Hay síntomas que revelan la paranoia: el peso inmune a la luz del corazón, la antigua descomposición de los pasos sobre aceras agrietadas, cerrar los ojos y no querer abrirlos de nuevo. Todas esas palabras que buscan servilletas y contraportadas de libros, las mismas que no dejan dormir hasta que la mano no las escriba, hasta que no las sangre. El presentimiento de algo sacro que se acaba de perder, un noticiero nocturno, una canción fatal, un beso amargo…
Ese día había comenzado con dolor, el peso del mundo que invadió en algún momento de la noche su sueño. Se habían despertado al menos unas diez veces, sudoroso, agotado. Lo único real parecía ser el acero de su automática en la mesa de noche. El resto eran tinieblas y demonios que al saber faltaban al menos 15 minutos para las cuatro am habían salido a divertirse. Esa mañana, cumplía Raciel dos meses de no vestirse de negro, de no encender su vieja moto 550cc, de no matar. Habían sido días difíciles, la culpa no se había presentado todavía, pero la paranoia en cambio rondaba durante el día en turnos de 24horas por el país. Había abandonado casi todo de su pasado, amigos, pareja y familia. Su rutina era cada vez mas insoportable; apartamento, trabajo, visitas al jardín interno a fumar tembloroso, apartamento. Ahí releía todos los periódicos por quinta vez, fumaba, tomaba y para las once el aburrimiento calaba, se iba a dormir.
Pero esa mañana sintió el verdadero peso de la humanidad, una carga sobre cada movimiento del cuerpo, una depresión azul que le llenaba de dudas. Se quedo largos minutos delante del desayuno frío pensando, demasiado por su propio bien. Habían voces en todas partes del cuarto estrecho, cada una defendiendo un Raciel distinto, cada una con una opinión diferente sobre El Tacuazín. El sentido de salir de ese cuarto, de laborar delante del computador, de subirse a la misma camioneta que dejaba un rastro azul-negro detrás cada día, en cada calle atestada. Que sentido? Que fin podía cualquier hombre alcanzar que no fuera el del arte en estos tiempos?
Volvió al cuarto y en las paredes aparecieron los únicos souvenirs de Europa, una época dorada y añeja que poco se comunicaba con su presente. Una edad sin peso, o mejor dicho, sin compromiso, sin sacrificio. Los pósters decoraban manchas de humedad en la pared blanca, eran unos nueve o diez pósters de pinturas de Goya, cada una cara y exclusiva, reproducciones del Prado. Su única posesión a parte de las cosas del Tacuazín, su compañero de cuarto que no regresaba hacía ya 58 noches. Un desaparecido mas.
Las pinturas eran fieles, obras fieles de un artista. Algunas eran claras y las otras como manchas de pintura negra casi arbitrariamente compuestas hasta formar cuadros irregulares, oscuros como la locura del artista. Ese era su ideal, el de crear. De niño imaginaba ciudades resplandecientes, de adolescente composiciones orquestarles, creaciones maduras de genio y emoción, de humanismo irrespetuoso a cánones o juicios de valor. Quien hubiera dicho que terminaría siendo un artista, destruyendo para hacer espacio para todas las utopías que cada día parecían mas distantes, y a la vez mas necesarias. Ese era su sentido: destruir el viejo orden. Alguien mas seria el que reconstruyera lo que Raciel se encargara de demoler.
