La ciudad estaba llena, ruinas ocupadas por cadáveres del extranjero. Raciel se sintió solo. De la soledad que no se quitaba con sexo o compañía de la otra, la que lo persigue a uno hasta la cama, que es fría y no se cura con la hipócrita acción humana, inmune a los libros y la música. Una soledad comprometida, que talvez vino con Chimes of Freedom de Dylan que tocaba muy al fondo del café, pero ante todo comprometida con el fin. Esa misma soledad pronto comenzaría a llover sobre todas las cabezas de extranjeros en Antigua Guatemala. El cielo embarazado distinguiéndose amplio entre las quebradas del valle. Raciel estaba ansioso, no encontraba qué hacer con sus manos, propenso a el temblor, dejo que sus manos sacaran cigarros en cadena de la cajetilla nueva.
Jenny estaba bailando junto a la barra, descansando del trabajo y un poco también de la vida de una niña de ocho años en Antigua. Notó que le faltaban algunos dientes, perdidos la noche anterior talvez al cenar, o jugando en la calle donde trabajaba. Le hizo saber que comenzaba a llover, y siguió bailando un poco mas, sin darse cuenta de que la lluvia la obligaría a meterse toda la tarde en el café sin ganar nada. La regañarían sus padres en la tarde. Ella era la encargada de cuidar los carros en la calles publicas, de cualquier amenaza posible, desde el crimen organizado hasta secuestradores. Raciel se tuvo que reír para tragarse la agonía de la imagen.
Afuera la lluvia se hizo estrepitosa y el mundo entero busco refugio.
La soledad regresó. Habían algunas rubias cerca y eran gringas así que dejo que se fueran. Se le congelaba la voluntad cada vez que se proponía acercarse a alguna de ellas y repetir el mismo discurso alentador, sensual o imaginativo para seducir a las mas ingenuas y confundir a las veteranas.
Pensó en su arte, sus imágenes, todas esas palabras que significaban para el la certeza, esa curiosa imposibilidad que se transforma en adicción. La cafetera hirviendo un espreso desde la barra lo distrajo, Jenny fue a mendigar algún centavo bajo la lluvia, no regreso. Cada vez que la vida, o el pensar sobre ella lo sobrecogía, pasaban horas antes de que despertara otra vez a enfrentarse con el día. Sus días eran diferentes, porque detrás de ellos estaba el conocimiento intimo de que una sombra les seguía.
Repasó mentalmente lo que diría al día siguiente en clase. LA espalda recta, su voz grave y un tanto ronca meditando con el techo mientras se movía por el aula moderna, los estudiantes; algunos en sus respectivas computadoras y otros siguiendo furiosamente con el papel y lápiz sus palabras.
“ La reivindicación del mundo esta en las manos de los que rechacen este orden que, se supone, la historia ha confabulado contra el mismo humanismo. Porque, que podríamos decir del humano en este medio que margina la conciencia y la sensibilidad, los valores y la existencia? Casi nada, pero lo que si podemos intuir es lo que no está bien entre nosotros. Nos leemos a nosotros mismos, nuestros patéticos actos, esta mal llamada vida que se vacía una vez regresa la realidad de su exilio. Cuando aparece la muerte se despierta algo dentro de cada uno de ustedes, algo que les es desconocido y justamente por ello viciado por el entorno. A esto le llamaremos esencia dentro de esta clase. Podremos escapar momentáneamente de la epifanía de la intemporalidad, incluso viajar a alguna playa para ver sus atardecer y creer que respiramos por ese momento, pero nos repiten las voces de las tinieblas que en algún lugar algo nos espera inquieto. La única responsabilidad del hombre en estos tiempos es el de escuchar a oscuridad llamar desde el otro lado, y con ello aceptar el destino de la libertad, impuesto por las llamadas fuerzas ulteriores.
Lo embargo, de repente, la tristeza mas puta de la historia. Algo de inutilidad en cada centímetro del mundo, de desesperanza en el tiempo, cualquiera fuera su forma. Pero ante todo, y todos, la lejanía que se apodero de la noche. Una soledad de goteaba del techo, fresca por la lluvia nocturna, rápidamente enfriando la vida hasta su centro. Temblaba de lejanía, la mesera en algún otro continente y los otros en el bar perdidos en dimensiones repugnantes. Pidió un trago que no quería, prendió otro cigarro de mas. Desconfiando de si mismo para vivir, intento decir algo coherente pero ella, con rastas rubios cayendo hasta dos senos muy ingleses estaba ocupada, atendiendo al resto de seres anónimos que se besaban, hablaban contentos de sus excesos, tambaleaban de lugar a otro sin las consideraciones de ese hombre que no se atrevía a verlos. Ellos estaban tan distantes que en momentos su lastima parecía mas cercana, y en efecto mientras cruzaba miradas con la joven bartender creyó ver la sombra detrás de ella. Ajeno al bar permaneció allí horas, meditando mil recuerdos y mil tareas o momentos que hasta hacia horas antes parecían plenas, satisfactorias. Su conciencia recurría a argumentos que en otros días, en otras vidas llenaban de sentido esa existencia ahora como sueño, perdida en una escena que giraba sin dirección, ebria y vulgar. Un asco llego desde sus adentros, y junto fuerzas suficientes para llegar al baño donde todo lo vaciado en el retrete era reemplazado por eso que hasta ahora nunca se había materializado. Dejo suficientes dólares en la barra para pagarse un intoxicación en el hospital y salio sin levantar la cabeza.
Afuera había seguido lloviendo, su mente estaba extrañamente lucida para todas las copas de licor, lo cual le preocupo, ahora tendría que lidiar con ambos efectos por mas tiempo; la ebriedad y el desasosiego.
Sabia, una vez en el carro y a toda velocidad hacia su apartamento, que si escribía no saldría nunca. Toda su vida, su pasión por las letras le torturaban cuando en su conciencia hervían palabras que no le dejaban en paz hasta que terminaran en papel y demasiadas veces antes estos intentos se convertían en guerras sin cuartel donde dos fuerzas descomunales sin descanso quemaban su voluntad. Era una atracción la que lo enterraban en lo blanco de su cuaderno, lleno de garabatos y poemas olvidados, que interrumpían su cotidianeidad sin disculpas ni anticipación. Pero al mismo tiempo, el momentum de la vida le negaba esta posibilidad, sabia muy bien lo que vendría después si se entregaba a la seducción de la creación.
Crearía por días, talvez años sin consideración por el resto del mundo, pero la destrucción instantánea de lo poco que entendía de si mismo y el universo seria el único resultado para él. Por eso temía la única profesión que jamás había amado, un deber ulterior, sus voces antiguas recitándole libros enteros, y otra parte de él atenta para la automutilación de los sentidos. Cualquier distracción servia para desviar su atención de los impulsos. Cuando de adolescente llegaba a cortarse las piernas, mas fácilmente escondibles, contal de no ceder a esa voces que actuaban dentro sin consideración por lo demás. Era una protección que lo había hecho muy infeliz en muchos momentos y que apaciguaba con ansias de otro tipo.
El aislamiento parecía despejarse, una sombra que tenia que tener fin en algún momento, la fortaleza residía en lograr mantener el pensamiento centrado en la mortalidad de la desolación. Siempre habría noche en la cual refugiarse, siempre habría melodía en la cual exiliarse. Detrás de esa tristeza estaba la única verdad que conocía, era su misma naturaleza la que estaba en luto y también sabia que en algún momento, sin importar que tan apaciguante fuera cualquier escape de ella, vendría para no irse ese conocimiento, como fuego celestial para anunciar el fin. El día en que tuviera que enfrentarse con él mismo seria también el fin del mundo, el fin de la paz que trae la ignorancia, que sueña con el olvido. Desde su ciudad, desde las esperanzas, donde hubiera amor: una infinitud de dolor que es el aceptar la salvación.
El ave áspera de la tristeza siguió su carro hasta la puerta del apartamento. En esos momentos sentía como los mitos que plagaban su vida, los mártires de su siglo, las victimas del tiempo y la modernidad, el recluso de Salinger, el callado Sabato, un van Gogh blasfemiado, un licántropo moderno como Artaud. Se sentía como ellos, como los demonios que eran ante la historia, ángeles de la verdad. “Es la presencia de este fin’ pensaba mientras débilmente se recogía en la cama, ‘es como poblar un planeta de espíritus o esperar el calor de otro cuerpo por eras, es como quedarse sin palabras, sin imágenes’.
