Thursday, March 12, 2009

EL TACUAZIN. CAPITULO I. TEENAGE ANGST.

Las primeras noches la ciudad no se inmuto por la aparición de ese nuevo ciudadano en su territorio. Uno mas de entre millones de otros con rostros iguales, con vidas exactas, con frustraciones mismas. La diferencia con este y los otros es que la sombra se movía solo en noches sin luna. Tan solo un hombre contra dos mil años de infamia, contra un enemigo invisible que poblaba cada centímetro de historia, cada minuto geográfico del globo. La frustraciones de todos los que, desde el silencio sometido sabían que algo andaba mal en este mundo y que ante la dimensión del suicidio o peor aun, el fracaso económico y social se dimensionaban en las proporciones correctas, soy tan solo un hombre entre multitudes tan desosegadas como yo. Pero por las venas de el Tacuazín corría solo frustración, en su mente el descontento de millones de parias que ante todo detestan su propia cobardía, en su voz la anonimidad de un insecto desafiante al universo desinteresado. Solo un hombre con mascara. Y algunas armas.

El Tacuazín es un hombre joven, que se arma en la oscuridad, que deambula despacio entre las tristezas ajenas de la ciudad y la nación. Sus dos nombres son igualmente olvidables. Sus dos personas insignificantes. Piensa demasiado en el fin y considera el suicidio ante la imposibilidad de actuar en contra del tiempo. Es un hombre que no nació porque nadie ha visto su rostro llano, que no puede amar mas que la lluvia que hace inaudibles sus pasos como dos gotas mas de agua.
El Tacuazín tiene dos nombres pero nadie conoce su verdadero, conocen su apodo porque lleva dos meses repartiendo muerte. Es un héroe proclamado por los indefensos que hace lo que otros quieren pero no pueden, a veces porque la culpa acecha hasta a la muerte misma, a veces porque el miedo a perder las insignificancias de sus vidas es mayor que el deseo de acabar con la vida misma, por mas ciega y aburrida sea. Por eso existen las mascaras, para convocar a los fantasmas en las noches, sin titubeos. Por eso existe la oscuridad, para armarnos de valor a ser quienes sabemos somos pero la luz y sus ojos infinitos nos hace esconder.

Este mundo necesita héroes, necesita hombre que pierdan su nombre y reputación, la comodidad de saber que por esa noche no cayeron asesinados por un celular o cien pesos. Esta sociedad necesita héroes, lastimosamente solo un sicópata, dulce pero sicópata, apareció por la vacante.

Algunos dicen que puede levantar vuelo cuando las luces de la policía se acerca. Otros aseguran que le vieron detener una tanqueta con su pie descalzo. El Tacuazín nadie sabe de donde salio, pero se sabe vive de la lluvia y el desvelo. Se sabe que anda solo, caminando o corriendo, en una moto negra sin placas. Que tiene una chumpa de cuero negra y un rifle que suena desde el techo de edificios. Que persigue carros escurridizos y desde su mano salen balas. Nunca habla. A veces duerme en su cuartucho por semanas, a veces caza hambriento y las calles zumban con los rumores de la siguiente cabeza que rodara. Estos rumores no son infundados, son certeros, como su plomo y su vista. Que mide dos metros y habla la lengua de los demonios que hasta los abuelos olvidaron. Que al caminar el suelo se abre paso para dejarlo pasar. Su mirada atraviesa paredes y es roja como la luz de los puteros mas andrajosos. Se viste de negro para poder convivir con las esquinas que todo lo ven en la zona 1. Solo los indigentes conocen su presencia. Solo los míseros saben como ríe. Solo los justos le acompañan en su soledad. Los locos le comprenden. Que mata diputados y ministros y hace al presidente llorar. Asesina asesinos, y degolla corruptos, aterroriza narcos y vándalos, despelleja mareros y juzga sin hablar. Todos sabes quien será el siguiente y nadie hará nada por él porque es inevitable su pago porque los pecados nunca se pueden cegar. Se dice sabe todo de quien roba y para quien, de quien mato y porque, de quien traiciono y por cuanto, de quien violo y en donde. Y no se sabe mas.
Y alguien habla callado adentro. La ventana transpira el sonido a gotas, afuera una sombra siente la noche fría del valle. El viento sopla fuerte y la casa gime dolorosa, escondiendo sus pasos calculados. Es una casa nueva y grande, con lujos obvios desde el portón resguardado por dos campesinos a quienes les entregaron escopetas y les dijeron: “que aquí no pase nadie, y si se quieren pasar de cabrones plomeen.” Uno de ellos duerme cansado, después de un turno de doce horas, donde los patrones le hacen caras porque a los desconocidos que debían conocer de cara no los dejaron pasar sin pedirle la licencia. El otro parece medir menos que el alto de la escopeta doce, talvez un niño, no sabe español y esta viendo TV, aburrido de intentar ver figuras en la oscuridad. La sombra los pasa sin retraso alguno, no vale la pena silenciarlos; apenas saben como disparar sus armas. Del otro lado del terreno dos chuchos grandes ladran y él se escabulle debajo de unos arbustos podados como pajaritos y gatitos. Hasta llegar a la única ventana con luz. El resto de la casa esta oscura, dejando dormir a la familia del poseído que junto a otros de sus iguales se embriagan en el estudio mientras discuten cómo desfalcar al Estado. No sin permiso del Presidente del Congreso.