Regreso a su desayuno un poco mas despejado, el peso del presente todavía lo perseguía pero al menos ya no estaba atado a su cuello. El periódico fue lo primero que buscó, titulares mientras engullía el cereal y la leche de un tazón grande. Una fotografía salto del periódico, él la recogió con cuidado estudiándola, viendo su referencia en la pagina y buscando el articulo: un centro de detención para menores de edad, pandilleros todos se habían amotinado en la cárcel para exigir la restitución de sus antiguos privilegios, es decir, prostitutas, drogas, alcohol y televisores de pantalla plana. La rebelión interna había durado toda la mañana y los tres rehenes; un maestro, una cocinera y un guardia que no le dio tiempo de salirse. Para el mediodía la policía ya cercaba el perímetro. Ninguna autoridad apareció. Los mareros tomaron al maestro y sus pequeñas manos morenas, diminutas armas lo arrastraron hasta el cuarto adjunto. Los otros dos temblaban mientras los gritos sofocaban la música que usaban de distractor. Afuera nadie sabia que sucedía. Adentro los gritos duraron solo minutos, aunque suficientes, vastos para que los menores, antes tiernas criaturas demolieran el cráneo, amputaran extremidades, degollaran con eficiencia y salieron a bailar. Exhibiendo orgullosos un rostro doloroso, un baño de sangre, un pelo alborotado, cercenado desde abajo y termino en el aire. Al caer al piso se convirtió en un regalo para los carceleros que deberían después limpiar las manchas, encasquetar el cuerpo torturado. Bailaron y dieron vueltas, y tentaron y rieron, caníbales. Una hora mas tarde antimotines entraron, reestablecieron el orden y todo retomo su antiguo orden confuso, ilógico y patético. Desde adentro se hacen llamadas, se organizan extorsiones, se mata y se saldan cuentas. Esos son los reclusos, los que atraparon y no dejaron salir al día siguiente, los que esperarían unos 4 años antes de ir a tribunales si no se fugaban antes. Afuera un ejercito de hermanos demonios los esperaba. Los que traficaban desde adentro, los que se asesinan uno a los otros, los salvajes. Los no-humanos, los que todos temen y aun así, quienes son? Quienes podrán ser? Quien de esos miles que veo todos los día cuando voy a trabajar podrá ser uno de ellos? Raciel sin palabras deja caer inmóvil el papel, que mas da. A cuantos matar? A quienes? Que se necesita para obligar a los que no eligen la oscuridad darse cuenta que se necesita mas. La oración ya no basta. La sangre no ora, fluye. Una plegaria no la detiene, tampoco el progreso humano. La sangre es obvia, pero solo es un síntoma mas, como su tristeza. Adentro esta el verdadero mal, ese que Raciel comenzaba a conocer a fondo, al cual le había visto la cara en algunas ocasiones. Los poseídos.
Los mismos periódicos comenzaban a olvidar los misteriosos asesinatos del Tacuazín. Un mes sin pistas, sin declaraciones, sin disparo calculador. Esa noche serviría de testimonio. Desenterró la pistola, la chaqueta de cuero negra, las livianas botas militares y esa mascara amorfa. Son las doce y enciende la moto, se levanta el portón de la bodega alquilada. A dos cuadras ya no esta Raciel, la mascara cubre lo suficiente como para que desde ningún ángulo aparente se note su indiferencia. Sus ojos, sus dos ojos en cambio dicen algo, un tanto triste y un tanto pavoroso. Están alejados del camino que corre, el viento por entre las rendijas de la mascara lo hacen llorar un poco. Su convicción es la misma de hace un mes. Y como no va a serlo, nada a cambiado. Cierto, los ladrones descarados han dejado de robar, saben son presa fácil. Los sofisticados han perfeccionado métodos, eliminado sistemáticamente cabos sueltos. La corrupción se ha reducido apenas lo suficiente como para no matar también la furia del Tacuazín.
La montaña crece ante él, pronto el iluminado publico cesa. Se ciega la luz de la moto y avanza en la oscuridad. Son los momentos antes del ataque cuando quisiera ser un verdadero héroe, no solo un niño enmascarado jugando con armas, sin poderes sin protección, sin siquiera seguridad de que esta jugando en el bando correcto. Tan solo la furia que sabe no desaparecerá hasta castigar a esos que no conoce, que no quiere conocer. Suficiente se vive como para querer buscar altas ideas de los poseídos.