Esa noche soñó con ella, repetía su nombre desde el lado mudo de un velo. Su mirada le quería decir algo y confundido por la apariencia de la luz todo se volvía horror, la sombra sonriente, el camión en llamas, el intento fallido de comunicación cuando solo un sollozo despierta. La conciencia quedando apagada todavía entre las dos tierras. El sueño era el abismo del alma, indecisa si dar vuelta atrás o permanecer en vuelo, aunque eso implicara la tormenta repetitiva que era su memoria.
Por la mañana el color había regresado. Sus ansias también, sus dos manos impacientes se esmeraban por olvidar lo sucedido en la noche anterior, preparando café, abriendo desinteresado el periódico, el calor de la estufa: los pequeños detalles que lo salvan a uno de caer otra vez. Decidió buscar ayuda, la peste monocromática podía ser vencida, pero,
¿Qué hacia Kemen?
Friday, June 19, 2009
Monday, June 15, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO VIII. COME IN ALONE.
Cuando la CICIG tomó el caso de la sombra innombrable que mataba con un respiro, Raciel decidió visitar el interior del país, donde las lluvias eran mas constantes, mas destructoras. El viaje en bus fue apacibles, a pesar que las armas pesaban en su maleta de mano. San Marcos no tenia mayor importancia en la socioeconomía del país a pesar de sus cúspides montañosas, su lejanía escabrosa, su pobreza evidente y desvergonzada. Muchos de sus laderas eran públicamente controladas por narcos, lo cual era un cambio viniendo de la ciudad y sus calles anónimas. Aquí todo se sabia. Incluso las mineras mantenían sus feudos apartados del mundo, solo conectadas por grandes y pequeños ríos contaminados con infinitos colores tornasoles. Cuando el bus hizo una parada aprovecho para tomarse una soda y un cigarro acompañando al aire elevado. Las mineras levantaban bosques, selvas, montañas, aldeas, ruinas mayas, nidos y a cambio dejaban carteles para que la ciudadanía desconectada viera. Anuncios de televisión, sobre cuantos impuestos pagaban y las felices plazas e trabajo que contribuían. Los daños ya eran visibles en la cabecera donde los carteles hechizos de rechazo aparecían en alumbrados públicos, una demostración infraganti acontecía cuando visito la paca mas cercana para vestirse. Había tomado esta costumbre cuando visitaba la campiña, porque eso le parecía. Llena de ilusión bucólica hasta que las deformaciones salían a la luz, los partos infértiles, las aves desaparecidas. Había leído sobre ello, historias y rumores y mientras el bus se acercaba a su destino final los pueblitos sufrían mas. Una tracción se despertó en él. Donde estaban los Derechos Humanos, los católicos fervientes, las autoridades del Ministerio? La respuesta era el oro.
El campo minero estaba a unas dos horas de la cabecera atravesando lo poco que quedaba de tierra virgen. Su cabeza rebotaba de bache en bache, y los camiones extractores regresaban por sus pasos. Se mantuvo dos días encerrado en su cuarto, saliendo a largas caminatas reconociendo los alrededores de la región a pie. Evadiendo perros guardianes y centinelas. Encontró lo mismo que en otras empresas, vigías mal entrenados, dormidos en su aburrimiento y se le tranquilizo el alma. El plan iba tomando forma mientras mas informes aparecían en la web sobre los abusos de las mineras internacionales. El próximo golpe de El Tacuazín seria simbólico: quería abrirle los ojos a las empresas que lavaban dinero, que traficaban con la tierra de los pueblos callados. Los intereses empresariales estaba comprometidos con la injusticia. El mismo pueblo respiraba un desden a los tribunales, a la policía pagada por silenciar los gritos de disgusto. Aquí mas en cualquier otro lado, habían comunidades enteras contaminadas, intoxicadas por el desarrollo humano, por las maravillas del progreso.
El domingo cuando desayunaba en una cafetería con olor a ebrios de la noche anterior, vestigios del alcoholismo que plagaba estos lugares, escucho un radio distante. En la ciudad, a 5 horas de su desayuno algo sucedía. El bullicio no lograba esconder la emoción del locutor. Alguien había muerto. Un abogado, en la madrugada. Disparos, una bicicleta, repudio, la pólvora de los rumores. Descanso el resto del día.
Los diarios en la mañana mencionaron el nombre en una pequeña esquela. Cuando la leyó Raciel sintió el golpe en la garganta que predecía un futuro inmediato distinto. La historia se había fracturado ante sus propios ojos. El presentimiento del fin caía sobre él de nuevo. No solo conocía el nombre bien, conocía el cuerpo cubierto por los bomberos, reconocía la mano que se salía ensangrentada. Unos ojos que no dan merito.
Esa tarde salio el video. Lo vio por primera y ultima vez.
El martes el video había llegado a los demás países. La primera manifestación diminuta y violenta exploto en frente de la casa presidencial como una de sus bombas. La CICIG asumió el reto y se olvidaron los periódicos momentáneamente de El Tacuazín y los chóferes y los mercados, incluso de la gripe que tenia en jaque al nuevo hogar pasajero de Raciel. Desde las casas de adobe hasta la aldeas de las montañas, en el departamento se sentía la presión de la nación. Como movimientos tectónicos en el cielo, crujiendo bajo el peso de un karma del cual todos disfrutaban y compartían. Algunos mas que todos.
Desde su cuartucho Raciel leía editoriales, redes sociales electrónicas, el unísono del asco colectivo. Por primera vez en años se sintió parte de algo, su cinicismo cedió algunas pulgadas y quiso desmovilizarse, acabar con estas muertes para unirse en el parque a los jóvenes. Con sus esperanzas y su idealismo, y su hambre por justicia. Todos ellos Tacuazines disfrazados, en potencia. Pero el tiempo de las armas había pasado ya para su generación. Ya no creían en el conflicto armado, incluso cuando mas necesario era. O talvez no. Talvez solo era su camino el que se pintaba de corinto semana a semana. Tampoco supo nada de Kemen. Aunque muy dentro de sí rezo porque no estuviera involucrado en el crimen del domingo, aunque en Guatemala sicarios no hacían falta. Se despidió de ese pensamiento con un suspiro amargo y fue por algún trago mas amargo aun. Mañana era el gran día, el sabotaje con aroma a lluvia sobre pavimento en verano. Así olía el día, quiso que s vida tuviese ese perfume, que eso describiera la noche y su tiempo en esta vida.
La noche escondía algo mas, algo secretito de lo cual no se podría separar. Ellos presentían algo y se dio cuenta cuando su mano empezó a temblar. El mismo peso sobre su mente se poso. Había un destino cerca, muy cerca. El tiempo se acelero, la llovizna cobro fuerza, el viento le alejaba su propia sombra nocturna. Debajo de la mascara suspiraba la oscuridad, sudaba frío. Toda la semana había sido un sueño. Plagado de sueños olvidados al despertar. El país entero estaba sumido en una tempestad invisible. Se hacia tarde. Llego cuando los motores de las excavadoras se habían enfriado. Los centinelas veían mitigados la oscuridad alrededor del campamento. Raciel salio de el hoyo que había cavado días antes en la selva vestido de negro, a minutos de donde se escuchaban generadores de energía rugiendo en la paz de la noche contaminada. El rastro químico se extendía varias millas del campamento. Ahí estaba el emisario de las corporaciones internacionales responsables. Ahí estaban los gerentes foráneos, los trabajadores y los vendedores de patria al por menor. Unos 150 en total. Después de la cárcel 150 no eran nada, y mucho menos con guardias portando escopetas semidormidas. Pero la logística de destruir 1 kilómetro cuadrado de edificaciones subterráneas era un reto diferentes. Para ello había convocado fuerzas antes desconocidas para él. Seria el trabajo mas grandioso hasta el momento y el mas terrible. En las aldeas cercanas habían niños de dos y tres años con cáncer terminal y sin atención de salud. Olvidados sus nombres y su dolor. Y todo por oro y otros metales. Talvez también debería darle una lección al Ministerio de Salud pero descarto la idea. Era probable que en un par de misiones mas estaría ya muerto. En el campamento había un tesoro que era suyo por derecho: la venganza del olvido.
Los de la ciudad que hicieran su trabajo, él haría el suyo desde el anonimato. Lo de ellos era cívico, lo suyo humano. El Juicio Final se acercaba y antes de que acabara con su oscuridad el acabaría con algunos condenados de antemano.
