
Tuesday, March 24, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO III. ALL I NEED.
Hay síntomas que revelan la paranoia: el peso inmune a la luz del corazón, la antigua descomposición de los pasos sobre aceras agrietadas, cerrar los ojos y no querer abrirlos de nuevo. Todas esas palabras que buscan servilletas y contraportadas de libros, las mismas que no dejan dormir hasta que la mano no las escriba, hasta que no las sangre. El presentimiento de algo sacro que se acaba de perder, un noticiero nocturno, una canción fatal, un beso amargo…
Ese día había comenzado con dolor, el peso del mundo que invadió en algún momento de la noche su sueño. Se habían despertado al menos unas diez veces, sudoroso, agotado. Lo único real parecía ser el acero de su automática en la mesa de noche. El resto eran tinieblas y demonios que al saber faltaban al menos 15 minutos para las cuatro am habían salido a divertirse. Esa mañana, cumplía Raciel dos meses de no vestirse de negro, de no encender su vieja moto 550cc, de no matar. Habían sido días difíciles, la culpa no se había presentado todavía, pero la paranoia en cambio rondaba durante el día en turnos de 24horas por el país. Había abandonado casi todo de su pasado, amigos, pareja y familia. Su rutina era cada vez mas insoportable; apartamento, trabajo, visitas al jardín interno a fumar tembloroso, apartamento. Ahí releía todos los periódicos por quinta vez, fumaba, tomaba y para las once el aburrimiento calaba, se iba a dormir.
Pero esa mañana sintió el verdadero peso de la humanidad, una carga sobre cada movimiento del cuerpo, una depresión azul que le llenaba de dudas. Se quedo largos minutos delante del desayuno frío pensando, demasiado por su propio bien. Habían voces en todas partes del cuarto estrecho, cada una defendiendo un Raciel distinto, cada una con una opinión diferente sobre El Tacuazín. El sentido de salir de ese cuarto, de laborar delante del computador, de subirse a la misma camioneta que dejaba un rastro azul-negro detrás cada día, en cada calle atestada. Que sentido? Que fin podía cualquier hombre alcanzar que no fuera el del arte en estos tiempos?
Volvió al cuarto y en las paredes aparecieron los únicos souvenirs de Europa, una época dorada y añeja que poco se comunicaba con su presente. Una edad sin peso, o mejor dicho, sin compromiso, sin sacrificio. Los pósters decoraban manchas de humedad en la pared blanca, eran unos nueve o diez pósters de pinturas de Goya, cada una cara y exclusiva, reproducciones del Prado. Su única posesión a parte de las cosas del Tacuazín, su compañero de cuarto que no regresaba hacía ya 58 noches. Un desaparecido mas.
Las pinturas eran fieles, obras fieles de un artista. Algunas eran claras y las otras como manchas de pintura negra casi arbitrariamente compuestas hasta formar cuadros irregulares, oscuros como la locura del artista. Ese era su ideal, el de crear. De niño imaginaba ciudades resplandecientes, de adolescente composiciones orquestarles, creaciones maduras de genio y emoción, de humanismo irrespetuoso a cánones o juicios de valor. Quien hubiera dicho que terminaría siendo un artista, destruyendo para hacer espacio para todas las utopías que cada día parecían mas distantes, y a la vez mas necesarias. Ese era su sentido: destruir el viejo orden. Alguien mas seria el que reconstruyera lo que Raciel se encargara de demoler.
Regreso a su desayuno un poco mas despejado, el peso del presente todavía lo perseguía pero al menos ya no estaba atado a su cuello. El periódico fue lo primero que buscó, titulares mientras engullía el cereal y la leche de un tazón grande. Una fotografía salto del periódico, él la recogió con cuidado estudiándola, viendo su referencia en la pagina y buscando el articulo: un centro de detención para menores de edad, pandilleros todos se habían amotinado en la cárcel para exigir la restitución de sus antiguos privilegios, es decir, prostitutas, drogas, alcohol y televisores de pantalla plana. La rebelión interna había durado toda la mañana y los tres rehenes; un maestro, una cocinera y un guardia que no le dio tiempo de salirse. Para el mediodía la policía ya cercaba el perímetro. Ninguna autoridad apareció. Los mareros tomaron al maestro y sus pequeñas manos morenas, diminutas armas lo arrastraron hasta el cuarto adjunto. Los otros dos temblaban mientras los gritos sofocaban la música que usaban de distractor. Afuera nadie sabia que sucedía. Adentro los gritos duraron solo minutos, aunque suficientes, vastos para que los menores, antes tiernas criaturas demolieran el cráneo, amputaran extremidades, degollaran con eficiencia y salieron a bailar. Exhibiendo orgullosos un rostro doloroso, un baño de sangre, un pelo alborotado, cercenado desde abajo y termino en el aire. Al caer al piso se convirtió en un regalo para los carceleros que deberían después limpiar las manchas, encasquetar el cuerpo torturado. Bailaron y dieron vueltas, y tentaron y rieron, caníbales. Una hora mas tarde antimotines entraron, reestablecieron el orden y todo retomo su antiguo orden confuso, ilógico y patético. Desde adentro se hacen llamadas, se organizan extorsiones, se mata y se saldan cuentas. Esos son los reclusos, los que atraparon y no dejaron salir al día siguiente, los que esperarían unos 4 años antes de ir a tribunales si no se fugaban antes. Afuera un ejercito de hermanos demonios los esperaba. Los que traficaban desde adentro, los que se asesinan uno a los otros, los salvajes. Los no-humanos, los que todos temen y aun así, quienes son? Quienes podrán ser? Quien de esos miles que veo todos los día cuando voy a trabajar podrá ser uno de ellos? Raciel sin palabras deja caer inmóvil el papel, que mas da. A cuantos matar? A quienes? Que se necesita para obligar a los que no eligen la oscuridad darse cuenta que se necesita mas. La oración ya no basta. La sangre no ora, fluye. Una plegaria no la detiene, tampoco el progreso humano. La sangre es obvia, pero solo es un síntoma mas, como su tristeza. Adentro esta el verdadero mal, ese que Raciel comenzaba a conocer a fondo, al cual le había visto la cara en algunas ocasiones. Los poseídos.
Los mismos periódicos comenzaban a olvidar los misteriosos asesinatos del Tacuazín. Un mes sin pistas, sin declaraciones, sin disparo calculador. Esa noche serviría de testimonio. Desenterró la pistola, la chaqueta de cuero negra, las livianas botas militares y esa mascara amorfa. Son las doce y enciende la moto, se levanta el portón de la bodega alquilada. A dos cuadras ya no esta Raciel, la mascara cubre lo suficiente como para que desde ningún ángulo aparente se note su indiferencia. Sus ojos, sus dos ojos en cambio dicen algo, un tanto triste y un tanto pavoroso. Están alejados del camino que corre, el viento por entre las rendijas de la mascara lo hacen llorar un poco. Su convicción es la misma de hace un mes. Y como no va a serlo, nada a cambiado. Cierto, los ladrones descarados han dejado de robar, saben son presa fácil. Los sofisticados han perfeccionado métodos, eliminado sistemáticamente cabos sueltos. La corrupción se ha reducido apenas lo suficiente como para no matar también la furia del Tacuazín.
La montaña crece ante él, pronto el iluminado publico cesa. Se ciega la luz de la moto y avanza en la oscuridad. Son los momentos antes del ataque cuando quisiera ser un verdadero héroe, no solo un niño enmascarado jugando con armas, sin poderes sin protección, sin siquiera seguridad de que esta jugando en el bando correcto. Tan solo la furia que sabe no desaparecerá hasta castigar a esos que no conoce, que no quiere conocer. Suficiente se vive como para querer buscar altas ideas de los poseídos.
Son las dos, la seguridad esta relajada, los guardias están todos durmiendo. Son pocos los reos que quieren salir, demasiado bonanza, demasiado fácil es prosperar cuando la policía y la milicia protegen al crimen organizado desde afuera. Son pocos lo que quieren salir, les conviene quedarse y cuando lo quieran, lo harán. En el mundo donde se desea ellos tienen el dinero para saciar. Los guardias duermen y las luces del presidio están casi todas agotadas, algunos están todavía tomando en sus casas prefabricadas, pagadas por las mafias. Comienza por ellos.
La ventana esta abierta, después de arrastrarse por unos 100metros, evade las luces que aun encandilan sus ojos. Adentro hay cuatro adolescentes, están festejando, o talvez simplemente riendo. Están sobrios, están alertas, no confían entre sí, se temen y conviven solo como poseídos. No buscan dinero, ni poder, ni sexo ni placeres. Esos son excusas baratas que dan cuando los entrevistan, son remedios para el miedo popular que expiran. No saben que buscan pero lo sienten. Una adicción a las tinieblas, a los altos mandos del infierno, la necesidad de olvidar su humanidad y así repeler su voluntad, su libertad y las consecuencias de la posesión. Una confusión perpetua de la cual nunca saldrán. La pistola .22 es eficiente, suelta unos 14 tiros antes de que los cuatro cuerpos se deslicen hasta suelo sucio. Estos son los primeros de la noche y para la mañana el centro de reclusos estará vacío, listo para admitir a los siguientes 400 adolescentes. Destituidos de movimiento, los cuerpos son apilados en una esquina. Pronto se alarmaran los otros sectores porque el silencio es súbito. Hasta ahora se comienza a extrañar esas carcajadas de niños traviesos, y son tanto mas que solo niños aunque la edad engañe. Se apaga la luz. Siguiente sector.
