La ciudad estaba llena, ruinas ocupadas por cadáveres del extranjero. Raciel se sintió solo. De la soledad que no se quitaba con sexo o compañía de la otra, la que lo persigue a uno hasta la cama, que es fría y no se cura con la hipócrita acción humana, inmune a los libros y la música. Una soledad comprometida, que talvez vino con Chimes of Freedom de Dylan que tocaba muy al fondo del café, pero ante todo comprometida con el fin. Esa misma soledad pronto comenzaría a llover sobre todas las cabezas de extranjeros en Antigua Guatemala. El cielo embarazado distinguiéndose amplio entre las quebradas del valle. Raciel estaba ansioso, no encontraba qué hacer con sus manos, propenso a el temblor, dejo que sus manos sacaran cigarros en cadena de la cajetilla nueva.
Jenny estaba bailando junto a la barra, descansando del trabajo y un poco también de la vida de una niña de ocho años en Antigua. Notó que le faltaban algunos dientes, perdidos la noche anterior talvez al cenar, o jugando en la calle donde trabajaba. Le hizo saber que comenzaba a llover, y siguió bailando un poco mas, sin darse cuenta de que la lluvia la obligaría a meterse toda la tarde en el café sin ganar nada. La regañarían sus padres en la tarde. Ella era la encargada de cuidar los carros en la calles publicas, de cualquier amenaza posible, desde el crimen organizado hasta secuestradores. Raciel se tuvo que reír para tragarse la agonía de la imagen.
Afuera la lluvia se hizo estrepitosa y el mundo entero busco refugio.
La soledad regresó. Habían algunas rubias cerca y eran gringas así que dejo que se fueran. Se le congelaba la voluntad cada vez que se proponía acercarse a alguna de ellas y repetir el mismo discurso alentador, sensual o imaginativo para seducir a las mas ingenuas y confundir a las veteranas.
Pensó en su arte, sus imágenes, todas esas palabras que significaban para el la certeza, esa curiosa imposibilidad que se transforma en adicción. La cafetera hirviendo un espreso desde la barra lo distrajo, Jenny fue a mendigar algún centavo bajo la lluvia, no regreso. Cada vez que la vida, o el pensar sobre ella lo sobrecogía, pasaban horas antes de que despertara otra vez a enfrentarse con el día. Sus días eran diferentes, porque detrás de ellos estaba el conocimiento intimo de que una sombra les seguía.
Repasó mentalmente lo que diría al día siguiente en clase. LA espalda recta, su voz grave y un tanto ronca meditando con el techo mientras se movía por el aula moderna, los estudiantes; algunos en sus respectivas computadoras y otros siguiendo furiosamente con el papel y lápiz sus palabras.
“ La reivindicación del mundo esta en las manos de los que rechacen este orden que, se supone, la historia ha confabulado contra el mismo humanismo. Porque, que podríamos decir del humano en este medio que margina la conciencia y la sensibilidad, los valores y la existencia? Casi nada, pero lo que si podemos intuir es lo que no está bien entre nosotros. Nos leemos a nosotros mismos, nuestros patéticos actos, esta mal llamada vida que se vacía una vez regresa la realidad de su exilio. Cuando aparece la muerte se despierta algo dentro de cada uno de ustedes, algo que les es desconocido y justamente por ello viciado por el entorno. A esto le llamaremos esencia dentro de esta clase. Podremos escapar momentáneamente de la epifanía de la intemporalidad, incluso viajar a alguna playa para ver sus atardecer y creer que respiramos por ese momento, pero nos repiten las voces de las tinieblas que en algún lugar algo nos espera inquieto. La única responsabilidad del hombre en estos tiempos es el de escuchar a oscuridad llamar desde el otro lado, y con ello aceptar el destino de la libertad, impuesto por las llamadas fuerzas ulteriores.
Lo embargo, de repente, la tristeza mas puta de la historia. Algo de inutilidad en cada centímetro del mundo, de desesperanza en el tiempo, cualquiera fuera su forma. Pero ante todo, y todos, la lejanía que se apodero de la noche. Una soledad de goteaba del techo, fresca por la lluvia nocturna, rápidamente enfriando la vida hasta su centro. Temblaba de lejanía, la mesera en algún otro continente y los otros en el bar perdidos en dimensiones repugnantes. Pidió un trago que no quería, prendió otro cigarro de mas. Desconfiando de si mismo para vivir, intento decir algo coherente pero ella, con rastas rubios cayendo hasta dos senos muy ingleses estaba ocupada, atendiendo al resto de seres anónimos que se besaban, hablaban contentos de sus excesos, tambaleaban de lugar a otro sin las consideraciones de ese hombre que no se atrevía a verlos. Ellos estaban tan distantes que en momentos su lastima parecía mas cercana, y en efecto mientras cruzaba miradas con la joven bartender creyó ver la sombra detrás de ella. Ajeno al bar permaneció allí horas, meditando mil recuerdos y mil tareas o momentos que hasta hacia horas antes parecían plenas, satisfactorias. Su conciencia recurría a argumentos que en otros días, en otras vidas llenaban de sentido esa existencia ahora como sueño, perdida en una escena que giraba sin dirección, ebria y vulgar. Un asco llego desde sus adentros, y junto fuerzas suficientes para llegar al baño donde todo lo vaciado en el retrete era reemplazado por eso que hasta ahora nunca se había materializado. Dejo suficientes dólares en la barra para pagarse un intoxicación en el hospital y salio sin levantar la cabeza.