El campo minero estaba a unas dos horas de la cabecera atravesando lo poco que quedaba de tierra virgen. Su cabeza rebotaba de bache en bache, y los camiones extractores regresaban por sus pasos. Se mantuvo dos días encerrado en su cuarto, saliendo a largas caminatas reconociendo los alrededores de la región a pie. Evadiendo perros guardianes y centinelas. Encontró lo mismo que en otras empresas, vigías mal entrenados, dormidos en su aburrimiento y se le tranquilizo el alma. El plan iba tomando forma mientras mas informes aparecían en la web sobre los abusos de las mineras internacionales. El próximo golpe de El Tacuazín seria simbólico: quería abrirle los ojos a las empresas que lavaban dinero, que traficaban con la tierra de los pueblos callados. Los intereses empresariales estaba comprometidos con la injusticia. El mismo pueblo respiraba un desden a los tribunales, a la policía pagada por silenciar los gritos de disgusto. Aquí mas en cualquier otro lado, habían comunidades enteras contaminadas, intoxicadas por el desarrollo humano, por las maravillas del progreso.
El domingo cuando desayunaba en una cafetería con olor a ebrios de la noche anterior, vestigios del alcoholismo que plagaba estos lugares, escucho un radio distante. En la ciudad, a 5 horas de su desayuno algo sucedía. El bullicio no lograba esconder la emoción del locutor. Alguien había muerto. Un abogado, en la madrugada. Disparos, una bicicleta, repudio, la pólvora de los rumores. Descanso el resto del día.
Los diarios en la mañana mencionaron el nombre en una pequeña esquela. Cuando la leyó Raciel sintió el golpe en la garganta que predecía un futuro inmediato distinto. La historia se había fracturado ante sus propios ojos. El presentimiento del fin caía sobre él de nuevo. No solo conocía el nombre bien, conocía el cuerpo cubierto por los bomberos, reconocía la mano que se salía ensangrentada. Unos ojos que no dan merito.
Esa tarde salio el video. Lo vio por primera y ultima vez.
El martes el video había llegado a los demás países. La primera manifestación diminuta y violenta exploto en frente de la casa presidencial como una de sus bombas. La CICIG asumió el reto y se olvidaron los periódicos momentáneamente de El Tacuazín y los chóferes y los mercados, incluso de la gripe que tenia en jaque al nuevo hogar pasajero de Raciel. Desde las casas de adobe hasta la aldeas de las montañas, en el departamento se sentía la presión de la nación. Como movimientos tectónicos en el cielo, crujiendo bajo el peso de un karma del cual todos disfrutaban y compartían. Algunos mas que todos.
Desde su cuartucho Raciel leía editoriales, redes sociales electrónicas, el unísono del asco colectivo. Por primera vez en años se sintió parte de algo, su cinicismo cedió algunas pulgadas y quiso desmovilizarse, acabar con estas muertes para unirse en el parque a los jóvenes. Con sus esperanzas y su idealismo, y su hambre por justicia. Todos ellos Tacuazines disfrazados, en potencia. Pero el tiempo de las armas había pasado ya para su generación. Ya no creían en el conflicto armado, incluso cuando mas necesario era. O talvez no. Talvez solo era su camino el que se pintaba de corinto semana a semana. Tampoco supo nada de Kemen. Aunque muy dentro de sí rezo porque no estuviera involucrado en el crimen del domingo, aunque en Guatemala sicarios no hacían falta. Se despidió de ese pensamiento con un suspiro amargo y fue por algún trago mas amargo aun. Mañana era el gran día, el sabotaje con aroma a lluvia sobre pavimento en verano. Así olía el día, quiso que s vida tuviese ese perfume, que eso describiera la noche y su tiempo en esta vida.
La noche escondía algo mas, algo secretito de lo cual no se podría separar. Ellos presentían algo y se dio cuenta cuando su mano empezó a temblar. El mismo peso sobre su mente se poso. Había un destino cerca, muy cerca. El tiempo se acelero, la llovizna cobro fuerza, el viento le alejaba su propia sombra nocturna. Debajo de la mascara suspiraba la oscuridad, sudaba frío. Toda la semana había sido un sueño. Plagado de sueños olvidados al despertar. El país entero estaba sumido en una tempestad invisible. Se hacia tarde. Llego cuando los motores de las excavadoras se habían enfriado. Los centinelas veían mitigados la oscuridad alrededor del campamento. Raciel salio de el hoyo que había cavado días antes en la selva vestido de negro, a minutos de donde se escuchaban generadores de energía rugiendo en la paz de la noche contaminada. El rastro químico se extendía varias millas del campamento. Ahí estaba el emisario de las corporaciones internacionales responsables. Ahí estaban los gerentes foráneos, los trabajadores y los vendedores de patria al por menor. Unos 150 en total. Después de la cárcel 150 no eran nada, y mucho menos con guardias portando escopetas semidormidas. Pero la logística de destruir 1 kilómetro cuadrado de edificaciones subterráneas era un reto diferentes. Para ello había convocado fuerzas antes desconocidas para él. Seria el trabajo mas grandioso hasta el momento y el mas terrible. En las aldeas cercanas habían niños de dos y tres años con cáncer terminal y sin atención de salud. Olvidados sus nombres y su dolor. Y todo por oro y otros metales. Talvez también debería darle una lección al Ministerio de Salud pero descarto la idea. Era probable que en un par de misiones mas estaría ya muerto. En el campamento había un tesoro que era suyo por derecho: la venganza del olvido.
Los de la ciudad que hicieran su trabajo, él haría el suyo desde el anonimato. Lo de ellos era cívico, lo suyo humano. El Juicio Final se acercaba y antes de que acabara con su oscuridad el acabaría con algunos condenados de antemano.
Tuesday, May 19, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO VII. J’VEUX QU’ON BAISE SUR MA TOMBE.
Llega un punto donde el respirar cansa. Estar en la cama, extrañar a todas esas mujeres que son el futuro, y repudiar la necesidad de sobrevivir para llegar a ellas. El acto de inhalar es absurdo, el de exhalar una broma de mal gusto. Encender un cigarro, limpiar la sangre sobre la almohada, rasurarse y guardar cualquier indicio que la noche anterior fue infernal. Toda esa rutina del ilegal, del justiciero que nadie quiere conocer. Nadie quiere ver a los ojos al asesino. En particular cuando se siente mas próximo que cualquier hermano. Se parece demasiado a mi podría pensar uno.
La policía afuera esta rondando. Talvez ya lo encontró, habrá dejado alguna huella dactilar? O su huella inconfundible para que los sabuesos le persigan hasta este dolor en la cama?
Tiene abierta la pierna y ahora es una gran mancha negra. Un brazo esta casi dislocado. La espalda se siente partida en dos. No recuerda casi nada de la noche anterior, pero nuevas cicatrices cubrirán su mapa corporal como nuevos ríos y nuevas cordilleras y nuevas depresiones. Un tapizado de seis meses de operaciones donde el sistema nervioso estalla con los disparos, repitiendo los sismos con ansiedad. Duerme el resto del día.
Ya estoy mejor. Ha sido una semana desde la quema de la comisaría. En el café por la tarde la lluvia paraliza la ciudad. De nuevo ríos cubren las calles y las mujeres corren con las medias enlodadas. Leo y fumo viéndolo todo desde el segundo piso con otros lobos solitarios, aunque ninguno tiene el hedor de sangre en el hocico tan fresca como el tímido Raciel, como yo. Nunca me he sentido tan distante de todos estos lectores que creen que hay algo entre sus líneas, alguna respuesta escondida, algo encriptado que solo ellos podrán entender. Alguna certeza de que en verdad viven. Y cuando comienzo a pensar así intento detenerme. Nada nunca bueno sale de este tren. Y ocurre otra vez el pensamiento recurrente de un veterano harto. De que sirve? Por quien lucho?
La vitalidad de la guerra ha perdido casi todo su romanticismo. En las avenidas solo se ven Poseídos, mas malditos y no hay compasión. Entonces, por quien? Quien vale tanta muerte? La humanidad es un moribundo que clama por ser desconectado de este respirador artificial. Ningún mortal puede desconectarlo, soy la prueba viviente. Necesitamos un cataclismo, un trueno que parta el alma de cada hombre en dos. Un oleaje monstruoso de conciencia. Un meteoro de luz que aplaste cada sombra sin duda, sin ideal, sin discurso mesiánico. Alguien como dios, un sicario lo suficiente poderoso y omnisciente porque mis fuerzas se han debilitado, mi cuerpo ya es demasiado frágil. Anoche soñé, tenia enfrente mío un cuerpo oscuro, un Poseído que se reía de mi, y detrás de él una hilera interminable de Endemoniados que esperaban su turno, riéndose, para que los fusilara. Y mi brazo levantado se erguía entusiasta, pero al querer apretar el gatillo mi cuerpo no obedeció, no respondía a mi llamado de justicia, de frialdad, de miedo y de coraje. El sudor me cubre el rostro enmascarado, que no se den cuenta que soy incapaz de terminar siquiera con el primero, mientras ese alegre me mira, esperando paciente su turno. Y las fuerzas no vienen.
