Monday, June 15, 2009

EL TACUAZIN. CAPITULO VIII. COME IN ALONE.

Cuando la CICIG tomó el caso de la sombra innombrable que mataba con un respiro, Raciel decidió visitar el interior del país, donde las lluvias eran mas constantes, mas destructoras. El viaje en bus fue apacibles, a pesar que las armas pesaban en su maleta de mano. San Marcos no tenia mayor importancia en la socioeconomía del país a pesar de sus cúspides montañosas, su lejanía escabrosa, su pobreza evidente y desvergonzada. Muchos de sus laderas eran públicamente controladas por narcos, lo cual era un cambio viniendo de la ciudad y sus calles anónimas. Aquí todo se sabia. Incluso las mineras mantenían sus feudos apartados del mundo, solo conectadas por grandes y pequeños ríos contaminados con infinitos colores tornasoles. Cuando el bus hizo una parada aprovecho para tomarse una soda y un cigarro acompañando al aire elevado. Las mineras levantaban bosques, selvas, montañas, aldeas, ruinas mayas, nidos y a cambio dejaban carteles para que la ciudadanía desconectada viera. Anuncios de televisión, sobre cuantos impuestos pagaban y las felices plazas e trabajo que contribuían. Los daños ya eran visibles en la cabecera donde los carteles hechizos de rechazo aparecían en alumbrados públicos, una demostración infraganti acontecía cuando visito la paca mas cercana para vestirse. Había tomado esta costumbre cuando visitaba la campiña, porque eso le parecía. Llena de ilusión bucólica hasta que las deformaciones salían a la luz, los partos infértiles, las aves desaparecidas. Había leído sobre ello, historias y rumores y mientras el bus se acercaba a su destino final los pueblitos sufrían mas. Una tracción se despertó en él. Donde estaban los Derechos Humanos, los católicos fervientes, las autoridades del Ministerio? La respuesta era el oro.

El campo minero estaba a unas dos horas de la cabecera atravesando lo poco que quedaba de tierra virgen. Su cabeza rebotaba de bache en bache, y los camiones extractores regresaban por sus pasos. Se mantuvo dos días encerrado en su cuarto, saliendo a largas caminatas reconociendo los alrededores de la región a pie. Evadiendo perros guardianes y centinelas. Encontró lo mismo que en otras empresas, vigías mal entrenados, dormidos en su aburrimiento y se le tranquilizo el alma. El plan iba tomando forma mientras mas informes aparecían en la web sobre los abusos de las mineras internacionales. El próximo golpe de El Tacuazín seria simbólico: quería abrirle los ojos a las empresas que lavaban dinero, que traficaban con la tierra de los pueblos callados. Los intereses empresariales estaba comprometidos con la injusticia. El mismo pueblo respiraba un desden a los tribunales, a la policía pagada por silenciar los gritos de disgusto. Aquí mas en cualquier otro lado, habían comunidades enteras contaminadas, intoxicadas por el desarrollo humano, por las maravillas del progreso.

El domingo cuando desayunaba en una cafetería con olor a ebrios de la noche anterior, vestigios del alcoholismo que plagaba estos lugares, escucho un radio distante. En la ciudad, a 5 horas de su desayuno algo sucedía. El bullicio no lograba esconder la emoción del locutor. Alguien había muerto. Un abogado, en la madrugada. Disparos, una bicicleta, repudio, la pólvora de los rumores. Descanso el resto del día.

Los diarios en la mañana mencionaron el nombre en una pequeña esquela. Cuando la leyó Raciel sintió el golpe en la garganta que predecía un futuro inmediato distinto. La historia se había fracturado ante sus propios ojos. El presentimiento del fin caía sobre él de nuevo. No solo conocía el nombre bien, conocía el cuerpo cubierto por los bomberos, reconocía la mano que se salía ensangrentada. Unos ojos que no dan merito.

Esa tarde salio el video. Lo vio por primera y ultima vez.

El martes el video había llegado a los demás países. La primera manifestación diminuta y violenta exploto en frente de la casa presidencial como una de sus bombas. La CICIG asumió el reto y se olvidaron los periódicos momentáneamente de El Tacuazín y los chóferes y los mercados, incluso de la gripe que tenia en jaque al nuevo hogar pasajero de Raciel. Desde las casas de adobe hasta la aldeas de las montañas, en el departamento se sentía la presión de la nación. Como movimientos tectónicos en el cielo, crujiendo bajo el peso de un karma del cual todos disfrutaban y compartían. Algunos mas que todos.

Desde su cuartucho Raciel leía editoriales, redes sociales electrónicas, el unísono del asco colectivo. Por primera vez en años se sintió parte de algo, su cinicismo cedió algunas pulgadas y quiso desmovilizarse, acabar con estas muertes para unirse en el parque a los jóvenes. Con sus esperanzas y su idealismo, y su hambre por justicia. Todos ellos Tacuazines disfrazados, en potencia. Pero el tiempo de las armas había pasado ya para su generación. Ya no creían en el conflicto armado, incluso cuando mas necesario era. O talvez no. Talvez solo era su camino el que se pintaba de corinto semana a semana. Tampoco supo nada de Kemen. Aunque muy dentro de sí rezo porque no estuviera involucrado en el crimen del domingo, aunque en Guatemala sicarios no hacían falta. Se despidió de ese pensamiento con un suspiro amargo y fue por algún trago mas amargo aun. Mañana era el gran día, el sabotaje con aroma a lluvia sobre pavimento en verano. Así olía el día, quiso que s vida tuviese ese perfume, que eso describiera la noche y su tiempo en esta vida.

La noche escondía algo mas, algo secretito de lo cual no se podría separar. Ellos presentían algo y se dio cuenta cuando su mano empezó a temblar. El mismo peso sobre su mente se poso. Había un destino cerca, muy cerca. El tiempo se acelero, la llovizna cobro fuerza, el viento le alejaba su propia sombra nocturna. Debajo de la mascara suspiraba la oscuridad, sudaba frío. Toda la semana había sido un sueño. Plagado de sueños olvidados al despertar. El país entero estaba sumido en una tempestad invisible. Se hacia tarde. Llego cuando los motores de las excavadoras se habían enfriado. Los centinelas veían mitigados la oscuridad alrededor del campamento. Raciel salio de el hoyo que había cavado días antes en la selva vestido de negro, a minutos de donde se escuchaban generadores de energía rugiendo en la paz de la noche contaminada. El rastro químico se extendía varias millas del campamento. Ahí estaba el emisario de las corporaciones internacionales responsables. Ahí estaban los gerentes foráneos, los trabajadores y los vendedores de patria al por menor. Unos 150 en total. Después de la cárcel 150 no eran nada, y mucho menos con guardias portando escopetas semidormidas. Pero la logística de destruir 1 kilómetro cuadrado de edificaciones subterráneas era un reto diferentes. Para ello había convocado fuerzas antes desconocidas para él. Seria el trabajo mas grandioso hasta el momento y el mas terrible. En las aldeas cercanas habían niños de dos y tres años con cáncer terminal y sin atención de salud. Olvidados sus nombres y su dolor. Y todo por oro y otros metales. Talvez también debería darle una lección al Ministerio de Salud pero descarto la idea. Era probable que en un par de misiones mas estaría ya muerto. En el campamento había un tesoro que era suyo por derecho: la venganza del olvido.

Los de la ciudad que hicieran su trabajo, él haría el suyo desde el anonimato. Lo de ellos era cívico, lo suyo humano. El Juicio Final se acercaba y antes de que acabara con su oscuridad el acabaría con algunos condenados de antemano.

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