Los otros son mucho mas fáciles, estaban dormidos y así se quedan. La sangre oscura comienza a llenar la noche. En algunas horas el olor de matanza, de rastro dominará la madrugada con su rocío y su luz violeta. Dejan de respirar 20 cuerpos en veinte catres detrás de celdas. El Tacuazín no tiene tiempo de pensar si alguno ahí era inocente, en las mujeres embarazadas que esta dejando sin futuro padre, en las madres que lloraran sobre el cuerpo de sus hijos endemoniados. Curiosa la piedad humana.
El miedo no lo ha reconocido aun. No se presenta, pronto lo hará y el Tacuazín espera que para cuando llegue él estará lejos de ahí, cuan lejos pueda antes de que la noticia se filtre por los sueños del país. Las tolvas se cambian rápidamente, compulsivas, sin control. Los disparos no dejan de salir. 50 niños muertos, desde el 22avo ya le basta un tiro para terminar el trabajo, percibe la cabeza escondida y mugrienta en el almohadón. Es mejor para poder racionar tiros, un tiro y un respiro menos. Ninguno gime, ninguno se despierta, no pude dejar que ni uno solo abra los ojos porque entonces con suerte le den muerte los policías. Si los centinelas adelante de los mareros lo capturan sufrirá como mil mártires, como un millón de santos, como infinitas victimas del sistema. Ese es el plan B, descargarse la pistola en la sien.
Las hileras de celdas se llenan de frío cuando el pasa, un tiro aquí y otro allá. Ha eliminado a mas de 120 poseídos en menos de 28 minutos y su cuerpo se siente cada vez mas ligero, cada vez que cambia una tolva fresca. La pistola se podría recalentar, tengo balas para otros 100, después a eliminar a los centinelas y a plantar la granada.
Solo son dos muchachos los que esperan a la entrada de la bodega. Él comenzó desde adentro, como un parasito que nada entre las venas del cuerpo y asoma la cabeza por la noche, por algún orificio inapropiado. Se dirige hasta la entrada por adentro, hay 80 cuerpos ahí que no alertarán a nadie. Guarda la .22 y produce un KBAR. Lo único beneficioso del inmenso mercado negro de armas de Guatemala fue lo fácil que fue adquirir su modesto arsenal. Al lado de la bodega C3 esta la cuarta y ultima. Ahí entrara una bomba que eliminara a unos 6 con la explosión, también abrirá un boqueta en la pared que da a las afueras de la prisión. Al boque de pinos en donde esta la estación de guardias.
Abre la puerta y los centinelas tardan dos segundos en darse la vueltas, botar los cigarrillos y reaccionar con sorpresa al enmascarado. Suficiente tiempo para que el cuchillo los desgarre múltiples veces. Raciel ni siquiera miraba que golpeaba con la punta. Simplemente sabia que cualquier lugar arriba del pecho donde introducir la navaja seria bueno. La pelea acabo pronto, fatigado y nervioso encendió un cigarro para esconder el olor de la sangre derramada. Ya comenzaban a coagularse sobre sus pantalones de lona negros grandes manchas calientes. Sus piernas estaban cansadas y la respiración le faltaba, que distinto era sentir la carne sobre la mano desnuda, las uñas recibiendo el liquido feroz que desde la oscuridad al apretar el gatillo.
Se levanto con el cigarro que les robo en la boca, cantando leve una canción, algo tranquilo y sencillo. Un himno para el final de la noche. El bosque en las afueras respiraba sobre el un suspiro frío. Las sombras de la cuarta bóveda le abrieron paso y ahí disparo su penúltima tolva. Nadie se movió, un policía se acercaba a la cerca. Uno de los únicos cuatro despiertos esa noche. Desenrosco el silenciador y disparo un tiro que acertó en la cabeza del oficial. Pasos se escucharon y adentro las celdas revivían con agitación, levitando con la conmoción de que otra revuelta había comenzado sin ellos. Había una confusión adentro cuando un paquete de tres libra hizo un thump! Dentro de la celda de un pequeño violador. La explosión lo lanzó sobre su cuerpo mientras corría hasta su agujero de malla. La adrenalina había recedido momentáneamente y ahora lo asfixiaba, un nudo en la garganta como el de la mañana.
Los Tacuazines son marsupiales distintivos de la fauna guatemalteca. Apetitosos para algunos, rondan los jardines de las ciudades, sus calles de madrugada, cuando un carro los ilumina corren torpes hasta la sombra de algún árbol, trepan y cavan. parecen roedores e inofensivos, omnívoros frágiles y un tanto lentos. Pero hay algo que solo los que han arrinconado a un tacuazín saben, la fuerza de su mordida. Capaz de trabar la mandíbula sobre cualquier cosa que muerdan, se debe matarlos o volarles la cabeza para que dejen ir, y aun así es una tarea difícil y peligrosa. Infecciosos y hediondos, se pasean en la oscuridad, animales nocturnos.
La explosión tuvo su cometido. Los reos huyeron despavoridos a la primera oportunidad. El Tacuazín disparo contra los policías que se vestían presurosos, escopeta en mano. Tres cayeron mientras él se arrastraba por debajo de la malla, apenas suficiente como para que pasara el agujero invisible en la oscuridad. Los guardias creyeron que era un fuga masiva, el fuego comenzaba a extenderse por el techo del cuarto albergue. Los otros reos trepaban cercas y se peleaban por ser los primeros en el gran escape, pero no eran tantos. Los que lograban salir era muertos a tiros a los pocos pasos afuera. Los que sobraban dentro morían ahí mismo. Los guardias eliminando uno a uno a los revoltosos, asesinos; a los mismos que les habían pagados días antes por reestablecer sus privilegios ilegales. La venganza de los uniformados terminó de hacer el trabajo por el hombre que escapaba por entre el bosque en una moto negra. Rugiendo y apartándose de la ciudad hacia los campos abiertos por la carretera desierta.
Ese día había comenzado con dolor, el peso del mundo que invadió en algún momento de la noche su sueño. Se habían despertado al menos unas diez veces, sudoroso, agotado. Lo único real parecía ser el acero de su automática en la mesa de noche. El resto eran tinieblas y demonios que al saber faltaban al menos 15 minutos para las cuatro am habían salido a divertirse. Esa mañana, cumplía Raciel dos meses de no vestirse de negro, de no encender su vieja moto 550cc, de no matar. Habían sido días difíciles, la culpa no se había presentado todavía, pero la paranoia en cambio rondaba durante el día en turnos de 24horas por el país. Había abandonado casi todo de su pasado, amigos, pareja y familia. Su rutina era cada vez mas insoportable; apartamento, trabajo, visitas al jardín interno a fumar tembloroso, apartamento. Ahí releía todos los periódicos por quinta vez, fumaba, tomaba y para las once el aburrimiento calaba, se iba a dormir.
Pero esa mañana sintió el verdadero peso de la humanidad, una carga sobre cada movimiento del cuerpo, una depresión azul que le llenaba de dudas. Se quedo largos minutos delante del desayuno frío pensando, demasiado por su propio bien. Habían voces en todas partes del cuarto estrecho, cada una defendiendo un Raciel distinto, cada una con una opinión diferente sobre El Tacuazín. El sentido de salir de ese cuarto, de laborar delante del computador, de subirse a la misma camioneta que dejaba un rastro azul-negro detrás cada día, en cada calle atestada. Que sentido? Que fin podía cualquier hombre alcanzar que no fuera el del arte en estos tiempos?
Volvió al cuarto y en las paredes aparecieron los únicos souvenirs de Europa, una época dorada y añeja que poco se comunicaba con su presente. Una edad sin peso, o mejor dicho, sin compromiso, sin sacrificio. Los pósters decoraban manchas de humedad en la pared blanca, eran unos nueve o diez pósters de pinturas de Goya, cada una cara y exclusiva, reproducciones del Prado. Su única posesión a parte de las cosas del Tacuazín, su compañero de cuarto que no regresaba hacía ya 58 noches. Un desaparecido mas.
Las pinturas eran fieles, obras fieles de un artista. Algunas eran claras y las otras como manchas de pintura negra casi arbitrariamente compuestas hasta formar cuadros irregulares, oscuros como la locura del artista. Ese era su ideal, el de crear. De niño imaginaba ciudades resplandecientes, de adolescente composiciones orquestarles, creaciones maduras de genio y emoción, de humanismo irrespetuoso a cánones o juicios de valor. Quien hubiera dicho que terminaría siendo un artista, destruyendo para hacer espacio para todas las utopías que cada día parecían mas distantes, y a la vez mas necesarias. Ese era su sentido: destruir el viejo orden. Alguien mas seria el que reconstruyera lo que Raciel se encargara de demoler.