Afuera había seguido lloviendo, su mente estaba extrañamente lucida para todas las copas de licor, lo cual le preocupo, ahora tendría que lidiar con ambos efectos por mas tiempo; la ebriedad y el desasosiego.
Sabia, una vez en el carro y a toda velocidad hacia su apartamento, que si escribía no saldría nunca. Toda su vida, su pasión por las letras le torturaban cuando en su conciencia hervían palabras que no le dejaban en paz hasta que terminaran en papel y demasiadas veces antes estos intentos se convertían en guerras sin cuartel donde dos fuerzas descomunales sin descanso quemaban su voluntad. Era una atracción la que lo enterraban en lo blanco de su cuaderno, lleno de garabatos y poemas olvidados, que interrumpían su cotidianeidad sin disculpas ni anticipación. Pero al mismo tiempo, el momentum de la vida le negaba esta posibilidad, sabia muy bien lo que vendría después si se entregaba a la seducción de la creación.
Crearía por días, talvez años sin consideración por el resto del mundo, pero la destrucción instantánea de lo poco que entendía de si mismo y el universo seria el único resultado para él. Por eso temía la única profesión que jamás había amado, un deber ulterior, sus voces antiguas recitándole libros enteros, y otra parte de él atenta para la automutilación de los sentidos. Cualquier distracción servia para desviar su atención de los impulsos. Cuando de adolescente llegaba a cortarse las piernas, mas fácilmente escondibles, contal de no ceder a esa voces que actuaban dentro sin consideración por lo demás. Era una protección que lo había hecho muy infeliz en muchos momentos y que apaciguaba con ansias de otro tipo.
El aislamiento parecía despejarse, una sombra que tenia que tener fin en algún momento, la fortaleza residía en lograr mantener el pensamiento centrado en la mortalidad de la desolación. Siempre habría noche en la cual refugiarse, siempre habría melodía en la cual exiliarse. Detrás de esa tristeza estaba la única verdad que conocía, era su misma naturaleza la que estaba en luto y también sabia que en algún momento, sin importar que tan apaciguante fuera cualquier escape de ella, vendría para no irse ese conocimiento, como fuego celestial para anunciar el fin. El día en que tuviera que enfrentarse con él mismo seria también el fin del mundo, el fin de la paz que trae la ignorancia, que sueña con el olvido. Desde su ciudad, desde las esperanzas, donde hubiera amor: una infinitud de dolor que es el aceptar la salvación.
El ave áspera de la tristeza siguió su carro hasta la puerta del apartamento. En esos momentos sentía como los mitos que plagaban su vida, los mártires de su siglo, las victimas del tiempo y la modernidad, el recluso de Salinger, el callado Sabato, un van Gogh blasfemiado, un licántropo moderno como Artaud. Se sentía como ellos, como los demonios que eran ante la historia, ángeles de la verdad. “Es la presencia de este fin’ pensaba mientras débilmente se recogía en la cama, ‘es como poblar un planeta de espíritus o esperar el calor de otro cuerpo por eras, es como quedarse sin palabras, sin imágenes’.
Esa noche soñó con ella, repetía su nombre desde el lado mudo de un velo. Su mirada le quería decir algo y confundido por la apariencia de la luz todo se volvía horror, la sombra sonriente, el camión en llamas, el intento fallido de comunicación cuando solo un sollozo despierta. La conciencia quedando apagada todavía entre las dos tierras. El sueño era el abismo del alma, indecisa si dar vuelta atrás o permanecer en vuelo, aunque eso implicara la tormenta repetitiva que era su memoria.
Por la mañana el color había regresado. Sus ansias también, sus dos manos impacientes se esmeraban por olvidar lo sucedido en la noche anterior, preparando café, abriendo desinteresado el periódico, el calor de la estufa: los pequeños detalles que lo salvan a uno de caer otra vez. Decidió buscar ayuda, la peste monocromática podía ser vencida, pero,
¿Qué hacia Kemen?
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