El hombre que se sienta en la mesa de alado me mira serio. Es solo de reojo pero es suficiente para que note su interés. Me pone nervioso porque la taza esta vacía y los cigarros todos exhaustos y sigo allí solo porque estos malditos pensamientos me han enclaustrado entre tanta lluvia y ahora la mano esta tiesa y si el tipo me sorprende a quemarropa no podré reaccionar a tiempo. Él sabe que estoy nervioso y que en cualquier momento me echaré a llorar porque no puedo escapar de este maldito país y he truncado mi futuro como monje budista, como pacifista, como arrepentido. Quien contratara al que hizo la limpieza social en la temporada de asesinatos 2008-2009? Un joven chacal de 21 años, que será de él?
Un viento trae un poco de agua a mi rostro y me la limpio con la camisa. De repente el hombre esta enfrente mío. Ni siquiera lo escuche cambiarse de silla. Incluso ha traído su taza de café consigo. Para tranquilizarme levanta una mano y me enseña que esta desarmado mientras llama a la mesera. Otros dos cafés por favor. Esto irá para largo, pienso yo. Si me matara no pediría dos cafés en una tarde tan linda como esta. Talvez dos tragos pero no dos cafés que te obligan a pensar en lo que decís; un café significa, aislado de su contraparte, que todo terminara antes del segundo sorbo.
Sé quien sos, la embajada tiene una foto tuya nocturna. Así te encontré. Me dice cuando se va la mesera, a lo lejos suena el vapor de expressos siendo preparados.
No me importa mucho la verdad, no he encontrado una sola persona que valide todo esto. Todos siguen pensando que están vivos. Nadie se da cuenta que asesino muertos. O al menos muertos en vida.
Déjame hablar, me dice impaciente. Su acento es muy raro, las palabras a medias quieren distorsionarse y el se esfuerza por rectificar cada silaba antes que su lengua madre las transforme. No trabajo para los gringos, de hecho no les he informado a nadie nada sobre ti. Vine hace una semana y me llamo Kemen, lo único que te puedo decir sobre mi por ahora. Creo que nadie mas sabe quien sos, pero evita el día por unas dos semanas. Me pagaron bien para que te matara y tuve mucha suerte para encontrarte, admiro tu trabajo y convicciones. Aunque sea apolítico.
Esto no es sobre política.
Bueno, lo que sea. La mitad del hemisferio te quiere muerto antes de que podas matar a los suyos. No te estas enfrentando contra solo nacionales, en este paisito están todos metidos. No te entienden muy bien pero mas o menos adivinan quienes son los que hacen falta. Se están armando y si has puesto atención ya sabrás quienes son. Rusos, gringos claro, DEA, CIA, G2, israelitas, albanos, españoles, colombianos, coreanos y algunos mexicanos. Podría intentar encubrirte por un tiempo pero te hallaran tarde o temprano. Así que solo me queda darte una mano.
Porque lo harás?
Porque me hubiera gustado que se me ocurriera esto hace quince años. Aunque incluso si así hubiese sido, talvez no hubiera tenido los cojones de hacerlo a tu edad. Así que, vale la pena. Mañana teminare mi contrato con un operativo que te agradara. Niño, te respeto. No te detengas, yo tampoco te comprendo mucho pero creo saber a donde vas con todo esto. Solo gente como yo sabe lo que es reprocharle a dios ciertas cosas imperdonables. A veces le he reprochado que yo siga vivo pero para alguien como tu servidor 35 años es mucho. Se te desgastan los huesos.
La cadera se le retuerce de dolor y lo comprende sin titubeos, reconoce sus intenciones y se da cuenta que son tan similares. Sus ojos portan la misma cicatriz que solo resplandece cuando el sol se apaga.
Los despistaras?
El tiempo que pueda, escogeré los objetivos mas obvios. Te dejare los golpes claves, con suerte en unas semanas ocurra algo grande como una rebelión o revolución. Entre la confusión podas escapar o terminar el trabajo.
Raciel piensa que para terminar esto tendría que pasar de asesino a genocida.
En todo este tiempo no ha conocido los ojos de este hombre, talvez simula teatralmente leer el periódico debajo de la taza vacía. Pero con quien mas hablaría un hitman internacional vasco en un país ajeno e insignificante para sus contratistas?
Que pasa si necesito contactar?
No podrás, pero si es muy necesario compra un libro de poesía vasca aquí. Me daré cuenta. Mate el café con un gesto de asco. Me dice, Dos fantasmas son mas difíciles de cazar que una sola alma en pena.
La policía afuera esta rondando. Talvez ya lo encontró, habrá dejado alguna huella dactilar? O su huella inconfundible para que los sabuesos le persigan hasta este dolor en la cama?
Tiene abierta la pierna y ahora es una gran mancha negra. Un brazo esta casi dislocado. La espalda se siente partida en dos. No recuerda casi nada de la noche anterior, pero nuevas cicatrices cubrirán su mapa corporal como nuevos ríos y nuevas cordilleras y nuevas depresiones. Un tapizado de seis meses de operaciones donde el sistema nervioso estalla con los disparos, repitiendo los sismos con ansiedad. Duerme el resto del día.
Ya estoy mejor. Ha sido una semana desde la quema de la comisaría. En el café por la tarde la lluvia paraliza la ciudad. De nuevo ríos cubren las calles y las mujeres corren con las medias enlodadas. Leo y fumo viéndolo todo desde el segundo piso con otros lobos solitarios, aunque ninguno tiene el hedor de sangre en el hocico tan fresca como el tímido Raciel, como yo. Nunca me he sentido tan distante de todos estos lectores que creen que hay algo entre sus líneas, alguna respuesta escondida, algo encriptado que solo ellos podrán entender. Alguna certeza de que en verdad viven. Y cuando comienzo a pensar así intento detenerme. Nada nunca bueno sale de este tren. Y ocurre otra vez el pensamiento recurrente de un veterano harto. De que sirve? Por quien lucho?
La vitalidad de la guerra ha perdido casi todo su romanticismo. En las avenidas solo se ven Poseídos, mas malditos y no hay compasión. Entonces, por quien? Quien vale tanta muerte? La humanidad es un moribundo que clama por ser desconectado de este respirador artificial. Ningún mortal puede desconectarlo, soy la prueba viviente. Necesitamos un cataclismo, un trueno que parta el alma de cada hombre en dos. Un oleaje monstruoso de conciencia. Un meteoro de luz que aplaste cada sombra sin duda, sin ideal, sin discurso mesiánico. Alguien como dios, un sicario lo suficiente poderoso y omnisciente porque mis fuerzas se han debilitado, mi cuerpo ya es demasiado frágil. Anoche soñé, tenia enfrente mío un cuerpo oscuro, un Poseído que se reía de mi, y detrás de él una hilera interminable de Endemoniados que esperaban su turno, riéndose, para que los fusilara. Y mi brazo levantado se erguía entusiasta, pero al querer apretar el gatillo mi cuerpo no obedeció, no respondía a mi llamado de justicia, de frialdad, de miedo y de coraje. El sudor me cubre el rostro enmascarado, que no se den cuenta que soy incapaz de terminar siquiera con el primero, mientras ese alegre me mira, esperando paciente su turno. Y las fuerzas no vienen.
El hombre que se sienta en la mesa de alado me mira serio. Es solo de reojo pero es suficiente para que note su interés. Me pone nervioso porque la taza esta vacía y los cigarros todos exhaustos y sigo allí solo porque estos malditos pensamientos me han enclaustrado entre tanta lluvia y ahora la mano esta tiesa y si el tipo me sorprende a quemarropa no podré reaccionar a tiempo. Él sabe que estoy nervioso y que en cualquier momento me echaré a llorar porque no puedo escapar de este maldito país y he truncado mi futuro como monje budista, como pacifista, como arrepentido. Quien contratara al que hizo la limpieza social en la temporada de asesinatos 2008-2009? Un joven chacal de 21 años, que será de él?
