Entra a la oficina un hombre feo, bajo que habla rápidamente, un payaso rehabilitado promoviendo un centro de acopio para los miles de adictos que todavía no saben que lo son. La Ley Antitabaco acaba de ser aprobada, No camina hacia las afueras, hacia la avenida congestionada, son las 5 y el trafico se mece con alaridos por las arterias. Afuera, prendo el cigarro y adentro me espera el computador que nunca se apaga, nunca descansa. Un hombre en las escaleras esta leyendo el periódico, en la portada, mientras fuma tranquilo grandes letras adornan el marco paranoico: CRISIS!. Todos saben que están en la mierda, hasta el cuello en muerte y miseria, nadie se mueve de enfrente de la pantalla resplandeciente. El hombre sigue fumando, un viento baja desde las montañas hacia este valle, corriendo, escapando de algo. Del invierno que todavía se niega a morir. Entre el calor del pavimento arrasa con hojas y hedores de comida callejera y termina golpeando al lector en el rostro. Él esta ensimismado en sus letras, pero en ese instante cierra los ojos y baja el papel, levanta el rostro y deja que el viento lo sacuda hasta el alma.
Cierran la oficina, es hora de ir a casa. Es hora de reincorporarse a los ríos de hormigas que transitan conglomerándose en autobuses y calles calientes, haciéndose paso de entre otros anónimos que huelen mal, que están cansados, que no tienen tiempo para darse cuenta que están realmente frustrados, que su niñez murió con los asesinado de ayer, con los números rojos en los informes sanitarios. Se entremezcla y siente el sudor de la señora gorda que sabe estará ahí, incomoda, por al menos otras tres horas. Ella tiene el pelo pintado de rubio y una obscena barriga se le sale del jeans ajustado. Raciel ahora ya no es Raciel, es otro pobre diablo en Guatemala.
Te van a matar, piensa obsesivo, la idea no se quiere salir de su cabeza, no lo deja, lo fastidia, se arrepiente y vuelve a arremeter contra su conciencia.
Ojala no fuera tan malo, ojala nunca se hubiera dado cuenta, ojala hubiera otra manera, ojala pudiera ser el Silvio guatemalteco, ojala hubiera una invasión gringa en el país. Me rió de esta ultima posibilidad, de mi recurrente inocencia. A pesar de la edad, la inocencia que cree que escapando a pie de un monstruo de mil cabezas se puede huir, que el día puede protegerlo a uno de los fantasmas que son mas ciudadanos ahora que los portadores de cedulas de identidad. Ojala no tuviera que estar todo tan mal. Pero, cuando ha estado bien? Nunca, en verdad.
Prendo el reproductor y canto como mudo una canción mas de protesta, sus guitarras charangueando sin fin el mismo mensaje. El mismo mensaje que aparecen en todas esas pinturas, en esos films, es esas fotografías de revistas de política, en toda la música. Nadie lo escucha? Esta ahí! Hablándome, hablándote! Nadie hace caso. Nadie se da cuenta entre que tanta mierda estamos metidos. La mayoría sigue pensando que nos llega a los tobillos, cuando mañana lloverá y los reductos de alcantarillado se saciar por fin de tanta mierda que tragan, y contentos comenzaran a devolverla y de pronto llegara a las rodillas, y el cuello y el cuerpo entero flotara, no hacia el mar sino hasta el cielo mismo. Espero pueda contener la respiración porque los tiempos se avecinan.
Los disparos suenan al frente del autobús, debido a toda la gente Raciel no puede ver nada, tampoco le hace falta, porque todas las mañanas se levanta pensando lo mismo, y si hoy me toca a mi? Todos los de autobús están pensando, pensaron lo mismo. Hoy les toco. Pero solo los de hasta adelante se echan para atrás, uno: los de atrás empujan hacia delante, que el escudo humano no se repliegue. Dos: todos saben que solo vinieron por el piloto y por el brocha. Son seis, siete, ocho disparos y cuando los niños huyen corriendo hasta meterse en las callecitas de la zona 11 y desaparecer, los gritos comienzan. Alaridos y HAYDIOSHAYDIOS!, algunos llantos aterrorizados, un par de lamentos callados que solo quieren desaparecer y teletransportarse hasta sus chozas de lamina, hasta ese cuarto gris y feo llamado hogar. El bus lleva ya dos minutos parado y las bocinas ensordecen la escena del crimen, no queda de otra, los pasajeros uno a uno se baja, cuidando no ser vistos por los otros, cuidando no tocar la sangre derramada que se seca lentamente, cuidando no patear los cuerpos que obstaculizan la salida. Cada uno de los pasajeros después se va caminando hasta la siguiente parada de bus, si la policía los agarra de testigos vana aparecer muertos, en un barranco, y todos los saben. Agachan las miradas y caminan callados, sin ver a los lados, suplicándole al cielo los deje ser al menos por unos minutos mas anónimos mas, proles sin derechos ni voz, indiferentes y despojados de cualquier rostro fácilmente identificable.
