciudad se había tragado muchos años antes: la vergüenza. Estos uniformados eran reconocidos por ciertos delitos entre la sociedad pero el esquema real superaba incluso las expectativas del hombre cínico de negro. Quería darles una lección. La prostitución, trafico de drogas, extorsiones menores y alianzas con mareros eran cosa común en las calles donde todo se sabe. Pero estos cerdos habían sobrepasado los limites, por las noches en sus rutinarias giras por los desérticos bulevares las comisadas se estaban haciendo progresivamente carteles de trafico de experiencia. Pronto desplazarían a los dialers locales y se quedarían con los feudos de la droga en sus designadas áreas, sembrando terror con la protección que les ofrecía la ley (o lo que quedara de ella) e ira con sus ejecuciones extrajudiciales. Pero a todo esto Raciel estaba acostumbrado, lo que le empalidecía era la arrogancia de los cerdos. La doble moral que compartían con los curas pedófilos y las rígidas monjas educadoras, los políticos también. Esa solamente era causa suficiente para erradicar del mapa a la comisaría mas odiada y eso hizo. Esa hipocresía…
Cuando se acercaba el pick up encendió las luces de la moto parqueada detrás de los matorrales. Los policías también paranoicos lo notaron al instante. Eran las dos de la madrugada y nadie mas podía rondar ese territorio sin que mínimo le sacaran mordida. Le persiguieron como era previsto, el conductor vestía de negro y sin casco o placa, sin chaleco reflejante identificado. Era presa fácil y los policías cayeron como bovinos en rastro. Lo siguieron por una cuadra y no llamaron refuerzos obviamente, el botín era precioso en su oficio y no podían llamar atención. La moto negra que era inusualmente ruidosa, se detuvo cuando le hicieron señales y el piloto les espero un poco nervioso, sabia lo que le venia y para cualquier otro en el peor de los casos sabia que era la muerte inexpulgable, sin compromisos ni justicia. Ellos eran los reyes de la noche y el motorista mínimo les soltaría unas doscientas varas que eran suficiente para el resto de la madrugada en los burdeles de la zona 1.
Se bajaron los cuatro chontes, armas alzadas y el silencio abrumaba la escena. Nadie salía ya a esa hora, en esa zona. El Tacuazín tenia tiempo suficiente para obrar.
Canche, su licencia. - Le dijo el mas gordo, su bigote grasiento no se movía al hablar.
No tengo oficial. – los otros tres que miraban unos pasos atrás, en la oscuridad se rieron, divertidos por la sentimiento de impotencia que se venia.
Uy, me las pone difícil. Esta bien jodido la verdad. Fíjese que vamos a tener que decomisarle la moto y llevarlo a la comisaría porque esta paseándose en como seis leyes por estas infracciones. –
Nombre! Si yo solo salí a dar un paseo, se lo juro que ya me iba para la casa. Por eso salí sin nada mas que el billete por si algo bueno se me atravesaba. –
Mire canche, esta re jodido, aquí lo único que podemos hacer es que me muestre identificación y nos arreglemos aquí porque si se entera el comisario seguro pasa la noche en el bote y de ahí difícil que salga antes del lunes. Los juzgados se paran desde el viernes. – era jueves. Tenia acento oriental.
Va, sabe qué. Déjeme chequear mi bolsa a ver si cargo algo pa’ la fianza. – Raciel temblaba de la emoción y el frío.
Déle canche y vos morales llámate a la unidad dos que no hay clavo con la moto porque todo esta en orden. –
Raciel Aragón se bajó de la moto que aun rugía y fue a las dos bolsas de cuero que colgaban de la parte de aras de su Honda. De una saco una mascara que se puso a espaldas de los cerdos. Y de la otra produjo un trapo. Hizo como que rebuscaba unos segundos mas.
Cuando se dio la vuelta los hombres tardaron unos segundos en reaccionar, la sorpresa era demasiado grande. Y para cuando comenzaban a mover sus cuerpos en atolondrados gestos ya el trapo dejo salir callados suspiros que derribaron los cuatro cuerpos flojos.
El Tacuazín indaga esos cuerpos: habían placas, cedulas, dinero, armas, municiones, radios y uniformes que le servirían después. Metió todo en su moto y la escondió detrás de los arbustos a unos metros de la carretera. Se vistió como el mas seco del grupo, dos agujeros lo delataban y la sangre pesada y caliente se confunda con el color azul negro. Monto tres cuerpos inertes en la cabina del pick up y el cuarto lo colgó de un árbol para que lo descubrieran en la mañana.