Un viento trae un poco de agua a mi rostro y me la limpio con la camisa. De repente el hombre esta enfrente mío. Ni siquiera lo escuche cambiarse de silla. Incluso ha traído su taza de café consigo. Para tranquilizarme levanta una mano y me enseña que esta desarmado mientras llama a la mesera. Otros dos cafés por favor. Esto irá para largo, pienso yo. Si me matara no pediría dos cafés en una tarde tan linda como esta. Talvez dos tragos pero no dos cafés que te obligan a pensar en lo que decís; un café significa, aislado de su contraparte, que todo terminara antes del segundo sorbo.
Sé quien sos, la embajada tiene una foto tuya nocturna. Así te encontré. Me dice cuando se va la mesera, a lo lejos suena el vapor de expressos siendo preparados.
No me importa mucho la verdad, no he encontrado una sola persona que valide todo esto. Todos siguen pensando que están vivos. Nadie se da cuenta que asesino muertos. O al menos muertos en vida.
Déjame hablar, me dice impaciente. Su acento es muy raro, las palabras a medias quieren distorsionarse y el se esfuerza por rectificar cada silaba antes que su lengua madre las transforme. No trabajo para los gringos, de hecho no les he informado a nadie nada sobre ti. Vine hace una semana y me llamo Kemen, lo único que te puedo decir sobre mi por ahora. Creo que nadie mas sabe quien sos, pero evita el día por unas dos semanas. Me pagaron bien para que te matara y tuve mucha suerte para encontrarte, admiro tu trabajo y convicciones. Aunque sea apolítico.
Esto no es sobre política.
Bueno, lo que sea. La mitad del hemisferio te quiere muerto antes de que podas matar a los suyos. No te estas enfrentando contra solo nacionales, en este paisito están todos metidos. No te entienden muy bien pero mas o menos adivinan quienes son los que hacen falta. Se están armando y si has puesto atención ya sabrás quienes son. Rusos, gringos claro, DEA, CIA, G2, israelitas, albanos, españoles, colombianos, coreanos y algunos mexicanos. Podría intentar encubrirte por un tiempo pero te hallaran tarde o temprano. Así que solo me queda darte una mano.
Porque lo harás?
Porque me hubiera gustado que se me ocurriera esto hace quince años. Aunque incluso si así hubiese sido, talvez no hubiera tenido los cojones de hacerlo a tu edad. Así que, vale la pena. Mañana teminare mi contrato con un operativo que te agradara. Niño, te respeto. No te detengas, yo tampoco te comprendo mucho pero creo saber a donde vas con todo esto. Solo gente como yo sabe lo que es reprocharle a dios ciertas cosas imperdonables. A veces le he reprochado que yo siga vivo pero para alguien como tu servidor 35 años es mucho. Se te desgastan los huesos.
La cadera se le retuerce de dolor y lo comprende sin titubeos, reconoce sus intenciones y se da cuenta que son tan similares. Sus ojos portan la misma cicatriz que solo resplandece cuando el sol se apaga.
Los despistaras?
El tiempo que pueda, escogeré los objetivos mas obvios. Te dejare los golpes claves, con suerte en unas semanas ocurra algo grande como una rebelión o revolución. Entre la confusión podas escapar o terminar el trabajo.
Raciel piensa que para terminar esto tendría que pasar de asesino a genocida.
En todo este tiempo no ha conocido los ojos de este hombre, talvez simula teatralmente leer el periódico debajo de la taza vacía. Pero con quien mas hablaría un hitman internacional vasco en un país ajeno e insignificante para sus contratistas?
Que pasa si necesito contactar?
No podrás, pero si es muy necesario compra un libro de poesía vasca aquí. Me daré cuenta. Mate el café con un gesto de asco. Me dice, Dos fantasmas son mas difíciles de cazar que una sola alma en pena.
Sunday, May 3, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO VI. HOME.
Su despertar era como otro sueño. Puesto la alarma para que sonara a las 4 de la tarde, y sin embargo parecían las 6. El aire afuera era caliente y húmedo, no había lluvia y aun todo se empapaba. No desayuno, no se ducho, el impulso simple de mojarse con la nada flotando por el aire, refrescando la ciudad con su paso lento. El viento ya levanta vuelo. Oigo las sirenas, los disparos, la policía y algún niño jugando y sé que sigo en mi patria. Que no soy un exiliado, tampoco un guerrillero ni un paramilitar, un sicario ni un activista. Sigo siendo un asesino, sí, pero detrás hay un sueño del cual nunca se despierta.
Mis pasos me llevan a comprar el diario. La portada claro son los múltiples cuerpos cubiertos con sabanas y toldos plásticos, lo que haya a la mano para divertirla imaginación cada vez mas morbosa de los guatemaltecos. El informe relata algunas predicciones, comunicados públicos, la interpelación del ministro de gobernación que ya no sabe qué hacer, a punto de darse por vencido. Las hipótesis no han cambiado, no hay rastros del responsable ni se sabe su nombre, si las cosas siguen así pronto será una leyenda que cobra vida por las noches. Como el cadejo o el sombrerón. El hermetismo de las autoridades lo tranquilizan un poco. La lluvia lava la sangre y sus pasos quedos.
Por la calle hay rumores de que mercenarios israelitas ingresaron al país para cazarme. La inteligencia gringa ya sabe quien soy pero esperan a que puedan disfrazar mis atentados de musulmanes o cualquier cosa levemente oriental para rematar el caso. Alguien susurra mientras paso que un agente de contrainteligencia vasco sigue mis pasos. Vuelvo la cabeza y no hay nadie.
Comienza a llover fuerte, los taxis pasan haciendo olas en el sistema de drenajes colapsado. Las camionetas son mastodontes acuáticos que lentamente suspiran humo negro a pesar de lo gris que es el día. Mañana tengo clase de francés, debo ir a comprar víveres al super, cambiar un cheque e ir por mas balas a los barrancos de los mercados paralelos. La nostalgia es insufrible.
Un hombre bolo del otro lado de la calle tiene una cara tan triste como la mía. Le quiero sonreír desde mi lado del mundo pero el río que es la carretera nos divide. El gesto no llegaría del otro lado inalterado, lo recibiría como una amenaza, algo de que acobardarse. Siento lastima por él que nunca me vera sonreír y me doy cuenta que soy yo el que da lastima. Con las ojeras y las botas negras sucias. Talvez si le prestara abrigo del frío podríamos hablar de la salvación. Pasa un carro que me corta la figura momentáneamente, al pasar el obstáculo ya hay dos, y el de atrás golpea a mi hombre en la cabeza salvajemente. En la lluvia y sin recato, sabe que nadie se detendrá, nadie levantara una voz que siquiera se ahogue un poco mas cerca del triste poste humano que esta siendo robado y ultrajado. La vida en este mundo lo ha dejado sin fuerzas.
No quiero que me miren, que me reconozcan y de repente me encuentro cruzando la calle. Aprovechando una luz roja llego a la golpiza ya con mi pequeño sable cortando el aire y no pienso en nada cuando golpeo la cara del asaltante. El hombre en el piso no se da cuenta. El caco se recupera fríamente y me dirige una mirada escondida pero es muy tarde para él. Le hundo la nariz en la cabeza algunos centímetros y cuando esta en el suelo lo desarmo. Su brazo derecho, con brazo hábil es fuerte, abro su mano y con algún esfuerzo inconciente corto uno a uno los dedos morenos. La otra mano. La agonía lo paraliza y no puedo ver por la lluvia densa. Solo se que la carne y el hueso tampoco oponen resistencia. Ojo por ojo, mano por mano.
Cuando se levanta extasiado de dolor veo que es un chico. Me alejo corriendo, quiero despertar de este sueño mojado y corinto, gris y frío, ajeno. Por primera vez en mi vida tengo miedo de mi mismo. Tiemblo de miedo.
Tantas cosas que quedan sin hacer. Tanto sin decir.
Mis pasos me llevan a comprar el diario. La portada claro son los múltiples cuerpos cubiertos con sabanas y toldos plásticos, lo que haya a la mano para divertirla imaginación cada vez mas morbosa de los guatemaltecos. El informe relata algunas predicciones, comunicados públicos, la interpelación del ministro de gobernación que ya no sabe qué hacer, a punto de darse por vencido. Las hipótesis no han cambiado, no hay rastros del responsable ni se sabe su nombre, si las cosas siguen así pronto será una leyenda que cobra vida por las noches. Como el cadejo o el sombrerón. El hermetismo de las autoridades lo tranquilizan un poco. La lluvia lava la sangre y sus pasos quedos.