Son las dos, la seguridad esta relajada, los guardias están todos durmiendo. Son pocos los reos que quieren salir, demasiado bonanza, demasiado fácil es prosperar cuando la policía y la milicia protegen al crimen organizado desde afuera. Son pocos lo que quieren salir, les conviene quedarse y cuando lo quieran, lo harán. En el mundo donde se desea ellos tienen el dinero para saciar. Los guardias duermen y las luces del presidio están casi todas agotadas, algunos están todavía tomando en sus casas prefabricadas, pagadas por las mafias. Comienza por ellos.
La ventana esta abierta, después de arrastrarse por unos 100metros, evade las luces que aun encandilan sus ojos. Adentro hay cuatro adolescentes, están festejando, o talvez simplemente riendo. Están sobrios, están alertas, no confían entre sí, se temen y conviven solo como poseídos. No buscan dinero, ni poder, ni sexo ni placeres. Esos son excusas baratas que dan cuando los entrevistan, son remedios para el miedo popular que expiran. No saben que buscan pero lo sienten. Una adicción a las tinieblas, a los altos mandos del infierno, la necesidad de olvidar su humanidad y así repeler su voluntad, su libertad y las consecuencias de la posesión. Una confusión perpetua de la cual nunca saldrán. La pistola .22 es eficiente, suelta unos 14 tiros antes de que los cuatro cuerpos se deslicen hasta suelo sucio. Estos son los primeros de la noche y para la mañana el centro de reclusos estará vacío, listo para admitir a los siguientes 400 adolescentes. Destituidos de movimiento, los cuerpos son apilados en una esquina. Pronto se alarmaran los otros sectores porque el silencio es súbito. Hasta ahora se comienza a extrañar esas carcajadas de niños traviesos, y son tanto mas que solo niños aunque la edad engañe. Se apaga la luz. Siguiente sector.
Los otros son mucho mas fáciles, estaban dormidos y así se quedan. La sangre oscura comienza a llenar la noche. En algunas horas el olor de matanza, de rastro dominará la madrugada con su rocío y su luz violeta. Dejan de respirar 20 cuerpos en veinte catres detrás de celdas. El Tacuazín no tiene tiempo de pensar si alguno ahí era inocente, en las mujeres embarazadas que esta dejando sin futuro padre, en las madres que lloraran sobre el cuerpo de sus hijos endemoniados. Curiosa la piedad humana.
El miedo no lo ha reconocido aun. No se presenta, pronto lo hará y el Tacuazín espera que para cuando llegue él estará lejos de ahí, cuan lejos pueda antes de que la noticia se filtre por los sueños del país. Las tolvas se cambian rápidamente, compulsivas, sin control. Los disparos no dejan de salir. 50 niños muertos, desde el 22avo ya le basta un tiro para terminar el trabajo, percibe la cabeza escondida y mugrienta en el almohadón. Es mejor para poder racionar tiros, un tiro y un respiro menos. Ninguno gime, ninguno se despierta, no pude dejar que ni uno solo abra los ojos porque entonces con suerte le den muerte los policías. Si los centinelas adelante de los mareros lo capturan sufrirá como mil mártires, como un millón de santos, como infinitas victimas del sistema. Ese es el plan B, descargarse la pistola en la sien.
Las hileras de celdas se llenan de frío cuando el pasa, un tiro aquí y otro allá. Ha eliminado a mas de 120 poseídos en menos de 28 minutos y su cuerpo se siente cada vez mas ligero, cada vez que cambia una tolva fresca. La pistola se podría recalentar, tengo balas para otros 100, después a eliminar a los centinelas y a plantar la granada.