La comisaría estaba a unos kilómetros del lugar y la mascara se sentía cómoda detrás del sudor cargado de adrenalina. Al llegar al edificio sucio y abandonado parquea el pick up entre las demás unidades chocadas y sucias. Hay tres radiopatrullas en la zona rondando y adentro del edificio unos 20 uniformados. Unos viendo tele y otros chupando en la sala vieja que usan para interrogaciones o levantar actas inútiles. En este país todo es inútil. Y si no es inútil, será lento.
Mientras se baja del pick up ve los cuerpos que pacientes se recuestan unos contra los otros. Los ojos están cerrados y rígidos ya. En unos minutos la sangre se filtrara hasta el polvo de la noche. Ya no hay tiempo que perder. Quiere terminar lo antes posible para ir a la próxima comisaria del distrito adjunto. La noche será prolifera. El amanecer servirá para perderse entre las calles hasta el escondite seleccionado de la misión. En estos meses todo ha cambiado para él, el mundo también.
Comencé creyendo que era un ciudadano más, sin poderes ni derechos sobrehumanos. Las muertes, las vejaciones, esa justicia caliente que se siente en la sangre ahora, el abrir y cerrar de los ojos mas rápidos que nunca; todo me ha llevado a pensar que dentro mío cohabita una fuerza mayor. Un poder que nadie mas tiene. La lastima que reparto por las noches y que por la mañana renace como miedo y furor. Destellante esta lastima es mi superpoder. Repartir lastima, tristeza. Todos nos moriremos algún día, de mil y una maneras, con mil y una frustraciones y dolores, pero en vida a los que se rehúsan a verse a los ojos en el espejo, a esos culpables que son demasiado huecos como para afrontarse, a esos les daré tristeza, el dolor mas grande del mundo, a punta de verga los hago despertar. Que la tristeza se apodere de ellos, que se los coma vivos, porque algunos sabrán que cuando muera el día talvez mueran ellos también. Todos tomados de la mano, siendo de nuevo parte del ciclo divino, sugiriendo una salvación a través de las lagrimas.
Se tapo la cara con la gorra desteñida. Algunos de los policías ahí eran inocentes e iracundos por ser parte de esa maquinaria inmunda. Aun así, no harían nada. Tendrían que perder un trabajo, una pensión, un beneficio, un orgullo, un poder si delataban el sistema. La vida si lucharan contra ese sistema del cual eran parte, arrepentidos claro. Igual se los llevaría la que los trajo. La marimbeada comenzó sin pasar palabra. Chonte que salía al pasillo chonte que caía. El silenciado se calentaría a la segunda tolva y apareció la navaja larga, finamente afilada como con amor. En la ala de televisión termino dentro de un cráneo y acaricio debajo del cuello a dos. La pistola hizo el resto del trabajo. La conmoción súbita llamo la atención de la oficina adjunta donde estaba el comisario que se levanto a ver que pasaba. A unos cuantos metros de la sala apareció el Tacuazín y al viejo se le fue el color de la cara. Quiso correr a alertar a sus oficiales e investigadores pero se le ahogaban las palabras.
El viejo corría rápido y ya estaba sudando por el esfuerzo de coger aliento. Lo alcancé de un ultimo salto y caí en su espalda, con la izquierda perfore su nuca unas tres veces hasta que sentí que ya no había mayor cosa que perforar, deje el cuello y corrió a donde estaba el grueso del cuerpo policíaco. Uno de esos tantos, algunos de ellos eran los que habían asesinado empresarios, madres de familia, padres y abuelos. Por qué? Casi siempre porque podían.
Ya venían unos diez o quince a ver que putas pero en su camino encontraron una mano. Se detuvieron espantados y la levantaron con cuidado, tenia el mismo tatuaje que el Gordo, uno de sus compañeros. Cuando sacaron las armas desde arriba sonaron disparos. Una metralleta de la policía no dejaba respirar pero ni al mas valiente, lo acribillo sin que pudieran buscar refugio de la omnipresencia del arma, de las balas, de la furia de esa sombra que se movía de lado a lado en el tejado. Tomó el lanzagranadas que encontró en la radiopatrulla y mando al infierno a los pocos que se habían quedado atrás, en uno de los cuartos administrativos. No eran tan salsas para el combate cuerpo a cuerpo, solo se las podían contra indefensos. Quería que ardiera el edificio entero, el lanzagranadas se lo quedaría para la próxima.