Por la calle hay rumores de que mercenarios israelitas ingresaron al país para cazarme. La inteligencia gringa ya sabe quien soy pero esperan a que puedan disfrazar mis atentados de musulmanes o cualquier cosa levemente oriental para rematar el caso. Alguien susurra mientras paso que un agente de contrainteligencia vasco sigue mis pasos. Vuelvo la cabeza y no hay nadie.
Comienza a llover fuerte, los taxis pasan haciendo olas en el sistema de drenajes colapsado. Las camionetas son mastodontes acuáticos que lentamente suspiran humo negro a pesar de lo gris que es el día. Mañana tengo clase de francés, debo ir a comprar víveres al super, cambiar un cheque e ir por mas balas a los barrancos de los mercados paralelos. La nostalgia es insufrible.
Un hombre bolo del otro lado de la calle tiene una cara tan triste como la mía. Le quiero sonreír desde mi lado del mundo pero el río que es la carretera nos divide. El gesto no llegaría del otro lado inalterado, lo recibiría como una amenaza, algo de que acobardarse. Siento lastima por él que nunca me vera sonreír y me doy cuenta que soy yo el que da lastima. Con las ojeras y las botas negras sucias. Talvez si le prestara abrigo del frío podríamos hablar de la salvación. Pasa un carro que me corta la figura momentáneamente, al pasar el obstáculo ya hay dos, y el de atrás golpea a mi hombre en la cabeza salvajemente. En la lluvia y sin recato, sabe que nadie se detendrá, nadie levantara una voz que siquiera se ahogue un poco mas cerca del triste poste humano que esta siendo robado y ultrajado. La vida en este mundo lo ha dejado sin fuerzas.
No quiero que me miren, que me reconozcan y de repente me encuentro cruzando la calle. Aprovechando una luz roja llego a la golpiza ya con mi pequeño sable cortando el aire y no pienso en nada cuando golpeo la cara del asaltante. El hombre en el piso no se da cuenta. El caco se recupera fríamente y me dirige una mirada escondida pero es muy tarde para él. Le hundo la nariz en la cabeza algunos centímetros y cuando esta en el suelo lo desarmo. Su brazo derecho, con brazo hábil es fuerte, abro su mano y con algún esfuerzo inconciente corto uno a uno los dedos morenos. La otra mano. La agonía lo paraliza y no puedo ver por la lluvia densa. Solo se que la carne y el hueso tampoco oponen resistencia. Ojo por ojo, mano por mano.
Cuando se levanta extasiado de dolor veo que es un chico. Me alejo corriendo, quiero despertar de este sueño mojado y corinto, gris y frío, ajeno. Por primera vez en mi vida tengo miedo de mi mismo. Tiemblo de miedo.
Tantas cosas que quedan sin hacer. Tanto sin decir.
Tuesday, April 28, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO V. CUPID COME.
Los días eran cada vez mas cortos. Las promesas de lluvia que todo el país esperaba, aunque no tanto como la siguiente noticia del golpe del Tacuazín. El sol caía mas rápido, como apuñalado por una mano invisible y con su derrota la noche avorazada daba paso al cambio de rostros. En verdad, esa mascara cada vez estaba mas tiempo puesta. Las noches se regocijaban en su anarquía, orgías de sangre pululaban y el Tacuazín ya era constante en la vida de los inocentes como una esperanza que se teme y en los culpables como un temor sin esperanza. Raciel al mediodía descansaba por fin debajo de algún árbol, poco a poco el Tacuazín le requería mas tiempo y mas energía. Pareciera su nombre dejaría desaparecería mas pronto que la sombra que lo acompañaba a todas partes. Poco a poco tenia menos que perder, y en cierta forma eso le agradaba. Lo hacia mas peligroso, mas implacable; por así decirlo.
Su fama comenzaba a trascender fuera del país. Era de esperarse que otros hiciesen su trabajo afuera de las fronteras en cuestión de meses. Otros Tacuazines para otros Demonios, otros Jueces para otros a ser juzgados, otros asesinos de asesinos. Y gracias a dios por ello, el solo pensamiento de tener que luchar contra los violadores del África, los corruptos de EEUU, los despóticos de Latinoamérica, los silenciosos de Asia lo sobrecogían como el peso de mil vidas desperdiciadas sobre su joven edad. Guatemala era suficiente de por si, suficiente para matar una vida entera y nunca acabar.
Pero por algún lugar debía empezar. Consiguió trabajo como maestro de francés, idioma que su familia le había heredado en una zona pudiente de la ciudad. Ganaba lo suficiente para pagar sus gastos y le dejaba suficiente tiempos para merodear por las noches por las comisarías de la ciudad. Los policías estaban demasiado confiados de sus números avallasadores y era bastante fácil acecharlos, bastaba con disfraces simples o el olor a guaro en la ropa para que le perdieran interés.
Hacían casi dos meses desde el golpe a la cárcel y aun no se recuperaba del todo. Desde entonces algo le obligaba a permanecer despierto, salir a la calle, buscar gente, buena mala lo que caiga. Se había dejado crecer la barba durante este tiempo y estaba irreconocible. Las armas seguían aceitadas y era tiempo para sorprender a las radiopatrullas que descansaban menos que él.
Durante sus investigaciones había reclamado algo que la ciudad se había tragado muchos años antes: la vergüenza. Estos uniformados eran reconocidos por ciertos delitos entre la sociedad pero el esquema real superaba incluso las expectativas del hombre cínico de negro. Quería darles una lección. La prostitución, trafico de drogas, extorsiones menores y alianzas con mareros eran cosa común en las calles donde todo se sabe. Pero estos cerdos habían sobrepasado los limites, por las noches en sus rutinarias giras por los desérticos bulevares las comisadas se estaban haciendo progresivamente carteles de trafico de experiencia. Pronto desplazarían a los dialers locales y se quedarían con los feudos de la droga en sus designadas áreas, sembrando terror con la protección que les ofrecía la ley (o lo que quedara de ella) e ira con sus ejecuciones extrajudiciales. Pero a todo esto Raciel estaba acostumbrado, lo que le empalidecía era la arrogancia de los cerdos. La doble moral que compartían con los curas pedófilos y las rígidas monjas educadoras, los políticos también. Esa solamente era causa suficiente para erradicar del mapa a la comisaría mas odiada y eso hizo. Esa hipocresía…
Cuando se acercaba el pick up encendió las luces de la moto parqueada detrás de los matorrales. Los policías también paranoicos lo notaron al instante. Eran las dos de la madrugada y nadie mas podía rondar ese territorio sin que mínimo le sacaran mordida. Le persiguieron como era previsto, el conductor vestía de negro y sin casco o placa, sin chaleco reflejante identificado. Era presa fácil y los policías cayeron como bovinos en rastro. Lo siguieron por una cuadra y no llamaron refuerzos obviamente, el botín era precioso en su oficio y no podían llamar atención. La moto negra que era inusualmente ruidosa, se detuvo cuando le hicieron señales y el piloto les espero un poco nervioso, sabia lo que le venia y para cualquier otro en el peor de los casos sabia que era la muerte inexpulgable, sin compromisos ni justicia. Ellos eran los reyes de la noche y el motorista mínimo les soltaría unas doscientas varas que eran suficiente para el resto de la madrugada en los burdeles de la zona 1.
Se bajaron los cuatro chontes, armas alzadas y el silencio abrumaba la escena. Nadie salía ya a esa hora, en esa zona. El Tacuazín tenia tiempo suficiente para obrar.
Canche, su licencia. - Le dijo el mas gordo, su bigote grasiento no se movía al hablar.
No tengo oficial. – los otros tres que miraban unos pasos atrás, en la oscuridad se rieron, divertidos por la sentimiento de impotencia que se venia.
Uy, me las pone difícil. Esta bien jodido la verdad. Fíjese que vamos a tener que decomisarle la moto y llevarlo a la comisaría porque esta paseándose en como seis leyes por estas infracciones. –
Nombre! Si yo solo salí a dar un paseo, se lo juro que ya me iba para la casa. Por eso salí sin nada mas que el billete por si algo bueno se me atravesaba. –
Mire canche, esta re jodido, aquí lo único que podemos hacer es que me muestre identificación y nos arreglemos aquí porque si se entera el comisario seguro pasa la noche en el bote y de ahí difícil que salga antes del lunes. Los juzgados se paran desde el viernes. – era jueves. Tenia acento oriental.