Regreso a su desayuno un poco mas despejado, el peso del presente todavía lo perseguía pero al menos ya no estaba atado a su cuello. El periódico fue lo primero que buscó, titulares mientras engullía el cereal y la leche de un tazón grande. Una fotografía salto del periódico, él la recogió con cuidado estudiándola, viendo su referencia en la pagina y buscando el articulo: un centro de detención para menores de edad, pandilleros todos se habían amotinado en la cárcel para exigir la restitución de sus antiguos privilegios, es decir, prostitutas, drogas, alcohol y televisores de pantalla plana. La rebelión interna había durado toda la mañana y los tres rehenes; un maestro, una cocinera y un guardia que no le dio tiempo de salirse. Para el mediodía la policía ya cercaba el perímetro. Ninguna autoridad apareció. Los mareros tomaron al maestro y sus pequeñas manos morenas, diminutas armas lo arrastraron hasta el cuarto adjunto. Los otros dos temblaban mientras los gritos sofocaban la música que usaban de distractor. Afuera nadie sabia que sucedía. Adentro los gritos duraron solo minutos, aunque suficientes, vastos para que los menores, antes tiernas criaturas demolieran el cráneo, amputaran extremidades, degollaran con eficiencia y salieron a bailar. Exhibiendo orgullosos un rostro doloroso, un baño de sangre, un pelo alborotado, cercenado desde abajo y termino en el aire. Al caer al piso se convirtió en un regalo para los carceleros que deberían después limpiar las manchas, encasquetar el cuerpo torturado. Bailaron y dieron vueltas, y tentaron y rieron, caníbales. Una hora mas tarde antimotines entraron, reestablecieron el orden y todo retomo su antiguo orden confuso, ilógico y patético. Desde adentro se hacen llamadas, se organizan extorsiones, se mata y se saldan cuentas. Esos son los reclusos, los que atraparon y no dejaron salir al día siguiente, los que esperarían unos 4 años antes de ir a tribunales si no se fugaban antes. Afuera un ejercito de hermanos demonios los esperaba. Los que traficaban desde adentro, los que se asesinan uno a los otros, los salvajes. Los no-humanos, los que todos temen y aun así, quienes son? Quienes podrán ser? Quien de esos miles que veo todos los día cuando voy a trabajar podrá ser uno de ellos? Raciel sin palabras deja caer inmóvil el papel, que mas da. A cuantos matar? A quienes? Que se necesita para obligar a los que no eligen la oscuridad darse cuenta que se necesita mas. La oración ya no basta. La sangre no ora, fluye. Una plegaria no la detiene, tampoco el progreso humano. La sangre es obvia, pero solo es un síntoma mas, como su tristeza. Adentro esta el verdadero mal, ese que Raciel comenzaba a conocer a fondo, al cual le había visto la cara en algunas ocasiones. Los poseídos.
Los mismos periódicos comenzaban a olvidar los misteriosos asesinatos del Tacuazín. Un mes sin pistas, sin declaraciones, sin disparo calculador. Esa noche serviría de testimonio. Desenterró la pistola, la chaqueta de cuero negra, las livianas botas militares y esa mascara amorfa. Son las doce y enciende la moto, se levanta el portón de la bodega alquilada. A dos cuadras ya no esta Raciel, la mascara cubre lo suficiente como para que desde ningún ángulo aparente se note su indiferencia. Sus ojos, sus dos ojos en cambio dicen algo, un tanto triste y un tanto pavoroso. Están alejados del camino que corre, el viento por entre las rendijas de la mascara lo hacen llorar un poco. Su convicción es la misma de hace un mes. Y como no va a serlo, nada a cambiado. Cierto, los ladrones descarados han dejado de robar, saben son presa fácil. Los sofisticados han perfeccionado métodos, eliminado sistemáticamente cabos sueltos. La corrupción se ha reducido apenas lo suficiente como para no matar también la furia del Tacuazín.
La montaña crece ante él, pronto el iluminado publico cesa. Se ciega la luz de la moto y avanza en la oscuridad. Son los momentos antes del ataque cuando quisiera ser un verdadero héroe, no solo un niño enmascarado jugando con armas, sin poderes sin protección, sin siquiera seguridad de que esta jugando en el bando correcto. Tan solo la furia que sabe no desaparecerá hasta castigar a esos que no conoce, que no quiere conocer. Suficiente se vive como para querer buscar altas ideas de los poseídos.
Son las dos, la seguridad esta relajada, los guardias están todos durmiendo. Son pocos los reos que quieren salir, demasiado bonanza, demasiado fácil es prosperar cuando la policía y la milicia protegen al crimen organizado desde afuera. Son pocos lo que quieren salir, les conviene quedarse y cuando lo quieran, lo harán. En el mundo donde se desea ellos tienen el dinero para saciar. Los guardias duermen y las luces del presidio están casi todas agotadas, algunos están todavía tomando en sus casas prefabricadas, pagadas por las mafias. Comienza por ellos.
La ventana esta abierta, después de arrastrarse por unos 100metros, evade las luces que aun encandilan sus ojos. Adentro hay cuatro adolescentes, están festejando, o talvez simplemente riendo. Están sobrios, están alertas, no confían entre sí, se temen y conviven solo como poseídos. No buscan dinero, ni poder, ni sexo ni placeres. Esos son excusas baratas que dan cuando los entrevistan, son remedios para el miedo popular que expiran. No saben que buscan pero lo sienten. Una adicción a las tinieblas, a los altos mandos del infierno, la necesidad de olvidar su humanidad y así repeler su voluntad, su libertad y las consecuencias de la posesión. Una confusión perpetua de la cual nunca saldrán. La pistola .22 es eficiente, suelta unos 14 tiros antes de que los cuatro cuerpos se deslicen hasta suelo sucio. Estos son los primeros de la noche y para la mañana el centro de reclusos estará vacío, listo para admitir a los siguientes 400 adolescentes. Destituidos de movimiento, los cuerpos son apilados en una esquina. Pronto se alarmaran los otros sectores porque el silencio es súbito. Hasta ahora se comienza a extrañar esas carcajadas de niños traviesos, y son tanto mas que solo niños aunque la edad engañe. Se apaga la luz. Siguiente sector.
Los otros son mucho mas fáciles, estaban dormidos y así se quedan. La sangre oscura comienza a llenar la noche. En algunas horas el olor de matanza, de rastro dominará la madrugada con su rocío y su luz violeta. Dejan de respirar 20 cuerpos en veinte catres detrás de celdas. El Tacuazín no tiene tiempo de pensar si alguno ahí era inocente, en las mujeres embarazadas que esta dejando sin futuro padre, en las madres que lloraran sobre el cuerpo de sus hijos endemoniados. Curiosa la piedad humana.
El miedo no lo ha reconocido aun. No se presenta, pronto lo hará y el Tacuazín espera que para cuando llegue él estará lejos de ahí, cuan lejos pueda antes de que la noticia se filtre por los sueños del país. Las tolvas se cambian rápidamente, compulsivas, sin control. Los disparos no dejan de salir. 50 niños muertos, desde el 22avo ya le basta un tiro para terminar el trabajo, percibe la cabeza escondida y mugrienta en el almohadón. Es mejor para poder racionar tiros, un tiro y un respiro menos. Ninguno gime, ninguno se despierta, no pude dejar que ni uno solo abra los ojos porque entonces con suerte le den muerte los policías. Si los centinelas adelante de los mareros lo capturan sufrirá como mil mártires, como un millón de santos, como infinitas victimas del sistema. Ese es el plan B, descargarse la pistola en la sien.
Las hileras de celdas se llenan de frío cuando el pasa, un tiro aquí y otro allá. Ha eliminado a mas de 120 poseídos en menos de 28 minutos y su cuerpo se siente cada vez mas ligero, cada vez que cambia una tolva fresca. La pistola se podría recalentar, tengo balas para otros 100, después a eliminar a los centinelas y a plantar la granada.
Solo son dos muchachos los que esperan a la entrada de la bodega. Él comenzó desde adentro, como un parasito que nada entre las venas del cuerpo y asoma la cabeza por la noche, por algún orificio inapropiado. Se dirige hasta la entrada por adentro, hay 80 cuerpos ahí que no alertarán a nadie. Guarda la .22 y produce un KBAR. Lo único beneficioso del inmenso mercado negro de armas de Guatemala fue lo fácil que fue adquirir su modesto arsenal. Al lado de la bodega C3 esta la cuarta y ultima. Ahí entrara una bomba que eliminara a unos 6 con la explosión, también abrirá un boqueta en la pared que da a las afueras de la prisión. Al boque de pinos en donde esta la estación de guardias.
Abre la puerta y los centinelas tardan dos segundos en darse la vueltas, botar los cigarrillos y reaccionar con sorpresa al enmascarado. Suficiente tiempo para que el cuchillo los desgarre múltiples veces. Raciel ni siquiera miraba que golpeaba con la punta. Simplemente sabia que cualquier lugar arriba del pecho donde introducir la navaja seria bueno. La pelea acabo pronto, fatigado y nervioso encendió un cigarro para esconder el olor de la sangre derramada. Ya comenzaban a coagularse sobre sus pantalones de lona negros grandes manchas calientes. Sus piernas estaban cansadas y la respiración le faltaba, que distinto era sentir la carne sobre la mano desnuda, las uñas recibiendo el liquido feroz que desde la oscuridad al apretar el gatillo.
Se levanto con el cigarro que les robo en la boca, cantando leve una canción, algo tranquilo y sencillo. Un himno para el final de la noche. El bosque en las afueras respiraba sobre el un suspiro frío. Las sombras de la cuarta bóveda le abrieron paso y ahí disparo su penúltima tolva. Nadie se movió, un policía se acercaba a la cerca. Uno de los únicos cuatro despiertos esa noche. Desenrosco el silenciador y disparo un tiro que acertó en la cabeza del oficial. Pasos se escucharon y adentro las celdas revivían con agitación, levitando con la conmoción de que otra revuelta había comenzado sin ellos. Había una confusión adentro cuando un paquete de tres libra hizo un thump! Dentro de la celda de un pequeño violador. La explosión lo lanzó sobre su cuerpo mientras corría hasta su agujero de malla. La adrenalina había recedido momentáneamente y ahora lo asfixiaba, un nudo en la garganta como el de la mañana.