Raciel se escapa del bus y a los lejos las sirenas inútiles de los pobres bomberos y sus ambulancias viejas, los únicos que saben entre cuanta mierda en verdad estamos metidos. En cambio, no se logra escapar de esa idea que se le metió al medio día como determinación celestial, o infernal, dependiendo de quien lo lea.
No hay de otra, se dice, ha caminado hasta su casa, a unas treinta cuadras del bus paralizado de miedo, como el resto del país. Igualito, de hecho, viejo y feo e inservible, pobre y demacrado, mal cuidado y sin mayor ambición mas que trabajar como puede. Igual que el país. No hay de otra se repite, ha desistido de intentar darle mas vueltas, de zafarse como pueda. Pronto su mente abandonara su voluntad y comenzara a divagar interrumpida hasta la madrugada, evaluando los planes, las estrategias, las tácticas, las posibilidades, los pormenores.
EL mundo entero esta en la mierda.
No es Guatemala, todos están igual, aunque es en su colonia es donde se siente el hedor antes de irse a dormir. Donde no importa cuantas veces se duche uno nunca se lavara la suciedad común que abraza a cada cuerpo vivo, o semivivo, o próximamente no-vivo. Aquí es donde se debe comenzar. Como si no hubiera suficiente mierda aquí como para pasarse la vida entera enterrándola, deshaciéndose de ella, desapareciéndola, levantando la alfombra y apilando otra tonelada debajo.
Faltan dos cuadras para su casa y casi se arrepiente de no haber nacido europeo, prende otro en honor a su cobardía, o talvez simplemente ingenuidad. Si el resto del mundo hiciese de Guatemala lo que quisiera seria: se levantan templos para los dioses occidentales (progreso humano, materialismo, racionalismo, cientificismo, cinismo), se depurarían las instituciones, reestructurando el Estado, la empresarialidad tomaría poder de toda esfera social o cultural, los ingresos aumentarían, Estado de Derecho, Democracia, libertades civiles, se edificarían mas ciudades, mas fabricas, rascacielos, autopistas infinitas, mas ventas y centros comerciales. Y después? Pues después viene lo obvio: la vida civilizada. Se ríe en alto, sin querer despertar el vecindario hibernando, casi prefiere vivir en esta selva de concreto inmunda pero viva de Guatemala. No se imagina su vida de por si mas rutinaria en uno de esos modelos heroicos de progreso humano. Creces, paseas por parques limpios, aprendes cuatro idiomas, sales del colegio confundido por la plástica y aparente abundancia perpetua de todo, estudias dos carreras universitarias, te gradúas con todas las posibilidades del mundo para trabajar los próximos 35 años en alguna transnacional dueña de dos o tres de esos paisitos subdesarrollados que te marcan con empatía y un tanto de lastima sincera. Mandas algunos euros o dólares a fundaciones no gubernamentales para que saquen niños de la calle y rogar por meterlos en oficinas depredaras de deseos. Entonces… te retiras por fin, después de producir y consumir compulsivamente, ya lo tienes todo, pero quieres aun mas, talvez trabajes otros cinco hasta que decides descansar. Un día, te levantas, y tus manos están arrugadas y no reconoces ese cuerpo que se levanta de sabanas también viejas con dificultad y miras atrás y ves demasiados años como para recordarlos todos y estos son elementales apenas, incorpóreos como para aprehenderlos. Se te ha escapado la vida entera en un instante y te arrepientes de algo, pero no sabes que. La palabra, vida no aparece en la boca porque se pierde en algún lugar de la mente, indolora de esa manera, inofensiva. Pero es en verdad de eso de lo cual te arrepientes y el corazón duele entonces, todo duele. Se reconoce perdido en su propia existencia.
Así que, a quien matar? Cuando el verdadero enemigo es mas grande que la vida misma, se extiende por siglos, abarca todos los desiertos y todos los océanos, tan abstracto como la tormenta, sin limites como la avaricia, tan antiguo como el primer humano. Que fácil seria si fuera un orden deliberado, tiránicamente impuesto por un solo hombre, líder y demonio, responsable y perfecto chivo expiatorio para la historia, para el magnicidio. Que fácil seria entonces. A quien matar? Para acabar con el sistema tendría que erradicar a todos los niños que lloraron en el suelo estrepitosos porque no les compraron la golosina de colores chillantes, a todas las mujeres que jugaron con barbies avispadas y huecas por dentro. A todos los hombres que soñaron alguna vez en ser presidentes de esas compañías que fabrican millones y millones bolsitas plásticas que empacan piececitos que después ensamblan ignoradas por completo algún artefacto inútil que termina dentro de una caja de cereal y que se pudre en alguna bodega sin domicilio fiscal porque a nadie gustó su sabor exagerado.
Me gustaría no estuviera tan mal todo. Me van a matar…
Su casa era grande, respetable y simple. Quedaba a orillas de un barranco profundo y que desde el fondo enviaba durante invierno señales de un río crecido, de alguna vida alienígena que ante la lluvia festejaba maniática. En el techo el gato, No, que llevaba horas esperando verlo llegar le dio la bienvenida con un sonoro maullido y en dos brincos estaba a su lado.
A pesar de mí hay que hacer algo, le dijo al gato.
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