Va, sabe qué. Déjeme chequear mi bolsa a ver si cargo algo pa’ la fianza. – Raciel temblaba de la emoción y el frío.
Déle canche y vos morales llámate a la unidad dos que no hay clavo con la moto porque todo esta en orden. –
Raciel Aragón se bajó de la moto que aun rugía y fue a las dos bolsas de cuero que colgaban de la parte de aras de su Honda. De una saco una mascara que se puso a espaldas de los cerdos. Y de la otra produjo un trapo. Hizo como que rebuscaba unos segundos mas.
Cuando se dio la vuelta los hombres tardaron unos segundos en reaccionar, la sorpresa era demasiado grande. Y para cuando comenzaban a mover sus cuerpos en atolondrados gestos ya el trapo dejo salir callados suspiros que derribaron los cuatro cuerpos flojos.
El Tacuazín indaga esos cuerpos: habían placas, cedulas, dinero, armas, municiones, radios y uniformes que le servirían después. Metió todo en su moto y la escondió detrás de los arbustos a unos metros de la carretera. Se vistió como el mas seco del grupo, dos agujeros lo delataban y la sangre pesada y caliente se confunda con el color azul negro. Monto tres cuerpos inertes en la cabina del pick up y el cuarto lo colgó de un árbol para que lo descubrieran en la mañana.
La comisaría estaba a unos kilómetros del lugar y la mascara se sentía cómoda detrás del sudor cargado de adrenalina. Al llegar al edificio sucio y abandonado parquea el pick up entre las demás unidades chocadas y sucias. Hay tres radiopatrullas en la zona rondando y adentro del edificio unos 20 uniformados. Unos viendo tele y otros chupando en la sala vieja que usan para interrogaciones o levantar actas inútiles. En este país todo es inútil. Y si no es inútil, será lento.
Mientras se baja del pick up ve los cuerpos que pacientes se recuestan unos contra los otros. Los ojos están cerrados y rígidos ya. En unos minutos la sangre se filtrara hasta el polvo de la noche. Ya no hay tiempo que perder. Quiere terminar lo antes posible para ir a la próxima comisaria del distrito adjunto. La noche será prolifera. El amanecer servirá para perderse entre las calles hasta el escondite seleccionado de la misión. En estos meses todo ha cambiado para él, el mundo también.
Comencé creyendo que era un ciudadano más, sin poderes ni derechos sobrehumanos. Las muertes, las vejaciones, esa justicia caliente que se siente en la sangre ahora, el abrir y cerrar de los ojos mas rápidos que nunca; todo me ha llevado a pensar que dentro mío cohabita una fuerza mayor. Un poder que nadie mas tiene. La lastima que reparto por las noches y que por la mañana renace como miedo y furor. Destellante esta lastima es mi superpoder. Repartir lastima, tristeza. Todos nos moriremos algún día, de mil y una maneras, con mil y una frustraciones y dolores, pero en vida a los que se rehúsan a verse a los ojos en el espejo, a esos culpables que son demasiado huecos como para afrontarse, a esos les daré tristeza, el dolor mas grande del mundo, a punta de verga los hago despertar. Que la tristeza se apodere de ellos, que se los coma vivos, porque algunos sabrán que cuando muera el día talvez mueran ellos también. Todos tomados de la mano, siendo de nuevo parte del ciclo divino, sugiriendo una salvación a través de las lagrimas.
Se tapo la cara con la gorra desteñida. Algunos de los policías ahí eran inocentes e iracundos por ser parte de esa maquinaria inmunda. Aun así, no harían nada. Tendrían que perder un trabajo, una pensión, un beneficio, un orgullo, un poder si delataban el sistema. La vida si lucharan contra ese sistema del cual eran parte, arrepentidos claro. Igual se los llevaría la que los trajo. La marimbeada comenzó sin pasar palabra. Chonte que salía al pasillo chonte que caía. El silenciado se calentaría a la segunda tolva y apareció la navaja larga, finamente afilada como con amor. En la ala de televisión termino dentro de un cráneo y acaricio debajo del cuello a dos. La pistola hizo el resto del trabajo. La conmoción súbita llamo la atención de la oficina adjunta donde estaba el comisario que se levanto a ver que pasaba. A unos cuantos metros de la sala apareció el Tacuazín y al viejo se le fue el color de la cara. Quiso correr a alertar a sus oficiales e investigadores pero se le ahogaban las palabras.
El viejo corría rápido y ya estaba sudando por el esfuerzo de coger aliento. Lo alcancé de un ultimo salto y caí en su espalda, con la izquierda perfore su nuca unas tres veces hasta que sentí que ya no había mayor cosa que perforar, deje el cuello y corrió a donde estaba el grueso del cuerpo policíaco. Uno de esos tantos, algunos de ellos eran los que habían asesinado empresarios, madres de familia, padres y abuelos. Por qué? Casi siempre porque podían.
Ya venían unos diez o quince a ver que putas pero en su camino encontraron una mano. Se detuvieron espantados y la levantaron con cuidado, tenia el mismo tatuaje que el Gordo, uno de sus compañeros. Cuando sacaron las armas desde arriba sonaron disparos. Una metralleta de la policía no dejaba respirar pero ni al mas valiente, lo acribillo sin que pudieran buscar refugio de la omnipresencia del arma, de las balas, de la furia de esa sombra que se movía de lado a lado en el tejado. Tomó el lanzagranadas que encontró en la radiopatrulla y mando al infierno a los pocos que se habían quedado atrás, en uno de los cuartos administrativos. No eran tan salsas para el combate cuerpo a cuerpo, solo se las podían contra indefensos. Quería que ardiera el edificio entero, el lanzagranadas se lo quedaría para la próxima.
Al salir, los cuerpos lo esperaban todavía atrás, obedientes. Se subió con la mascara puesta y fue por su moto. Era tiempo de darle los buenos días a los hipócritas de la zona 5 porque a veces la cura es peor que la enfermedad.
Su fama comenzaba a trascender fuera del país. Era de esperarse que otros hiciesen su trabajo afuera de las fronteras en cuestión de meses. Otros Tacuazines para otros Demonios, otros Jueces para otros a ser juzgados, otros asesinos de asesinos. Y gracias a dios por ello, el solo pensamiento de tener que luchar contra los violadores del África, los corruptos de EEUU, los despóticos de Latinoamérica, los silenciosos de Asia lo sobrecogían como el peso de mil vidas desperdiciadas sobre su joven edad. Guatemala era suficiente de por si, suficiente para matar una vida entera y nunca acabar.
Pero por algún lugar debía empezar. Consiguió trabajo como maestro de francés, idioma que su familia le había heredado en una zona pudiente de la ciudad. Ganaba lo suficiente para pagar sus gastos y le dejaba suficiente tiempos para merodear por las noches por las comisarías de la ciudad. Los policías estaban demasiado confiados de sus números avallasadores y era bastante fácil acecharlos, bastaba con disfraces simples o el olor a guaro en la ropa para que le perdieran interés.
Hacían casi dos meses desde el golpe a la cárcel y aun no se recuperaba del todo. Desde entonces algo le obligaba a permanecer despierto, salir a la calle, buscar gente, buena mala lo que caiga. Se había dejado crecer la barba durante este tiempo y estaba irreconocible. Las armas seguían aceitadas y era tiempo para sorprender a las radiopatrullas que descansaban menos que él.