Los Tacuazines son marsupiales distintivos de la fauna guatemalteca. Apetitosos para algunos, rondan los jardines de las ciudades, sus calles de madrugada, cuando un carro los ilumina corren torpes hasta la sombra de algún árbol, trepan y cavan. parecen roedores e inofensivos, omnívoros frágiles y un tanto lentos. Pero hay algo que solo los que han arrinconado a un tacuazín saben, la fuerza de su mordida. Capaz de trabar la mandíbula sobre cualquier cosa que muerdan, se debe matarlos o volarles la cabeza para que dejen ir, y aun así es una tarea difícil y peligrosa. Infecciosos y hediondos, se pasean en la oscuridad, animales nocturnos.
La explosión tuvo su cometido. Los reos huyeron despavoridos a la primera oportunidad. El Tacuazín disparo contra los policías que se vestían presurosos, escopeta en mano. Tres cayeron mientras él se arrastraba por debajo de la malla, apenas suficiente como para que pasara el agujero invisible en la oscuridad. Los guardias creyeron que era un fuga masiva, el fuego comenzaba a extenderse por el techo del cuarto albergue. Los otros reos trepaban cercas y se peleaban por ser los primeros en el gran escape, pero no eran tantos. Los que lograban salir era muertos a tiros a los pocos pasos afuera. Los que sobraban dentro morían ahí mismo. Los guardias eliminando uno a uno a los revoltosos, asesinos; a los mismos que les habían pagados días antes por reestablecer sus privilegios ilegales. La venganza de los uniformados terminó de hacer el trabajo por el hombre que escapaba por entre el bosque en una moto negra. Rugiendo y apartándose de la ciudad hacia los campos abiertos por la carretera desierta.
Thursday, March 12, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO II. THE CEDAR ROOM.
La azotea del edificio estaba desolada, murmuro de palomas de ciudad, inmensas, sonaba detrás de él. Abajo un mar de guardaespaldas esperaban que el presidente del congreso saliera por fin, el mismo Señor Diputado que se tronaba los dedos en su oficina mientras firmaba los contratos que al día siguiente saldrían en los papeles matutinos, junto a la noticia de la lamentable perdida de uno de los padres de la patria, y en una escuela pequeñita, desapercibida la noticia de ese niño que fue asesinado brutalmente por la pandillas.
Los otros dos habían sido fáciles. Aun asi le habían tomado casi dos semanas de preparación, sabia muy bien que la primera misión era decisiva. La policía comenzaba a entender que no se enfrentaban contra la antigua guerrilla, esos ya estaban todos comprados. Tampoco el narcotráfico que había comprado a la policía (se los hubieran dicho antes de los golpes). Talvez los militares, algún vergueo interno, pero era dudoso. No, era alguien mas. Y se estaba quebrando uno a uno a todos los cabezones de la bancada oficial. Todos sabían a quien le tocaba. Las miradas en la calle lo delataba, el nerviosismo en su despacho, los llantos quedos de los hijos y la mujer traicionada que no sabia muy bien porqué lloraba.
Cuando la puerta trasera del edificio salio el hombre gordo que todos esperaban. La mira se despejo y a través de ellas estaba una barriga prominente, después una nariz desagradable, los dos ojitos que miraban nerviosos entre las espaldas entacuchadas de sus hombres de confianza. Todo un escudo humano a su perímetro. La mascara le cubrió el rostro y desapareció así su figura contra la cortina inmunda del cielo smog. La mira recorrió con paciencia los pasos pesados del hombre que hablaba sobre cómo evadir las esquinas peligrosas en su trayecto a casa, era uno de los hombres mas odiados del país por lo que creían que él pudiera ser responsable de la mierda que sucedía cada día en las calles. El Tacuazín sabia que este hombre solo era un mediador desde adentro del gobierno, pero aun así su valor estratégico merecía la bala que pronto hallaría hogar dentro del cráneo. A parte, tenia tiempo suficiente, una vida de hecho, para eliminar a los verdaderos patrones.
La bomba casera hizo una parábola perfecta desde la oscuridad de la azotea hasta descansar al costado de una d las camionetas de la caravana de seguridad. Su mira siguió el vuelo del paquete y cuando toco tierra soltó el tiro haciendo volar una decena de entacuchados y la suburban negra en donde se comenzaban a subir. La otra docena y el Señor Diputado fueron empujados por la detonación unos cuatro metros para caer de espaldas en el pavimento mojado. Atontados y respirando el humo de un incendio en plena calle que comenzaba a saltar de viga en viga hasta cubrir el techo del edificio del venerable congreso, los guardaespaldas buscaron la dirección del disparo.
‘Mírame cerote, mirame.’ Le imploraba El Tacuazín desde arriba. Le quería ver los ojos, alguna ultima plegaria, algún ultimo adiós.
El Diputado vio el rostro negro, plano y ominoso desde un techo apenas visible, talvez algo de malicia en su estoicismo, algo no natural que le hizo dar gracias no lo habían agarrado como a los otros. El tiro se fue sin recato y asesto en el final de la calva levantándole la tapa de la cabeza como un peluquín por el viento. Los guardaespaldas comenzaron a disparar y el Tacuazín corrió, saltando de tejado en tejado hasta encontrar la moto parqueada, tres cuadras atrás un fuego se levantaba a carcajadas sobre el poder legislativo crujiente.
Los otros dos habían sido fáciles. Aun asi le habían tomado casi dos semanas de preparación, sabia muy bien que la primera misión era decisiva. La policía comenzaba a entender que no se enfrentaban contra la antigua guerrilla, esos ya estaban todos comprados. Tampoco el narcotráfico que había comprado a la policía (se los hubieran dicho antes de los golpes). Talvez los militares, algún vergueo interno, pero era dudoso. No, era alguien mas. Y se estaba quebrando uno a uno a todos los cabezones de la bancada oficial. Todos sabían a quien le tocaba. Las miradas en la calle lo delataba, el nerviosismo en su despacho, los llantos quedos de los hijos y la mujer traicionada que no sabia muy bien porqué lloraba.
Cuando la puerta trasera del edificio salio el hombre gordo que todos esperaban. La mira se despejo y a través de ellas estaba una barriga prominente, después una nariz desagradable, los dos ojitos que miraban nerviosos entre las espaldas entacuchadas de sus hombres de confianza. Todo un escudo humano a su perímetro. La mascara le cubrió el rostro y desapareció así su figura contra la cortina inmunda del cielo smog. La mira recorrió con paciencia los pasos pesados del hombre que hablaba sobre cómo evadir las esquinas peligrosas en su trayecto a casa, era uno de los hombres mas odiados del país por lo que creían que él pudiera ser responsable de la mierda que sucedía cada día en las calles. El Tacuazín sabia que este hombre solo era un mediador desde adentro del gobierno, pero aun así su valor estratégico merecía la bala que pronto hallaría hogar dentro del cráneo. A parte, tenia tiempo suficiente, una vida de hecho, para eliminar a los verdaderos patrones.
La bomba casera hizo una parábola perfecta desde la oscuridad de la azotea hasta descansar al costado de una d las camionetas de la caravana de seguridad. Su mira siguió el vuelo del paquete y cuando toco tierra soltó el tiro haciendo volar una decena de entacuchados y la suburban negra en donde se comenzaban a subir. La otra docena y el Señor Diputado fueron empujados por la detonación unos cuatro metros para caer de espaldas en el pavimento mojado. Atontados y respirando el humo de un incendio en plena calle que comenzaba a saltar de viga en viga hasta cubrir el techo del edificio del venerable congreso, los guardaespaldas buscaron la dirección del disparo.
‘Mírame cerote, mirame.’ Le imploraba El Tacuazín desde arriba. Le quería ver los ojos, alguna ultima plegaria, algún ultimo adiós.
El Diputado vio el rostro negro, plano y ominoso desde un techo apenas visible, talvez algo de malicia en su estoicismo, algo no natural que le hizo dar gracias no lo habían agarrado como a los otros. El tiro se fue sin recato y asesto en el final de la calva levantándole la tapa de la cabeza como un peluquín por el viento. Los guardaespaldas comenzaron a disparar y el Tacuazín corrió, saltando de tejado en tejado hasta encontrar la moto parqueada, tres cuadras atrás un fuego se levantaba a carcajadas sobre el poder legislativo crujiente.
EL TACUAZIN. CAPITULO I. TEENAGE ANGST.
Las primeras noches la ciudad no se inmuto por la aparición de ese nuevo ciudadano en su territorio. Uno mas de entre millones de otros con rostros iguales, con vidas exactas, con frustraciones mismas. La diferencia con este y los otros es que la sombra se movía solo en noches sin luna. Tan solo un hombre contra dos mil años de infamia, contra un enemigo invisible que poblaba cada centímetro de historia, cada minuto geográfico del globo. La frustraciones de todos los que, desde el silencio sometido sabían que algo andaba mal en este mundo y que ante la dimensión del suicidio o peor aun, el fracaso económico y social se dimensionaban en las proporciones correctas, soy tan solo un hombre entre multitudes tan desosegadas como yo. Pero por las venas de el Tacuazín corría solo frustración, en su mente el descontento de millones de parias que ante todo detestan su propia cobardía, en su voz la anonimidad de un insecto desafiante al universo desinteresado. Solo un hombre con mascara. Y algunas armas.
El Tacuazín es un hombre joven, que se arma en la oscuridad, que deambula despacio entre las tristezas ajenas de la ciudad y la nación. Sus dos nombres son igualmente olvidables. Sus dos personas insignificantes. Piensa demasiado en el fin y considera el suicidio ante la imposibilidad de actuar en contra del tiempo. Es un hombre que no nació porque nadie ha visto su rostro llano, que no puede amar mas que la lluvia que hace inaudibles sus pasos como dos gotas mas de agua.