Solo son dos muchachos los que esperan a la entrada de la bodega. Él comenzó desde adentro, como un parasito que nada entre las venas del cuerpo y asoma la cabeza por la noche, por algún orificio inapropiado. Se dirige hasta la entrada por adentro, hay 80 cuerpos ahí que no alertarán a nadie. Guarda la .22 y produce un KBAR. Lo único beneficioso del inmenso mercado negro de armas de Guatemala fue lo fácil que fue adquirir su modesto arsenal. Al lado de la bodega C3 esta la cuarta y ultima. Ahí entrara una bomba que eliminara a unos 6 con la explosión, también abrirá un boqueta en la pared que da a las afueras de la prisión. Al boque de pinos en donde esta la estación de guardias.
Abre la puerta y los centinelas tardan dos segundos en darse la vueltas, botar los cigarrillos y reaccionar con sorpresa al enmascarado. Suficiente tiempo para que el cuchillo los desgarre múltiples veces. Raciel ni siquiera miraba que golpeaba con la punta. Simplemente sabia que cualquier lugar arriba del pecho donde introducir la navaja seria bueno. La pelea acabo pronto, fatigado y nervioso encendió un cigarro para esconder el olor de la sangre derramada. Ya comenzaban a coagularse sobre sus pantalones de lona negros grandes manchas calientes. Sus piernas estaban cansadas y la respiración le faltaba, que distinto era sentir la carne sobre la mano desnuda, las uñas recibiendo el liquido feroz que desde la oscuridad al apretar el gatillo.
Se levanto con el cigarro que les robo en la boca, cantando leve una canción, algo tranquilo y sencillo. Un himno para el final de la noche. El bosque en las afueras respiraba sobre el un suspiro frío. Las sombras de la cuarta bóveda le abrieron paso y ahí disparo su penúltima tolva. Nadie se movió, un policía se acercaba a la cerca. Uno de los únicos cuatro despiertos esa noche. Desenrosco el silenciador y disparo un tiro que acertó en la cabeza del oficial. Pasos se escucharon y adentro las celdas revivían con agitación, levitando con la conmoción de que otra revuelta había comenzado sin ellos. Había una confusión adentro cuando un paquete de tres libra hizo un thump! Dentro de la celda de un pequeño violador. La explosión lo lanzó sobre su cuerpo mientras corría hasta su agujero de malla. La adrenalina había recedido momentáneamente y ahora lo asfixiaba, un nudo en la garganta como el de la mañana.
Los Tacuazines son marsupiales distintivos de la fauna guatemalteca. Apetitosos para algunos, rondan los jardines de las ciudades, sus calles de madrugada, cuando un carro los ilumina corren torpes hasta la sombra de algún árbol, trepan y cavan. parecen roedores e inofensivos, omnívoros frágiles y un tanto lentos. Pero hay algo que solo los que han arrinconado a un tacuazín saben, la fuerza de su mordida. Capaz de trabar la mandíbula sobre cualquier cosa que muerdan, se debe matarlos o volarles la cabeza para que dejen ir, y aun así es una tarea difícil y peligrosa. Infecciosos y hediondos, se pasean en la oscuridad, animales nocturnos.
La explosión tuvo su cometido. Los reos huyeron despavoridos a la primera oportunidad. El Tacuazín disparo contra los policías que se vestían presurosos, escopeta en mano. Tres cayeron mientras él se arrastraba por debajo de la malla, apenas suficiente como para que pasara el agujero invisible en la oscuridad. Los guardias creyeron que era un fuga masiva, el fuego comenzaba a extenderse por el techo del cuarto albergue. Los otros reos trepaban cercas y se peleaban por ser los primeros en el gran escape, pero no eran tantos. Los que lograban salir era muertos a tiros a los pocos pasos afuera. Los que sobraban dentro morían ahí mismo. Los guardias eliminando uno a uno a los revoltosos, asesinos; a los mismos que les habían pagados días antes por reestablecer sus privilegios ilegales. La venganza de los uniformados terminó de hacer el trabajo por el hombre que escapaba por entre el bosque en una moto negra. Rugiendo y apartándose de la ciudad hacia los campos abiertos por la carretera desierta.
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