Al salir, los cuerpos lo esperaban todavía atrás, obedientes. Se subió con la mascara puesta y fue por su moto. Era tiempo de darle los buenos días a los hipócritas de la zona 5 porque a veces la cura es peor que la enfermedad.
Su fama comenzaba a trascender fuera del país. Era de esperarse que otros hiciesen su trabajo afuera de las fronteras en cuestión de meses. Otros Tacuazines para otros Demonios, otros Jueces para otros a ser juzgados, otros asesinos de asesinos. Y gracias a dios por ello, el solo pensamiento de tener que luchar contra los violadores del África, los corruptos de EEUU, los despóticos de Latinoamérica, los silenciosos de Asia lo sobrecogían como el peso de mil vidas desperdiciadas sobre su joven edad. Guatemala era suficiente de por si, suficiente para matar una vida entera y nunca acabar.
Pero por algún lugar debía empezar. Consiguió trabajo como maestro de francés, idioma que su familia le había heredado en una zona pudiente de la ciudad. Ganaba lo suficiente para pagar sus gastos y le dejaba suficiente tiempos para merodear por las noches por las comisarías de la ciudad. Los policías estaban demasiado confiados de sus números avallasadores y era bastante fácil acecharlos, bastaba con disfraces simples o el olor a guaro en la ropa para que le perdieran interés.
Hacían casi dos meses desde el golpe a la cárcel y aun no se recuperaba del todo. Desde entonces algo le obligaba a permanecer despierto, salir a la calle, buscar gente, buena mala lo que caiga. Se había dejado crecer la barba durante este tiempo y estaba irreconocible. Las armas seguían aceitadas y era tiempo para sorprender a las radiopatrullas que descansaban menos que él.
Durante sus investigaciones había reclamado algo que la ciudad se había tragado muchos años antes: la vergüenza. Estos uniformados eran reconocidos por ciertos delitos entre la sociedad pero el esquema real superaba incluso las expectativas del hombre cínico de negro. Quería darles una lección. La prostitución, trafico de drogas, extorsiones menores y alianzas con mareros eran cosa común en las calles donde todo se sabe. Pero estos cerdos habían sobrepasado los limites, por las noches en sus rutinarias giras por los desérticos bulevares las comisadas se estaban haciendo progresivamente carteles de trafico de experiencia. Pronto desplazarían a los dialers locales y se quedarían con los feudos de la droga en sus designadas áreas, sembrando terror con la protección que les ofrecía la ley (o lo que quedara de ella) e ira con sus ejecuciones extrajudiciales. Pero a todo esto Raciel estaba acostumbrado, lo que le empalidecía era la arrogancia de los cerdos. La doble moral que compartían con los curas pedófilos y las rígidas monjas educadoras, los políticos también. Esa solamente era causa suficiente para erradicar del mapa a la comisaría mas odiada y eso hizo. Esa hipocresía…
Cuando se acercaba el pick up encendió las luces de la moto parqueada detrás de los matorrales. Los policías también paranoicos lo notaron al instante. Eran las dos de la madrugada y nadie mas podía rondar ese territorio sin que mínimo le sacaran mordida. Le persiguieron como era previsto, el conductor vestía de negro y sin casco o placa, sin chaleco reflejante identificado. Era presa fácil y los policías cayeron como bovinos en rastro. Lo siguieron por una cuadra y no llamaron refuerzos obviamente, el botín era precioso en su oficio y no podían llamar atención. La moto negra que era inusualmente ruidosa, se detuvo cuando le hicieron señales y el piloto les espero un poco nervioso, sabia lo que le venia y para cualquier otro en el peor de los casos sabia que era la muerte inexpulgable, sin compromisos ni justicia. Ellos eran los reyes de la noche y el motorista mínimo les soltaría unas doscientas varas que eran suficiente para el resto de la madrugada en los burdeles de la zona 1.
Se bajaron los cuatro chontes, armas alzadas y el silencio abrumaba la escena. Nadie salía ya a esa hora, en esa zona. El Tacuazín tenia tiempo suficiente para obrar.
Canche, su licencia. - Le dijo el mas gordo, su bigote grasiento no se movía al hablar.
No tengo oficial. – los otros tres que miraban unos pasos atrás, en la oscuridad se rieron, divertidos por la sentimiento de impotencia que se venia.