El Tacuazín tiene dos nombres pero nadie conoce su verdadero, conocen su apodo porque lleva dos meses repartiendo muerte. Es un héroe proclamado por los indefensos que hace lo que otros quieren pero no pueden, a veces porque la culpa acecha hasta a la muerte misma, a veces porque el miedo a perder las insignificancias de sus vidas es mayor que el deseo de acabar con la vida misma, por mas ciega y aburrida sea. Por eso existen las mascaras, para convocar a los fantasmas en las noches, sin titubeos. Por eso existe la oscuridad, para armarnos de valor a ser quienes sabemos somos pero la luz y sus ojos infinitos nos hace esconder.
Este mundo necesita héroes, necesita hombre que pierdan su nombre y reputación, la comodidad de saber que por esa noche no cayeron asesinados por un celular o cien pesos. Esta sociedad necesita héroes, lastimosamente solo un sicópata, dulce pero sicópata, apareció por la vacante.
Algunos dicen que puede levantar vuelo cuando las luces de la policía se acerca. Otros aseguran que le vieron detener una tanqueta con su pie descalzo. El Tacuazín nadie sabe de donde salio, pero se sabe vive de la lluvia y el desvelo. Se sabe que anda solo, caminando o corriendo, en una moto negra sin placas. Que tiene una chumpa de cuero negra y un rifle que suena desde el techo de edificios. Que persigue carros escurridizos y desde su mano salen balas. Nunca habla. A veces duerme en su cuartucho por semanas, a veces caza hambriento y las calles zumban con los rumores de la siguiente cabeza que rodara. Estos rumores no son infundados, son certeros, como su plomo y su vista. Que mide dos metros y habla la lengua de los demonios que hasta los abuelos olvidaron. Que al caminar el suelo se abre paso para dejarlo pasar. Su mirada atraviesa paredes y es roja como la luz de los puteros mas andrajosos. Se viste de negro para poder convivir con las esquinas que todo lo ven en la zona 1. Solo los indigentes conocen su presencia. Solo los míseros saben como ríe. Solo los justos le acompañan en su soledad. Los locos le comprenden. Que mata diputados y ministros y hace al presidente llorar. Asesina asesinos, y degolla corruptos, aterroriza narcos y vándalos, despelleja mareros y juzga sin hablar. Todos sabes quien será el siguiente y nadie hará nada por él porque es inevitable su pago porque los pecados nunca se pueden cegar. Se dice sabe todo de quien roba y para quien, de quien mato y porque, de quien traiciono y por cuanto, de quien violo y en donde. Y no se sabe mas.
Y alguien habla callado adentro. La ventana transpira el sonido a gotas, afuera una sombra siente la noche fría del valle. El viento sopla fuerte y la casa gime dolorosa, escondiendo sus pasos calculados. Es una casa nueva y grande, con lujos obvios desde el portón resguardado por dos campesinos a quienes les entregaron escopetas y les dijeron: “que aquí no pase nadie, y si se quieren pasar de cabrones plomeen.” Uno de ellos duerme cansado, después de un turno de doce horas, donde los patrones le hacen caras porque a los desconocidos que debían conocer de cara no los dejaron pasar sin pedirle la licencia. El otro parece medir menos que el alto de la escopeta doce, talvez un niño, no sabe español y esta viendo TV, aburrido de intentar ver figuras en la oscuridad. La sombra los pasa sin retraso alguno, no vale la pena silenciarlos; apenas saben como disparar sus armas. Del otro lado del terreno dos chuchos grandes ladran y él se escabulle debajo de unos arbustos podados como pajaritos y gatitos. Hasta llegar a la única ventana con luz. El resto de la casa esta oscura, dejando dormir a la familia del poseído que junto a otros de sus iguales se embriagan en el estudio mientras discuten cómo desfalcar al Estado. No sin permiso del Presidente del Congreso.
“Ya nos avisaron que la ley debe estar pasada para junio. Ahí nos van a caer un par de millones a cada uno. Después tenemos que vender ese contrato de carretera en el altiplano, ese hay que dividirlo con la otra bancada por lo que va a ser un cacho menos, como medio por cabeza. Aparte, como vas con lo de la minera?” El hombre es bajito y desagradable, redondo en todas partes y su cara es áspera. Por las noches va a gastar grandes sumas a restaurantes caros, donde todos los que lo ven saben que es un ladrón. Un ladrón de pueblo, un mafioso sin clase que llego al congreso por un trance u otro. La casa la compro dos meses de haber juramentado el curul. Aun así, todos los respetables del restaurante lo saludan honorablemente, se preguntaran si por hipocresía o por miedo.
“Los de la minera querían que le diéramos vuelta a toda la ley, pero eso les va a costar. Creen que eso de explotar oro y platino sale de gratis, cuando si no fuera por nosotros a la semana los pueblos le queman la minera y los linchan a todos. Les pela que sean gringos o canadienses. Pero ellos ya saben que les va a tocar soltar. ¿Querés otro traguito?”
Los otros tres no dicen nada. Solo escuchan como se habla, como se roba y como se manipulan entre si. Aprendiendo. De vez en cuando uno de ellos se ríe para que los otros no se olviden que esta allí, que algo le tiene que caer aunque sea por hacerse el divertido.
El Tacuazín lleva una hora con la espalda a la pared, sobre el la luz que se filtra amenaza con iluminarle las botas militares negras. Le comienza a dar sueño, cosa que puede ser fatal para la operación, lleva dos semanas trabajándola y hoy va a meterles un vergazo al primero que se le aparezca. Decide pensar, lo único que lo mantendrá despierto hasta que los diputados se embolen y por fin decidan salir manejando de regreso a sus casas. Lo cual a juzgar por las estupideces que dicen no faltara mucho.
‘Solo uno tengo que matar hoy. Quiero que los otros en el velorio se miren a las caras, y en sus ojos reconozcan mi nombre, como un miedo común que trasciende cualquier palabra. Quiero que sepan que en una semana estarán de regreso en ese lugar, esperando enterrar a otro y a otro. Quiero que se den cuenta que no importa que hagan uno de ellos va a parar tieso. No sin antes verme, arrepentirse con esa ultima mirada, suplicar con un puchero, reconocer que la conciencia no siempre esta dentro de uno, calladita y obediente. Ojala se apuren que tengo clase hoy a las ocho.’
Alrededor de la casa el barranco ofrecía la primera ruta de despliegue tras el golpe. Algún búho sonó su alarma desde la altura de la arboleda. El viento se llevo el sonido. Por fin torpes pasos se escucharon adentro, se ponían chaquetas, se reían vulgares y alguno ofreció sacar otra botella del carro, los otros dijeron algo y hubo una discusión. Los cuatro carros esperaban debajo de árboles, la luna esa noche había adivinado las intenciones de la sombra y todo era oscuridad. Uno a uno fueron saliendo, encendiendo los motores con dificultad. Y la sombra no era anunciada, sin sospechas se movió con libertad entre el ruido de los escapes. Ninguno había traído guardaespaldas, ninguno pensó que fuera posible. En fila india, los carros fueron arrancando, uno tras otro hacia la garita, bocinando embrutecido por el alcohol para que el niño de la escopeta operara el portón eléctrico. Solo un carro se quedo a tras.
El diputado Juárez estaba luchando por abrir los ojos ante la nausea, cuando se movió la puerta del copiloto. Pensó que era su colega que venia a fastidiarlo por borracho, y qué bueno porque no podía ni moverse, pero un sombra se subió. Solo sus ojos brillaban y un miedo le mojo la espalda, bajando desde el cuello como hielo hasta las nalgas. Se le fueron las fuerzas, el efecto del alcohol se evaporo de su mente en un segundo, quiso vomitar pero la mirada. No lo dejaba ver otra parte. Esta petrificado y quiso decir que era padre, que su niñita no tenia ni 4, que el varón tenia juego de fut el sábado, que hacia lo que hacia porque había crecido pobre, que la marginación, que los oligarcas, que el poder, que no era su culpa, que el sistema era ajeno a lo que él hacia o pensaba. Que lo sentía y que no volvía a hacer nada, que hablaría con la prensa si lo dejaba irse. Que…
No le dio tiempo porque una espiga afilada se introdujo con suavidad en cada ojo. El se retorció con fuerza intentando quitarse el cinturón de seguridad, recobrando la voz, pero el silenciador detono una y otra y otra vez perforándole el cuello, los pulmones, el estomago, algo estallaba adentro, sin doler pero quemándole cerca del corazón, abrazando sus intestino con un fuego extraño. La respiración le faltaba. La puerta se abrió y un viento frío entro inmediatamente, ocupando el lugar de esa sombra. Sentía parte de esa sombra arrastrándolo al dolor, al arrepentimiento a la lucha desvanecida por la vida. La sombra se lo trago lentamente. Ese olor a carne cruda cubriéndolo. Un búho a la distancia…
El Señor Diputado salio por la mañana, de goma y extrañado por su colega que se quedo doblado al volante. Pensando en la chingadera que le tendría al medio día en el pleno. Uno de sus chuchos grandes se le acerco lamiéndose el hocico colorado, particularmente contento.
