Sunday, May 3, 2009

EL TACUAZIN. CAPITULO VI. HOME.

Su despertar era como otro sueño. Puesto la alarma para que sonara a las 4 de la tarde, y sin embargo parecían las 6. El aire afuera era caliente y húmedo, no había lluvia y aun todo se empapaba. No desayuno, no se ducho, el impulso simple de mojarse con la nada flotando por el aire, refrescando la ciudad con su paso lento. El viento ya levanta vuelo. Oigo las sirenas, los disparos, la policía y algún niño jugando y sé que sigo en mi patria. Que no soy un exiliado, tampoco un guerrillero ni un paramilitar, un sicario ni un activista. Sigo siendo un asesino, sí, pero detrás hay un sueño del cual nunca se despierta.

Mis pasos me llevan a comprar el diario. La portada claro son los múltiples cuerpos cubiertos con sabanas y toldos plásticos, lo que haya a la mano para divertirla imaginación cada vez mas morbosa de los guatemaltecos. El informe relata algunas predicciones, comunicados públicos, la interpelación del ministro de gobernación que ya no sabe qué hacer, a punto de darse por vencido. Las hipótesis no han cambiado, no hay rastros del responsable ni se sabe su nombre, si las cosas siguen así pronto será una leyenda que cobra vida por las noches. Como el cadejo o el sombrerón. El hermetismo de las autoridades lo tranquilizan un poco. La lluvia lava la sangre y sus pasos quedos.

Por la calle hay rumores de que mercenarios israelitas ingresaron al país para cazarme. La inteligencia gringa ya sabe quien soy pero esperan a que puedan disfrazar mis atentados de musulmanes o cualquier cosa levemente oriental para rematar el caso. Alguien susurra mientras paso que un agente de contrainteligencia vasco sigue mis pasos. Vuelvo la cabeza y no hay nadie.

Comienza a llover fuerte, los taxis pasan haciendo olas en el sistema de drenajes colapsado. Las camionetas son mastodontes acuáticos que lentamente suspiran humo negro a pesar de lo gris que es el día. Mañana tengo clase de francés, debo ir a comprar víveres al super, cambiar un cheque e ir por mas balas a los barrancos de los mercados paralelos. La nostalgia es insufrible.

Un hombre bolo del otro lado de la calle tiene una cara tan triste como la mía. Le quiero sonreír desde mi lado del mundo pero el río que es la carretera nos divide. El gesto no llegaría del otro lado inalterado, lo recibiría como una amenaza, algo de que acobardarse. Siento lastima por él que nunca me vera sonreír y me doy cuenta que soy yo el que da lastima. Con las ojeras y las botas negras sucias. Talvez si le prestara abrigo del frío podríamos hablar de la salvación. Pasa un carro que me corta la figura momentáneamente, al pasar el obstáculo ya hay dos, y el de atrás golpea a mi hombre en la cabeza salvajemente. En la lluvia y sin recato, sabe que nadie se detendrá, nadie levantara una voz que siquiera se ahogue un poco mas cerca del triste poste humano que esta siendo robado y ultrajado. La vida en este mundo lo ha dejado sin fuerzas.

No quiero que me miren, que me reconozcan y de repente me encuentro cruzando la calle. Aprovechando una luz roja llego a la golpiza ya con mi pequeño sable cortando el aire y no pienso en nada cuando golpeo la cara del asaltante. El hombre en el piso no se da cuenta. El caco se recupera fríamente y me dirige una mirada escondida pero es muy tarde para él. Le hundo la nariz en la cabeza algunos centímetros y cuando esta en el suelo lo desarmo. Su brazo derecho, con brazo hábil es fuerte, abro su mano y con algún esfuerzo inconciente corto uno a uno los dedos morenos. La otra mano. La agonía lo paraliza y no puedo ver por la lluvia densa. Solo se que la carne y el hueso tampoco oponen resistencia. Ojo por ojo, mano por mano.

Cuando se levanta extasiado de dolor veo que es un chico. Me alejo corriendo, quiero despertar de este sueño mojado y corinto, gris y frío, ajeno. Por primera vez en mi vida tengo miedo de mi mismo. Tiemblo de miedo.

Tantas cosas que quedan sin hacer. Tanto sin decir.

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