“Ya nos avisaron que la ley debe estar pasada para junio. Ahí nos van a caer un par de millones a cada uno. Después tenemos que vender ese contrato de carretera en el altiplano, ese hay que dividirlo con la otra bancada por lo que va a ser un cacho menos, como medio por cabeza. Aparte, como vas con lo de la minera?” El hombre es bajito y desagradable, redondo en todas partes y su cara es áspera. Por las noches va a gastar grandes sumas a restaurantes caros, donde todos los que lo ven saben que es un ladrón. Un ladrón de pueblo, un mafioso sin clase que llego al congreso por un trance u otro. La casa la compro dos meses de haber juramentado el curul. Aun así, todos los respetables del restaurante lo saludan honorablemente, se preguntaran si por hipocresía o por miedo.

“Los de la minera querían que le diéramos vuelta a toda la ley, pero eso les va a costar. Creen que eso de explotar oro y platino sale de gratis, cuando si no fuera por nosotros a la semana los pueblos le queman la minera y los linchan a todos. Les pela que sean gringos o canadienses. Pero ellos ya saben que les va a tocar soltar. ¿Querés otro traguito?”
Los otros tres no dicen nada. Solo escuchan como se habla, como se roba y como se manipulan entre si. Aprendiendo. De vez en cuando uno de ellos se ríe para que los otros no se olviden que esta allí, que algo le tiene que caer aunque sea por hacerse el divertido.

El Tacuazín lleva una hora con la espalda a la pared, sobre el la luz que se filtra amenaza con iluminarle las botas militares negras. Le comienza a dar sueño, cosa que puede ser fatal para la operación, lleva dos semanas trabajándola y hoy va a meterles un vergazo al primero que se le aparezca. Decide pensar, lo único que lo mantendrá despierto hasta que los diputados se embolen y por fin decidan salir manejando de regreso a sus casas. Lo cual a juzgar por las estupideces que dicen no faltara mucho.

‘Solo uno tengo que matar hoy. Quiero que los otros en el velorio se miren a las caras, y en sus ojos reconozcan mi nombre, como un miedo común que trasciende cualquier palabra. Quiero que sepan que en una semana estarán de regreso en ese lugar, esperando enterrar a otro y a otro. Quiero que se den cuenta que no importa que hagan uno de ellos va a parar tieso. No sin antes verme, arrepentirse con esa ultima mirada, suplicar con un puchero, reconocer que la conciencia no siempre esta dentro de uno, calladita y obediente. Ojala se apuren que tengo clase hoy a las ocho.’

Alrededor de la casa el barranco ofrecía la primera ruta de despliegue tras el golpe. Algún búho sonó su alarma desde la altura de la arboleda. El viento se llevo el sonido. Por fin torpes pasos se escucharon adentro, se ponían chaquetas, se reían vulgares y alguno ofreció sacar otra botella del carro, los otros dijeron algo y hubo una discusión. Los cuatro carros esperaban debajo de árboles, la luna esa noche había adivinado las intenciones de la sombra y todo era oscuridad. Uno a uno fueron saliendo, encendiendo los motores con dificultad. Y la sombra no era anunciada, sin sospechas se movió con libertad entre el ruido de los escapes. Ninguno había traído guardaespaldas, ninguno pensó que fuera posible. En fila india, los carros fueron arrancando, uno tras otro hacia la garita, bocinando embrutecido por el alcohol para que el niño de la escopeta operara el portón eléctrico. Solo un carro se quedo a tras.

El diputado Juárez estaba luchando por abrir los ojos ante la nausea, cuando se movió la puerta del copiloto. Pensó que era su colega que venia a fastidiarlo por borracho, y qué bueno porque no podía ni moverse, pero un sombra se subió. Solo sus ojos brillaban y un miedo le mojo la espalda, bajando desde el cuello como hielo hasta las nalgas. Se le fueron las fuerzas, el efecto del alcohol se evaporo de su mente en un segundo, quiso vomitar pero la mirada. No lo dejaba ver otra parte. Esta petrificado y quiso decir que era padre, que su niñita no tenia ni 4, que el varón tenia juego de fut el sábado, que hacia lo que hacia porque había crecido pobre, que la marginación, que los oligarcas, que el poder, que no era su culpa, que el sistema era ajeno a lo que él hacia o pensaba. Que lo sentía y que no volvía a hacer nada, que hablaría con la prensa si lo dejaba irse. Que…

No le dio tiempo porque una espiga afilada se introdujo con suavidad en cada ojo. El se retorció con fuerza intentando quitarse el cinturón de seguridad, recobrando la voz, pero el silenciador detono una y otra y otra vez perforándole el cuello, los pulmones, el estomago, algo estallaba adentro, sin doler pero quemándole cerca del corazón, abrazando sus intestino con un fuego extraño. La respiración le faltaba. La puerta se abrió y un viento frío entro inmediatamente, ocupando el lugar de esa sombra. Sentía parte de esa sombra arrastrándolo al dolor, al arrepentimiento a la lucha desvanecida por la vida. La sombra se lo trago lentamente. Ese olor a carne cruda cubriéndolo. Un búho a la distancia…

El Señor Diputado salio por la mañana, de goma y extrañado por su colega que se quedo doblado al volante. Pensando en la chingadera que le tendría al medio día en el pleno. Uno de sus chuchos grandes se le acerco lamiéndose el hocico colorado, particularmente contento.

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