Uy, me las pone difícil. Esta bien jodido la verdad. Fíjese que vamos a tener que decomisarle la moto y llevarlo a la comisaría porque esta paseándose en como seis leyes por estas infracciones. –
Nombre! Si yo solo salí a dar un paseo, se lo juro que ya me iba para la casa. Por eso salí sin nada mas que el billete por si algo bueno se me atravesaba. –
Mire canche, esta re jodido, aquí lo único que podemos hacer es que me muestre identificación y nos arreglemos aquí porque si se entera el comisario seguro pasa la noche en el bote y de ahí difícil que salga antes del lunes. Los juzgados se paran desde el viernes. – era jueves. Tenia acento oriental.
Va, sabe qué. Déjeme chequear mi bolsa a ver si cargo algo pa’ la fianza. – Raciel temblaba de la emoción y el frío.
Déle canche y vos morales llámate a la unidad dos que no hay clavo con la moto porque todo esta en orden. –
Raciel Aragón se bajó de la moto que aun rugía y fue a las dos bolsas de cuero que colgaban de la parte de aras de su Honda. De una saco una mascara que se puso a espaldas de los cerdos. Y de la otra produjo un trapo. Hizo como que rebuscaba unos segundos mas.
Cuando se dio la vuelta los hombres tardaron unos segundos en reaccionar, la sorpresa era demasiado grande. Y para cuando comenzaban a mover sus cuerpos en atolondrados gestos ya el trapo dejo salir callados suspiros que derribaron los cuatro cuerpos flojos.
El Tacuazín indaga esos cuerpos: habían placas, cedulas, dinero, armas, municiones, radios y uniformes que le servirían después. Metió todo en su moto y la escondió detrás de los arbustos a unos metros de la carretera. Se vistió como el mas seco del grupo, dos agujeros lo delataban y la sangre pesada y caliente se confunda con el color azul negro. Monto tres cuerpos inertes en la cabina del pick up y el cuarto lo colgó de un árbol para que lo descubrieran en la mañana.
La comisaría estaba a unos kilómetros del lugar y la mascara se sentía cómoda detrás del sudor cargado de adrenalina. Al llegar al edificio sucio y abandonado parquea el pick up entre las demás unidades chocadas y sucias. Hay tres radiopatrullas en la zona rondando y adentro del edificio unos 20 uniformados. Unos viendo tele y otros chupando en la sala vieja que usan para interrogaciones o levantar actas inútiles. En este país todo es inútil. Y si no es inútil, será lento.
Mientras se baja del pick up ve los cuerpos que pacientes se recuestan unos contra los otros. Los ojos están cerrados y rígidos ya. En unos minutos la sangre se filtrara hasta el polvo de la noche. Ya no hay tiempo que perder. Quiere terminar lo antes posible para ir a la próxima comisaria del distrito adjunto. La noche será prolifera. El amanecer servirá para perderse entre las calles hasta el escondite seleccionado de la misión. En estos meses todo ha cambiado para él, el mundo también.
Comencé creyendo que era un ciudadano más, sin poderes ni derechos sobrehumanos. Las muertes, las vejaciones, esa justicia caliente que se siente en la sangre ahora, el abrir y cerrar de los ojos mas rápidos que nunca; todo me ha llevado a pensar que dentro mío cohabita una fuerza mayor. Un poder que nadie mas tiene. La lastima que reparto por las noches y que por la mañana renace como miedo y furor. Destellante esta lastima es mi superpoder. Repartir lastima, tristeza. Todos nos moriremos algún día, de mil y una maneras, con mil y una frustraciones y dolores, pero en vida a los que se rehúsan a verse a los ojos en el espejo, a esos culpables que son demasiado huecos como para afrontarse, a esos les daré tristeza, el dolor mas grande del mundo, a punta de verga los hago despertar. Que la tristeza se apodere de ellos, que se los coma vivos, porque algunos sabrán que cuando muera el día talvez mueran ellos también. Todos tomados de la mano, siendo de nuevo parte del ciclo divino, sugiriendo una salvación a través de las lagrimas.
Se tapo la cara con la gorra desteñida. Algunos de los policías ahí eran inocentes e iracundos por ser parte de esa maquinaria inmunda. Aun así, no harían nada. Tendrían que perder un trabajo, una pensión, un beneficio, un orgullo, un poder si delataban el sistema. La vida si lucharan contra ese sistema del cual eran parte, arrepentidos claro. Igual se los llevaría la que los trajo. La marimbeada comenzó sin pasar palabra. Chonte que salía al pasillo chonte que caía. El silenciado se calentaría a la segunda tolva y apareció la navaja larga, finamente afilada como con amor. En la ala de televisión termino dentro de un cráneo y acaricio debajo del cuello a dos. La pistola hizo el resto del trabajo. La conmoción súbita llamo la atención de la oficina adjunta donde estaba el comisario que se levanto a ver que pasaba. A unos cuantos metros de la sala apareció el Tacuazín y al viejo se le fue el color de la cara. Quiso correr a alertar a sus oficiales e investigadores pero se le ahogaban las palabras.