El Tacuazín es un hombre joven, que se arma en la oscuridad, que deambula despacio entre las tristezas ajenas de la ciudad y la nación. Sus dos nombres son igualmente olvidables. Sus dos personas insignificantes. Piensa demasiado en el fin y considera el suicidio ante la imposibilidad de actuar en contra del tiempo. Es un hombre que no nació porque nadie ha visto su rostro llano, que no puede amar mas que la lluvia que hace inaudibles sus pasos como dos gotas mas de agua.
El Tacuazín tiene dos nombres pero nadie conoce su verdadero, conocen su apodo porque lleva dos meses repartiendo muerte. Es un héroe proclamado por los indefensos que hace lo que otros quieren pero no pueden, a veces porque la culpa acecha hasta a la muerte misma, a veces porque el miedo a perder las insignificancias de sus vidas es mayor que el deseo de acabar con la vida misma, por mas ciega y aburrida sea. Por eso existen las mascaras, para convocar a los fantasmas en las noches, sin titubeos. Por eso existe la oscuridad, para armarnos de valor a ser quienes sabemos somos pero la luz y sus ojos infinitos nos hace esconder.
Este mundo necesita héroes, necesita hombre que pierdan su nombre y reputación, la comodidad de saber que por esa noche no cayeron asesinados por un celular o cien pesos. Esta sociedad necesita héroes, lastimosamente solo un sicópata, dulce pero sicópata, apareció por la vacante.
Algunos dicen que puede levantar vuelo cuando las luces de la policía se acerca. Otros aseguran que le vieron detener una tanqueta con su pie descalzo. El Tacuazín nadie sabe de donde salio, pero se sabe vive de la lluvia y el desvelo. Se sabe que anda solo, caminando o corriendo, en una moto negra sin placas. Que tiene una chumpa de cuero negra y un rifle que suena desde el techo de edificios. Que persigue carros escurridizos y desde su mano salen balas. Nunca habla. A veces duerme en su cuartucho por semanas, a veces caza hambriento y las calles zumban con los rumores de la siguiente cabeza que rodara. Estos rumores no son infundados, son certeros, como su plomo y su vista. Que mide dos metros y habla la lengua de los demonios que hasta los abuelos olvidaron. Que al caminar el suelo se abre paso para dejarlo pasar. Su mirada atraviesa paredes y es roja como la luz de los puteros mas andrajosos. Se viste de negro para poder convivir con las esquinas que todo lo ven en la zona 1. Solo los indigentes conocen su presencia. Solo los míseros saben como ríe. Solo los justos le acompañan en su soledad. Los locos le comprenden. Que mata diputados y ministros y hace al presidente llorar. Asesina asesinos, y degolla corruptos, aterroriza narcos y vándalos, despelleja mareros y juzga sin hablar. Todos sabes quien será el siguiente y nadie hará nada por él porque es inevitable su pago porque los pecados nunca se pueden cegar. Se dice sabe todo de quien roba y para quien, de quien mato y porque, de quien traiciono y por cuanto, de quien violo y en donde. Y no se sabe mas.
Y alguien habla callado adentro. La ventana transpira el sonido a gotas, afuera una sombra siente la noche fría del valle. El viento sopla fuerte y la casa gime dolorosa, escondiendo sus pasos calculados. Es una casa nueva y grande, con lujos obvios desde el portón resguardado por dos campesinos a quienes les entregaron escopetas y les dijeron: “que aquí no pase nadie, y si se quieren pasar de cabrones plomeen.” Uno de ellos duerme cansado, después de un turno de doce horas, donde los patrones le hacen caras porque a los desconocidos que debían conocer de cara no los dejaron pasar sin pedirle la licencia. El otro parece medir menos que el alto de la escopeta doce, talvez un niño, no sabe español y esta viendo TV, aburrido de intentar ver figuras en la oscuridad. La sombra los pasa sin retraso alguno, no vale la pena silenciarlos; apenas saben como disparar sus armas. Del otro lado del terreno dos chuchos grandes ladran y él se escabulle debajo de unos arbustos podados como pajaritos y gatitos. Hasta llegar a la única ventana con luz. El resto de la casa esta oscura, dejando dormir a la familia del poseído que junto a otros de sus iguales se embriagan en el estudio mientras discuten cómo desfalcar al Estado. No sin permiso del Presidente del Congreso.
“Ya nos avisaron que la ley debe estar pasada para junio. Ahí nos van a caer un par de millones a cada uno. Después tenemos que vender ese contrato de carretera en el altiplano, ese hay que dividirlo con la otra bancada por lo que va a ser un cacho menos, como medio por cabeza. Aparte, como vas con lo de la minera?” El hombre es bajito y desagradable, redondo en todas partes y su cara es áspera. Por las noches va a gastar grandes sumas a restaurantes caros, donde todos los que lo ven saben que es un ladrón. Un ladrón de pueblo, un mafioso sin clase que llego al congreso por un trance u otro. La casa la compro dos meses de haber juramentado el curul. Aun así, todos los respetables del restaurante lo saludan honorablemente, se preguntaran si por hipocresía o por miedo.
“Los de la minera querían que le diéramos vuelta a toda la ley, pero eso les va a costar. Creen que eso de explotar oro y platino sale de gratis, cuando si no fuera por nosotros a la semana los pueblos le queman la minera y los linchan a todos. Les pela que sean gringos o canadienses. Pero ellos ya saben que les va a tocar soltar. ¿Querés otro traguito?”
Los otros tres no dicen nada. Solo escuchan como se habla, como se roba y como se manipulan entre si. Aprendiendo. De vez en cuando uno de ellos se ríe para que los otros no se olviden que esta allí, que algo le tiene que caer aunque sea por hacerse el divertido.
El Tacuazín lleva una hora con la espalda a la pared, sobre el la luz que se filtra amenaza con iluminarle las botas militares negras. Le comienza a dar sueño, cosa que puede ser fatal para la operación, lleva dos semanas trabajándola y hoy va a meterles un vergazo al primero que se le aparezca. Decide pensar, lo único que lo mantendrá despierto hasta que los diputados se embolen y por fin decidan salir manejando de regreso a sus casas. Lo cual a juzgar por las estupideces que dicen no faltara mucho.
‘Solo uno tengo que matar hoy. Quiero que los otros en el velorio se miren a las caras, y en sus ojos reconozcan mi nombre, como un miedo común que trasciende cualquier palabra. Quiero que sepan que en una semana estarán de regreso en ese lugar, esperando enterrar a otro y a otro. Quiero que se den cuenta que no importa que hagan uno de ellos va a parar tieso. No sin antes verme, arrepentirse con esa ultima mirada, suplicar con un puchero, reconocer que la conciencia no siempre esta dentro de uno, calladita y obediente. Ojala se apuren que tengo clase hoy a las ocho.’
Alrededor de la casa el barranco ofrecía la primera ruta de despliegue tras el golpe. Algún búho sonó su alarma desde la altura de la arboleda. El viento se llevo el sonido. Por fin torpes pasos se escucharon adentro, se ponían chaquetas, se reían vulgares y alguno ofreció sacar otra botella del carro, los otros dijeron algo y hubo una discusión. Los cuatro carros esperaban debajo de árboles, la luna esa noche había adivinado las intenciones de la sombra y todo era oscuridad. Uno a uno fueron saliendo, encendiendo los motores con dificultad. Y la sombra no era anunciada, sin sospechas se movió con libertad entre el ruido de los escapes. Ninguno había traído guardaespaldas, ninguno pensó que fuera posible. En fila india, los carros fueron arrancando, uno tras otro hacia la garita, bocinando embrutecido por el alcohol para que el niño de la escopeta operara el portón eléctrico. Solo un carro se quedo a tras.
El diputado Juárez estaba luchando por abrir los ojos ante la nausea, cuando se movió la puerta del copiloto. Pensó que era su colega que venia a fastidiarlo por borracho, y qué bueno porque no podía ni moverse, pero un sombra se subió. Solo sus ojos brillaban y un miedo le mojo la espalda, bajando desde el cuello como hielo hasta las nalgas. Se le fueron las fuerzas, el efecto del alcohol se evaporo de su mente en un segundo, quiso vomitar pero la mirada. No lo dejaba ver otra parte. Esta petrificado y quiso decir que era padre, que su niñita no tenia ni 4, que el varón tenia juego de fut el sábado, que hacia lo que hacia porque había crecido pobre, que la marginación, que los oligarcas, que el poder, que no era su culpa, que el sistema era ajeno a lo que él hacia o pensaba. Que lo sentía y que no volvía a hacer nada, que hablaría con la prensa si lo dejaba irse. Que…
No le dio tiempo porque una espiga afilada se introdujo con suavidad en cada ojo. El se retorció con fuerza intentando quitarse el cinturón de seguridad, recobrando la voz, pero el silenciador detono una y otra y otra vez perforándole el cuello, los pulmones, el estomago, algo estallaba adentro, sin doler pero quemándole cerca del corazón, abrazando sus intestino con un fuego extraño. La respiración le faltaba. La puerta se abrió y un viento frío entro inmediatamente, ocupando el lugar de esa sombra. Sentía parte de esa sombra arrastrándolo al dolor, al arrepentimiento a la lucha desvanecida por la vida. La sombra se lo trago lentamente. Ese olor a carne cruda cubriéndolo. Un búho a la distancia…
El Señor Diputado salio por la mañana, de goma y extrañado por su colega que se quedo doblado al volante. Pensando en la chingadera que le tendría al medio día en el pleno. Uno de sus chuchos grandes se le acerco lamiéndose el hocico colorado, particularmente contento.
EL TACUAZIN. INTRODUCCION. WENDY CLEAR.
