Thursday, March 12, 2009

EL TACUAZIN. CAPITULO II. THE CEDAR ROOM.

La azotea del edificio estaba desolada, murmuro de palomas de ciudad, inmensas, sonaba detrás de él. Abajo un mar de guardaespaldas esperaban que el presidente del congreso saliera por fin, el mismo Señor Diputado que se tronaba los dedos en su oficina mientras firmaba los contratos que al día siguiente saldrían en los papeles matutinos, junto a la noticia de la lamentable perdida de uno de los padres de la patria, y en una escuela pequeñita, desapercibida la noticia de ese niño que fue asesinado brutalmente por la pandillas.

Los otros dos habían sido fáciles. Aun asi le habían tomado casi dos semanas de preparación, sabia muy bien que la primera misión era decisiva. La policía comenzaba a entender que no se enfrentaban contra la antigua guerrilla, esos ya estaban todos comprados. Tampoco el narcotráfico que había comprado a la policía (se los hubieran dicho antes de los golpes). Talvez los militares, algún vergueo interno, pero era dudoso. No, era alguien mas. Y se estaba quebrando uno a uno a todos los cabezones de la bancada oficial. Todos sabían a quien le tocaba. Las miradas en la calle lo delataba, el nerviosismo en su despacho, los llantos quedos de los hijos y la mujer traicionada que no sabia muy bien porqué lloraba.

Cuando la puerta trasera del edificio salio el hombre gordo que todos esperaban. La mira se despejo y a través de ellas estaba una barriga prominente, después una nariz desagradable, los dos ojitos que miraban nerviosos entre las espaldas entacuchadas de sus hombres de confianza. Todo un escudo humano a su perímetro. La mascara le cubrió el rostro y desapareció así su figura contra la cortina inmunda del cielo smog. La mira recorrió con paciencia los pasos pesados del hombre que hablaba sobre cómo evadir las esquinas peligrosas en su trayecto a casa, era uno de los hombres mas odiados del país por lo que creían que él pudiera ser responsable de la mierda que sucedía cada día en las calles. El Tacuazín sabia que este hombre solo era un mediador desde adentro del gobierno, pero aun así su valor estratégico merecía la bala que pronto hallaría hogar dentro del cráneo. A parte, tenia tiempo suficiente, una vida de hecho, para eliminar a los verdaderos patrones.

La bomba casera hizo una parábola perfecta desde la oscuridad de la azotea hasta descansar al costado de una d las camionetas de la caravana de seguridad. Su mira siguió el vuelo del paquete y cuando toco tierra soltó el tiro haciendo volar una decena de entacuchados y la suburban negra en donde se comenzaban a subir. La otra docena y el Señor Diputado fueron empujados por la detonación unos cuatro metros para caer de espaldas en el pavimento mojado. Atontados y respirando el humo de un incendio en plena calle que comenzaba a saltar de viga en viga hasta cubrir el techo del edificio del venerable congreso, los guardaespaldas buscaron la dirección del disparo.

‘Mírame cerote, mirame.’ Le imploraba El Tacuazín desde arriba. Le quería ver los ojos, alguna ultima plegaria, algún ultimo adiós.

El Diputado vio el rostro negro, plano y ominoso desde un techo apenas visible, talvez algo de malicia en su estoicismo, algo no natural que le hizo dar gracias no lo habían agarrado como a los otros. El tiro se fue sin recato y asesto en el final de la calva levantándole la tapa de la cabeza como un peluquín por el viento. Los guardaespaldas comenzaron a disparar y el Tacuazín corrió, saltando de tejado en tejado hasta encontrar la moto parqueada, tres cuadras atrás un fuego se levantaba a carcajadas sobre el poder legislativo crujiente.

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