El viejo corría rápido y ya estaba sudando por el esfuerzo de coger aliento. Lo alcancé de un ultimo salto y caí en su espalda, con la izquierda perfore su nuca unas tres veces hasta que sentí que ya no había mayor cosa que perforar, deje el cuello y corrió a donde estaba el grueso del cuerpo policíaco. Uno de esos tantos, algunos de ellos eran los que habían asesinado empresarios, madres de familia, padres y abuelos. Por qué? Casi siempre porque podían.
Ya venían unos diez o quince a ver que putas pero en su camino encontraron una mano. Se detuvieron espantados y la levantaron con cuidado, tenia el mismo tatuaje que el Gordo, uno de sus compañeros. Cuando sacaron las armas desde arriba sonaron disparos. Una metralleta de la policía no dejaba respirar pero ni al mas valiente, lo acribillo sin que pudieran buscar refugio de la omnipresencia del arma, de las balas, de la furia de esa sombra que se movía de lado a lado en el tejado. Tomó el lanzagranadas que encontró en la radiopatrulla y mando al infierno a los pocos que se habían quedado atrás, en uno de los cuartos administrativos. No eran tan salsas para el combate cuerpo a cuerpo, solo se las podían contra indefensos. Quería que ardiera el edificio entero, el lanzagranadas se lo quedaría para la próxima.
Al salir, los cuerpos lo esperaban todavía atrás, obedientes. Se subió con la mascara puesta y fue por su moto. Era tiempo de darle los buenos días a los hipócritas de la zona 5 porque a veces la cura es peor que la enfermedad.
Thursday, April 16, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO IV. LOSING A WHOLE YEAR.
El calor no ayudaba. El cementerio estaba vacío, hileras interminables de casitas de cementos: derruidas, marchitas, quemándose bajo ese sol. El verano había llegado. No daba ganas de moverse, de abrir la boca, de fumar o de matar.
Cuando era niño, en los días de calor se levantaba cansado, con nausea, deseando un terremoto o inundación, golpe de estado o cualquier manifestación que provocara el caos, la cancelación de los colegios, un día diminuto de ocio. Hoy, a los 25, volvía a desear un terremoto o inundación, un golpe de estado o el Apocalipsis. Cualquier razón para dejar de vivir, al menos por, durante una diminuta vida. Se sentía perseguido por las fuerzas del mal, aunque supiera nadie tuviera pistas de quien era el responsable. Aun así, se sentía perseguido por su destino, durante las horas de sol, donde no hay refugio, pensando todo el día en quien merece morir, como un asesino del futuro, pensando en quien esta mejor muerto. Quien quiere el mundo muerto pero nadie esta dispuesto a asumir el terrible precio del destierro social, de la lastima colectiva, de la angustia de siempre huir y cazar.
Faltaban narcos, fugados de prisión, presidentes, operadores de justicia, mas mareros, mas diputados, empresarios y traficantes de personas. Faltaba la suciedad de esta humanidad, faltaba crear caos, faltaba destruir vidas, faltaba sembrar el terror entre los villanos, hacer creer a algunos que había un ángel que les traería tranquilidad al alma, hacer creer a otros que había un demonio suelto cobrando deudas. Todos los Poseídos, es hombre y mujeres que vivían en el miedo, que se habían olvidado de la humanidad y contra la cual solo podían atentar. Que dilema moral podía existir cuando la pregunta era cuantos tiros debía rematarles en la sien?
Faltaba un ejercito de sombras completo, faltaba que lo mataran, faltaba que se supiera su historia e identidad, que lograra inspirar a otros como él a la misma misión. Estos otros, podrían entonces desde sus propios países eliminar dictadores, asesinos, generales, comandantes, lumpen, basuras, bestial y bárbaros; responder con fuego a las amenazas de los Poseídos.
Faltaban los policías.