Entra a la oficina un hombre feo, bajo que habla rápidamente, un payaso rehabilitado promoviendo un centro de acopio para los miles de adictos que todavía no saben que lo son. La Ley Antitabaco acaba de ser aprobada, No camina hacia las afueras, hacia la avenida congestionada, son las 5 y el trafico se mece con alaridos por las arterias. Afuera, prendo el cigarro y adentro me espera el computador que nunca se apaga, nunca descansa. Un hombre en las escaleras esta leyendo el periódico, en la portada, mientras fuma tranquilo grandes letras adornan el marco paranoico: CRISIS!. Todos saben que están en la mierda, hasta el cuello en muerte y miseria, nadie se mueve de enfrente de la pantalla resplandeciente. El hombre sigue fumando, un viento baja desde las montañas hacia este valle, corriendo, escapando de algo. Del invierno que todavía se niega a morir. Entre el calor del pavimento arrasa con hojas y hedores de comida callejera y termina golpeando al lector en el rostro. Él esta ensimismado en sus letras, pero en ese instante cierra los ojos y baja el papel, levanta el rostro y deja que el viento lo sacuda hasta el alma.
Cierran la oficina, es hora de ir a casa. Es hora de reincorporarse a los ríos de hormigas que transitan conglomerándose en autobuses y calles calientes, haciéndose paso de entre otros anónimos que huelen mal, que están cansados, que no tienen tiempo para darse cuenta que están realmente frustrados, que su niñez murió con los asesinado de ayer, con los números rojos en los informes sanitarios. Se entremezcla y siente el sudor de la señora gorda que sabe estará ahí, incomoda, por al menos otras tres horas. Ella tiene el pelo pintado de rubio y una obscena barriga se le sale del jeans ajustado. Raciel ahora ya no es Raciel, es otro pobre diablo en Guatemala.
Te van a matar, piensa obsesivo, la idea no se quiere salir de su cabeza, no lo deja, lo fastidia, se arrepiente y vuelve a arremeter contra su conciencia.
Ojala no fuera tan malo, ojala nunca se hubiera dado cuenta, ojala hubiera otra manera, ojala pudiera ser el Silvio guatemalteco, ojala hubiera una invasión gringa en el país. Me rió de esta ultima posibilidad, de mi recurrente inocencia. A pesar de la edad, la inocencia que cree que escapando a pie de un monstruo de mil cabezas se puede huir, que el día puede protegerlo a uno de los fantasmas que son mas ciudadanos ahora que los portadores de cedulas de identidad. Ojala no tuviera que estar todo tan mal. Pero, cuando ha estado bien? Nunca, en verdad.
Prendo el reproductor y canto como mudo una canción mas de protesta, sus guitarras charangueando sin fin el mismo mensaje. El mismo mensaje que aparecen en todas esas pinturas, en esos films, es esas fotografías de revistas de política, en toda la música. Nadie lo escucha? Esta ahí! Hablándome, hablándote! Nadie hace caso. Nadie se da cuenta entre que tanta mierda estamos metidos. La mayoría sigue pensando que nos llega a los tobillos, cuando mañana lloverá y los reductos de alcantarillado se saciar por fin de tanta mierda que tragan, y contentos comenzaran a devolverla y de pronto llegara a las rodillas, y el cuello y el cuerpo entero flotara, no hacia el mar sino hasta el cielo mismo. Espero pueda contener la respiración porque los tiempos se avecinan.
Los disparos suenan al frente del autobús, debido a toda la gente Raciel no puede ver nada, tampoco le hace falta, porque todas las mañanas se levanta pensando lo mismo, y si hoy me toca a mi? Todos los de autobús están pensando, pensaron lo mismo. Hoy les toco. Pero solo los de hasta adelante se echan para atrás, uno: los de atrás empujan hacia delante, que el escudo humano no se repliegue. Dos: todos saben que solo vinieron por el piloto y por el brocha. Son seis, siete, ocho disparos y cuando los niños huyen corriendo hasta meterse en las callecitas de la zona 11 y desaparecer, los gritos comienzan. Alaridos y HAYDIOSHAYDIOS!, algunos llantos aterrorizados, un par de lamentos callados que solo quieren desaparecer y teletransportarse hasta sus chozas de lamina, hasta ese cuarto gris y feo llamado hogar. El bus lleva ya dos minutos parado y las bocinas ensordecen la escena del crimen, no queda de otra, los pasajeros uno a uno se baja, cuidando no ser vistos por los otros, cuidando no tocar la sangre derramada que se seca lentamente, cuidando no patear los cuerpos que obstaculizan la salida. Cada uno de los pasajeros después se va caminando hasta la siguiente parada de bus, si la policía los agarra de testigos vana aparecer muertos, en un barranco, y todos los saben. Agachan las miradas y caminan callados, sin ver a los lados, suplicándole al cielo los deje ser al menos por unos minutos mas anónimos mas, proles sin derechos ni voz, indiferentes y despojados de cualquier rostro fácilmente identificable.
Raciel se escapa del bus y a los lejos las sirenas inútiles de los pobres bomberos y sus ambulancias viejas, los únicos que saben entre cuanta mierda en verdad estamos metidos. En cambio, no se logra escapar de esa idea que se le metió al medio día como determinación celestial, o infernal, dependiendo de quien lo lea.
No hay de otra, se dice, ha caminado hasta su casa, a unas treinta cuadras del bus paralizado de miedo, como el resto del país. Igualito, de hecho, viejo y feo e inservible, pobre y demacrado, mal cuidado y sin mayor ambición mas que trabajar como puede. Igual que el país. No hay de otra se repite, ha desistido de intentar darle mas vueltas, de zafarse como pueda. Pronto su mente abandonara su voluntad y comenzara a divagar interrumpida hasta la madrugada, evaluando los planes, las estrategias, las tácticas, las posibilidades, los pormenores.
EL mundo entero esta en la mierda.
No es Guatemala, todos están igual, aunque es en su colonia es donde se siente el hedor antes de irse a dormir. Donde no importa cuantas veces se duche uno nunca se lavara la suciedad común que abraza a cada cuerpo vivo, o semivivo, o próximamente no-vivo. Aquí es donde se debe comenzar. Como si no hubiera suficiente mierda aquí como para pasarse la vida entera enterrándola, deshaciéndose de ella, desapareciéndola, levantando la alfombra y apilando otra tonelada debajo.
Faltan dos cuadras para su casa y casi se arrepiente de no haber nacido europeo, prende otro en honor a su cobardía, o talvez simplemente ingenuidad. Si el resto del mundo hiciese de Guatemala lo que quisiera seria: se levantan templos para los dioses occidentales (progreso humano, materialismo, racionalismo, cientificismo, cinismo), se depurarían las instituciones, reestructurando el Estado, la empresarialidad tomaría poder de toda esfera social o cultural, los ingresos aumentarían, Estado de Derecho, Democracia, libertades civiles, se edificarían mas ciudades, mas fabricas, rascacielos, autopistas infinitas, mas ventas y centros comerciales. Y después? Pues después viene lo obvio: la vida civilizada. Se ríe en alto, sin querer despertar el vecindario hibernando, casi prefiere vivir en esta selva de concreto inmunda pero viva de Guatemala. No se imagina su vida de por si mas rutinaria en uno de esos modelos heroicos de progreso humano. Creces, paseas por parques limpios, aprendes cuatro idiomas, sales del colegio confundido por la plástica y aparente abundancia perpetua de todo, estudias dos carreras universitarias, te gradúas con todas las posibilidades del mundo para trabajar los próximos 35 años en alguna transnacional dueña de dos o tres de esos paisitos subdesarrollados que te marcan con empatía y un tanto de lastima sincera. Mandas algunos euros o dólares a fundaciones no gubernamentales para que saquen niños de la calle y rogar por meterlos en oficinas depredaras de deseos. Entonces… te retiras por fin, después de producir y consumir compulsivamente, ya lo tienes todo, pero quieres aun mas, talvez trabajes otros cinco hasta que decides descansar. Un día, te levantas, y tus manos están arrugadas y no reconoces ese cuerpo que se levanta de sabanas también viejas con dificultad y miras atrás y ves demasiados años como para recordarlos todos y estos son elementales apenas, incorpóreos como para aprehenderlos. Se te ha escapado la vida entera en un instante y te arrepientes de algo, pero no sabes que. La palabra, vida no aparece en la boca porque se pierde en algún lugar de la mente, indolora de esa manera, inofensiva. Pero es en verdad de eso de lo cual te arrepientes y el corazón duele entonces, todo duele. Se reconoce perdido en su propia existencia.
Así que, a quien matar? Cuando el verdadero enemigo es mas grande que la vida misma, se extiende por siglos, abarca todos los desiertos y todos los océanos, tan abstracto como la tormenta, sin limites como la avaricia, tan antiguo como el primer humano. Que fácil seria si fuera un orden deliberado, tiránicamente impuesto por un solo hombre, líder y demonio, responsable y perfecto chivo expiatorio para la historia, para el magnicidio. Que fácil seria entonces. A quien matar? Para acabar con el sistema tendría que erradicar a todos los niños que lloraron en el suelo estrepitosos porque no les compraron la golosina de colores chillantes, a todas las mujeres que jugaron con barbies avispadas y huecas por dentro. A todos los hombres que soñaron alguna vez en ser presidentes de esas compañías que fabrican millones y millones bolsitas plásticas que empacan piececitos que después ensamblan ignoradas por completo algún artefacto inútil que termina dentro de una caja de cereal y que se pudre en alguna bodega sin domicilio fiscal porque a nadie gustó su sabor exagerado.