El día siguiente después de que huyo de la ciudad por una semana, cuando ardió el centro de rehabilitación de menores, los noticieros publicaron una nueva historia que indigno al país entero. Por supuesto nadie hizo nada. Platicaron la nota periodística en grupos herméticos, algunos se aterrorizaron, el repudio de los suspiros que no se atreven a hacerse oír. Un grupo de policías en su intento de hacer parar el automóvil de una matrimonio para pedirles mordidas había soltado un tiro. La bala entro en el carro desde atrás y surco una trayectoria hasta terminar en la cabeza de la esposa. El hombre desconcertado y asustado por la sangre de su mujer que lo cubrió en un instante corrió hasta el mas cercano hospital. Ahí le alcanzo la patrulla donde los cerdos ultrajaron el carro y todo lo que tenia adentro mientras la mujer moría en los brazos de su marido dentro de la sala de emergencias. Durante el velorio al día siguiente comenzaron las llamadas de los cerdos para extorsionarlo. Tuvo que sacar del país a su familia entera después de las amenazas de muerte anónimas. Ese día Raciel meditaba mientras buscaba la sombra entre cruces y lapidas cómo en algún otro cementerio enterraban el cuerpo de la madre, de la hija, de la esposa, de la nieta y de la abuela al mismo tiempo. El gobierno negaba el rol de la patrulla en el asesinato. En una semana mas se olvido el crimen.
Raciel no lo olvidaría.
Cuando era niño, en los días de calor se levantaba cansado, con nausea, deseando un terremoto o inundación, golpe de estado o cualquier manifestación que provocara el caos, la cancelación de los colegios, un día diminuto de ocio. Hoy, a los 25, volvía a desear un terremoto o inundación, un golpe de estado o el Apocalipsis. Cualquier razón para dejar de vivir, al menos por, durante una diminuta vida. Se sentía perseguido por las fuerzas del mal, aunque supiera nadie tuviera pistas de quien era el responsable. Aun así, se sentía perseguido por su destino, durante las horas de sol, donde no hay refugio, pensando todo el día en quien merece morir, como un asesino del futuro, pensando en quien esta mejor muerto. Quien quiere el mundo muerto pero nadie esta dispuesto a asumir el terrible precio del destierro social, de la lastima colectiva, de la angustia de siempre huir y cazar.
Faltaban narcos, fugados de prisión, presidentes, operadores de justicia, mas mareros, mas diputados, empresarios y traficantes de personas. Faltaba la suciedad de esta humanidad, faltaba crear caos, faltaba destruir vidas, faltaba sembrar el terror entre los villanos, hacer creer a algunos que había un ángel que les traería tranquilidad al alma, hacer creer a otros que había un demonio suelto cobrando deudas. Todos los Poseídos, es hombre y mujeres que vivían en el miedo, que se habían olvidado de la humanidad y contra la cual solo podían atentar. Que dilema moral podía existir cuando la pregunta era cuantos tiros debía rematarles en la sien?
Faltaba un ejercito de sombras completo, faltaba que lo mataran, faltaba que se supiera su historia e identidad, que lograra inspirar a otros como él a la misma misión. Estos otros, podrían entonces desde sus propios países eliminar dictadores, asesinos, generales, comandantes, lumpen, basuras, bestial y bárbaros; responder con fuego a las amenazas de los Poseídos.
Faltaban los policías.
El día siguiente después de que huyo de la ciudad por una semana, cuando ardió el centro de rehabilitación de menores, los noticieros publicaron una nueva historia que indigno al país entero. Por supuesto nadie hizo nada. Platicaron la nota periodística en grupos herméticos, algunos se aterrorizaron, el repudio de los suspiros que no se atreven a hacerse oír. Un grupo de policías en su intento de hacer parar el automóvil de una matrimonio para pedirles mordidas había soltado un tiro. La bala entro en el carro desde atrás y surco una trayectoria hasta terminar en la cabeza de la esposa. El hombre desconcertado y asustado por la sangre de su mujer que lo cubrió en un instante corrió hasta el mas cercano hospital. Ahí le alcanzo la patrulla donde los cerdos ultrajaron el carro y todo lo que tenia adentro mientras la mujer moría en los brazos de su marido dentro de la sala de emergencias. Durante el velorio al día siguiente comenzaron las llamadas de los cerdos para extorsionarlo. Tuvo que sacar del país a su familia entera después de las amenazas de muerte anónimas. Ese día Raciel meditaba mientras buscaba la sombra entre cruces y lapidas cómo en algún otro cementerio enterraban el cuerpo de la madre, de la hija, de la esposa, de la nieta y de la abuela al mismo tiempo. El gobierno negaba el rol de la patrulla en el asesinato. En una semana mas se olvido el crimen.
Raciel no lo olvidaría.
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