Me gustaría no estuviera tan mal todo. Me van a matar…
Su casa era grande, respetable y simple. Quedaba a orillas de un barranco profundo y que desde el fondo enviaba durante invierno señales de un río crecido, de alguna vida alienígena que ante la lluvia festejaba maniática. En el techo el gato, No, que llevaba horas esperando verlo llegar le dio la bienvenida con un sonoro maullido y en dos brincos estaba a su lado.
A pesar de mí hay que hacer algo, le dijo al gato.
Cierran la oficina, es hora de ir a casa. Es hora de reincorporarse a los ríos de hormigas que transitan conglomerándose en autobuses y calles calientes, haciéndose paso de entre otros anónimos que huelen mal, que están cansados, que no tienen tiempo para darse cuenta que están realmente frustrados, que su niñez murió con los asesinado de ayer, con los números rojos en los informes sanitarios. Se entremezcla y siente el sudor de la señora gorda que sabe estará ahí, incomoda, por al menos otras tres horas. Ella tiene el pelo pintado de rubio y una obscena barriga se le sale del jeans ajustado. Raciel ahora ya no es Raciel, es otro pobre diablo en Guatemala.
Te van a matar, piensa obsesivo, la idea no se quiere salir de su cabeza, no lo deja, lo fastidia, se arrepiente y vuelve a arremeter contra su conciencia.
Ojala no fuera tan malo, ojala nunca se hubiera dado cuenta, ojala hubiera otra manera, ojala pudiera ser el Silvio guatemalteco, ojala hubiera una invasión gringa en el país. Me rió de esta ultima posibilidad, de mi recurrente inocencia. A pesar de la edad, la inocencia que cree que escapando a pie de un monstruo de mil cabezas se puede huir, que el día puede protegerlo a uno de los fantasmas que son mas ciudadanos ahora que los portadores de cedulas de identidad. Ojala no tuviera que estar todo tan mal. Pero, cuando ha estado bien? Nunca, en verdad.
Prendo el reproductor y canto como mudo una canción mas de protesta, sus guitarras charangueando sin fin el mismo mensaje. El mismo mensaje que aparecen en todas esas pinturas, en esos films, es esas fotografías de revistas de política, en toda la música. Nadie lo escucha? Esta ahí! Hablándome, hablándote! Nadie hace caso. Nadie se da cuenta entre que tanta mierda estamos metidos. La mayoría sigue pensando que nos llega a los tobillos, cuando mañana lloverá y los reductos de alcantarillado se saciar por fin de tanta mierda que tragan, y contentos comenzaran a devolverla y de pronto llegara a las rodillas, y el cuello y el cuerpo entero flotara, no hacia el mar sino hasta el cielo mismo. Espero pueda contener la respiración porque los tiempos se avecinan.
Los disparos suenan al frente del autobús, debido a toda la gente Raciel no puede ver nada, tampoco le hace falta, porque todas las mañanas se levanta pensando lo mismo, y si hoy me toca a mi? Todos los de autobús están pensando, pensaron lo mismo. Hoy les toco. Pero solo los de hasta adelante se echan para atrás, uno: los de atrás empujan hacia delante, que el escudo humano no se repliegue. Dos: todos saben que solo vinieron por el piloto y por el brocha. Son seis, siete, ocho disparos y cuando los niños huyen corriendo hasta meterse en las callecitas de la zona 11 y desaparecer, los gritos comienzan. Alaridos y HAYDIOSHAYDIOS!, algunos llantos aterrorizados, un par de lamentos callados que solo quieren desaparecer y teletransportarse hasta sus chozas de lamina, hasta ese cuarto gris y feo llamado hogar. El bus lleva ya dos minutos parado y las bocinas ensordecen la escena del crimen, no queda de otra, los pasajeros uno a uno se baja, cuidando no ser vistos por los otros, cuidando no tocar la sangre derramada que se seca lentamente, cuidando no patear los cuerpos que obstaculizan la salida. Cada uno de los pasajeros después se va caminando hasta la siguiente parada de bus, si la policía los agarra de testigos vana aparecer muertos, en un barranco, y todos los saben. Agachan las miradas y caminan callados, sin ver a los lados, suplicándole al cielo los deje ser al menos por unos minutos mas anónimos mas, proles sin derechos ni voz, indiferentes y despojados de cualquier rostro fácilmente identificable.
Raciel se escapa del bus y a los lejos las sirenas inútiles de los pobres bomberos y sus ambulancias viejas, los únicos que saben entre cuanta mierda en verdad estamos metidos. En cambio, no se logra escapar de esa idea que se le metió al medio día como determinación celestial, o infernal, dependiendo de quien lo lea.
No hay de otra, se dice, ha caminado hasta su casa, a unas treinta cuadras del bus paralizado de miedo, como el resto del país. Igualito, de hecho, viejo y feo e inservible, pobre y demacrado, mal cuidado y sin mayor ambición mas que trabajar como puede. Igual que el país. No hay de otra se repite, ha desistido de intentar darle mas vueltas, de zafarse como pueda. Pronto su mente abandonara su voluntad y comenzara a divagar interrumpida hasta la madrugada, evaluando los planes, las estrategias, las tácticas, las posibilidades, los pormenores.
EL mundo entero esta en la mierda.
No es Guatemala, todos están igual, aunque es en su colonia es donde se siente el hedor antes de irse a dormir. Donde no importa cuantas veces se duche uno nunca se lavara la suciedad común que abraza a cada cuerpo vivo, o semivivo, o próximamente no-vivo. Aquí es donde se debe comenzar. Como si no hubiera suficiente mierda aquí como para pasarse la vida entera enterrándola, deshaciéndose de ella, desapareciéndola, levantando la alfombra y apilando otra tonelada debajo.
Faltan dos cuadras para su casa y casi se arrepiente de no haber nacido europeo, prende otro en honor a su cobardía, o talvez simplemente ingenuidad. Si el resto del mundo hiciese de Guatemala lo que quisiera seria: se levantan templos para los dioses occidentales (progreso humano, materialismo, racionalismo, cientificismo, cinismo), se depurarían las instituciones, reestructurando el Estado, la empresarialidad tomaría poder de toda esfera social o cultural, los ingresos aumentarían, Estado de Derecho, Democracia, libertades civiles, se edificarían mas ciudades, mas fabricas, rascacielos, autopistas infinitas, mas ventas y centros comerciales. Y después? Pues después viene lo obvio: la vida civilizada. Se ríe en alto, sin querer despertar el vecindario hibernando, casi prefiere vivir en esta selva de concreto inmunda pero viva de Guatemala. No se imagina su vida de por si mas rutinaria en uno de esos modelos heroicos de progreso humano. Creces, paseas por parques limpios, aprendes cuatro idiomas, sales del colegio confundido por la plástica y aparente abundancia perpetua de todo, estudias dos carreras universitarias, te gradúas con todas las posibilidades del mundo para trabajar los próximos 35 años en alguna transnacional dueña de dos o tres de esos paisitos subdesarrollados que te marcan con empatía y un tanto de lastima sincera. Mandas algunos euros o dólares a fundaciones no gubernamentales para que saquen niños de la calle y rogar por meterlos en oficinas depredaras de deseos. Entonces… te retiras por fin, después de producir y consumir compulsivamente, ya lo tienes todo, pero quieres aun mas, talvez trabajes otros cinco hasta que decides descansar. Un día, te levantas, y tus manos están arrugadas y no reconoces ese cuerpo que se levanta de sabanas también viejas con dificultad y miras atrás y ves demasiados años como para recordarlos todos y estos son elementales apenas, incorpóreos como para aprehenderlos. Se te ha escapado la vida entera en un instante y te arrepientes de algo, pero no sabes que. La palabra, vida no aparece en la boca porque se pierde en algún lugar de la mente, indolora de esa manera, inofensiva. Pero es en verdad de eso de lo cual te arrepientes y el corazón duele entonces, todo duele. Se reconoce perdido en su propia existencia.
Así que, a quien matar? Cuando el verdadero enemigo es mas grande que la vida misma, se extiende por siglos, abarca todos los desiertos y todos los océanos, tan abstracto como la tormenta, sin limites como la avaricia, tan antiguo como el primer humano. Que fácil seria si fuera un orden deliberado, tiránicamente impuesto por un solo hombre, líder y demonio, responsable y perfecto chivo expiatorio para la historia, para el magnicidio. Que fácil seria entonces. A quien matar? Para acabar con el sistema tendría que erradicar a todos los niños que lloraron en el suelo estrepitosos porque no les compraron la golosina de colores chillantes, a todas las mujeres que jugaron con barbies avispadas y huecas por dentro. A todos los hombres que soñaron alguna vez en ser presidentes de esas compañías que fabrican millones y millones bolsitas plásticas que empacan piececitos que después ensamblan ignoradas por completo algún artefacto inútil que termina dentro de una caja de cereal y que se pudre en alguna bodega sin domicilio fiscal porque a nadie gustó su sabor exagerado.
Me gustaría no estuviera tan mal todo. Me van a matar…
Su casa era grande, respetable y simple. Quedaba a orillas de un barranco profundo y que desde el fondo enviaba durante invierno señales de un río crecido, de alguna vida alienígena que ante la lluvia festejaba maniática. En el techo el gato, No, que llevaba horas esperando verlo llegar le dio la bienvenida con un sonoro maullido y en dos brincos estaba a su lado.
A pesar de mí hay que hacer algo, le dijo al gato.
Subscribe to:
Posts (Atom)