Durante sus investigaciones había reclamado algo que la ciudad se había tragado muchos años antes: la vergüenza. Estos uniformados eran reconocidos por ciertos delitos entre la sociedad pero el esquema real superaba incluso las expectativas del hombre cínico de negro. Quería darles una lección. La prostitución, trafico de drogas, extorsiones menores y alianzas con mareros eran cosa común en las calles donde todo se sabe. Pero estos cerdos habían sobrepasado los limites, por las noches en sus rutinarias giras por los desérticos bulevares las comisadas se estaban haciendo progresivamente carteles de trafico de experiencia. Pronto desplazarían a los dialers locales y se quedarían con los feudos de la droga en sus designadas áreas, sembrando terror con la protección que les ofrecía la ley (o lo que quedara de ella) e ira con sus ejecuciones extrajudiciales. Pero a todo esto Raciel estaba acostumbrado, lo que le empalidecía era la arrogancia de los cerdos. La doble moral que compartían con los curas pedófilos y las rígidas monjas educadoras, los políticos también. Esa solamente era causa suficiente para erradicar del mapa a la comisaría mas odiada y eso hizo. Esa hipocresía…
Cuando se acercaba el pick up encendió las luces de la moto parqueada detrás de los matorrales. Los policías también paranoicos lo notaron al instante. Eran las dos de la madrugada y nadie mas podía rondar ese territorio sin que mínimo le sacaran mordida. Le persiguieron como era previsto, el conductor vestía de negro y sin casco o placa, sin chaleco reflejante identificado. Era presa fácil y los policías cayeron como bovinos en rastro. Lo siguieron por una cuadra y no llamaron refuerzos obviamente, el botín era precioso en su oficio y no podían llamar atención. La moto negra que era inusualmente ruidosa, se detuvo cuando le hicieron señales y el piloto les espero un poco nervioso, sabia lo que le venia y para cualquier otro en el peor de los casos sabia que era la muerte inexpulgable, sin compromisos ni justicia. Ellos eran los reyes de la noche y el motorista mínimo les soltaría unas doscientas varas que eran suficiente para el resto de la madrugada en los burdeles de la zona 1.
Se bajaron los cuatro chontes, armas alzadas y el silencio abrumaba la escena. Nadie salía ya a esa hora, en esa zona. El Tacuazín tenia tiempo suficiente para obrar.
Canche, su licencia. - Le dijo el mas gordo, su bigote grasiento no se movía al hablar.
No tengo oficial. – los otros tres que miraban unos pasos atrás, en la oscuridad se rieron, divertidos por la sentimiento de impotencia que se venia.
Uy, me las pone difícil. Esta bien jodido la verdad. Fíjese que vamos a tener que decomisarle la moto y llevarlo a la comisaría porque esta paseándose en como seis leyes por estas infracciones. –
Nombre! Si yo solo salí a dar un paseo, se lo juro que ya me iba para la casa. Por eso salí sin nada mas que el billete por si algo bueno se me atravesaba. –
Mire canche, esta re jodido, aquí lo único que podemos hacer es que me muestre identificación y nos arreglemos aquí porque si se entera el comisario seguro pasa la noche en el bote y de ahí difícil que salga antes del lunes. Los juzgados se paran desde el viernes. – era jueves. Tenia acento oriental.
Va, sabe qué. Déjeme chequear mi bolsa a ver si cargo algo pa’ la fianza. – Raciel temblaba de la emoción y el frío.
Déle canche y vos morales llámate a la unidad dos que no hay clavo con la moto porque todo esta en orden. –
Raciel Aragón se bajó de la moto que aun rugía y fue a las dos bolsas de cuero que colgaban de la parte de aras de su Honda. De una saco una mascara que se puso a espaldas de los cerdos. Y de la otra produjo un trapo. Hizo como que rebuscaba unos segundos mas.
Cuando se dio la vuelta los hombres tardaron unos segundos en reaccionar, la sorpresa era demasiado grande. Y para cuando comenzaban a mover sus cuerpos en atolondrados gestos ya el trapo dejo salir callados suspiros que derribaron los cuatro cuerpos flojos.
El Tacuazín indaga esos cuerpos: habían placas, cedulas, dinero, armas, municiones, radios y uniformes que le servirían después. Metió todo en su moto y la escondió detrás de los arbustos a unos metros de la carretera. Se vistió como el mas seco del grupo, dos agujeros lo delataban y la sangre pesada y caliente se confunda con el color azul negro. Monto tres cuerpos inertes en la cabina del pick up y el cuarto lo colgó de un árbol para que lo descubrieran en la mañana.
La comisaría estaba a unos kilómetros del lugar y la mascara se sentía cómoda detrás del sudor cargado de adrenalina. Al llegar al edificio sucio y abandonado parquea el pick up entre las demás unidades chocadas y sucias. Hay tres radiopatrullas en la zona rondando y adentro del edificio unos 20 uniformados. Unos viendo tele y otros chupando en la sala vieja que usan para interrogaciones o levantar actas inútiles. En este país todo es inútil. Y si no es inútil, será lento.
Mientras se baja del pick up ve los cuerpos que pacientes se recuestan unos contra los otros. Los ojos están cerrados y rígidos ya. En unos minutos la sangre se filtrara hasta el polvo de la noche. Ya no hay tiempo que perder. Quiere terminar lo antes posible para ir a la próxima comisaria del distrito adjunto. La noche será prolifera. El amanecer servirá para perderse entre las calles hasta el escondite seleccionado de la misión. En estos meses todo ha cambiado para él, el mundo también.
Comencé creyendo que era un ciudadano más, sin poderes ni derechos sobrehumanos. Las muertes, las vejaciones, esa justicia caliente que se siente en la sangre ahora, el abrir y cerrar de los ojos mas rápidos que nunca; todo me ha llevado a pensar que dentro mío cohabita una fuerza mayor. Un poder que nadie mas tiene. La lastima que reparto por las noches y que por la mañana renace como miedo y furor. Destellante esta lastima es mi superpoder. Repartir lastima, tristeza. Todos nos moriremos algún día, de mil y una maneras, con mil y una frustraciones y dolores, pero en vida a los que se rehúsan a verse a los ojos en el espejo, a esos culpables que son demasiado huecos como para afrontarse, a esos les daré tristeza, el dolor mas grande del mundo, a punta de verga los hago despertar. Que la tristeza se apodere de ellos, que se los coma vivos, porque algunos sabrán que cuando muera el día talvez mueran ellos también. Todos tomados de la mano, siendo de nuevo parte del ciclo divino, sugiriendo una salvación a través de las lagrimas.
Se tapo la cara con la gorra desteñida. Algunos de los policías ahí eran inocentes e iracundos por ser parte de esa maquinaria inmunda. Aun así, no harían nada. Tendrían que perder un trabajo, una pensión, un beneficio, un orgullo, un poder si delataban el sistema. La vida si lucharan contra ese sistema del cual eran parte, arrepentidos claro. Igual se los llevaría la que los trajo. La marimbeada comenzó sin pasar palabra. Chonte que salía al pasillo chonte que caía. El silenciado se calentaría a la segunda tolva y apareció la navaja larga, finamente afilada como con amor. En la ala de televisión termino dentro de un cráneo y acaricio debajo del cuello a dos. La pistola hizo el resto del trabajo. La conmoción súbita llamo la atención de la oficina adjunta donde estaba el comisario que se levanto a ver que pasaba. A unos cuantos metros de la sala apareció el Tacuazín y al viejo se le fue el color de la cara. Quiso correr a alertar a sus oficiales e investigadores pero se le ahogaban las palabras.
El viejo corría rápido y ya estaba sudando por el esfuerzo de coger aliento. Lo alcancé de un ultimo salto y caí en su espalda, con la izquierda perfore su nuca unas tres veces hasta que sentí que ya no había mayor cosa que perforar, deje el cuello y corrió a donde estaba el grueso del cuerpo policíaco. Uno de esos tantos, algunos de ellos eran los que habían asesinado empresarios, madres de familia, padres y abuelos. Por qué? Casi siempre porque podían.
Ya venían unos diez o quince a ver que putas pero en su camino encontraron una mano. Se detuvieron espantados y la levantaron con cuidado, tenia el mismo tatuaje que el Gordo, uno de sus compañeros. Cuando sacaron las armas desde arriba sonaron disparos. Una metralleta de la policía no dejaba respirar pero ni al mas valiente, lo acribillo sin que pudieran buscar refugio de la omnipresencia del arma, de las balas, de la furia de esa sombra que se movía de lado a lado en el tejado. Tomó el lanzagranadas que encontró en la radiopatrulla y mando al infierno a los pocos que se habían quedado atrás, en uno de los cuartos administrativos. No eran tan salsas para el combate cuerpo a cuerpo, solo se las podían contra indefensos. Quería que ardiera el edificio entero, el lanzagranadas se lo quedaría para la próxima.
Al salir, los cuerpos lo esperaban todavía atrás, obedientes. Se subió con la mascara puesta y fue por su moto. Era tiempo de darle los buenos días a los hipócritas de la zona 5 porque a veces la cura es peor que la enfermedad.
Thursday, April 16, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO IV. LOSING A WHOLE YEAR.
El calor no ayudaba. El cementerio estaba vacío, hileras interminables de casitas de cementos: derruidas, marchitas, quemándose bajo ese sol. El verano había llegado. No daba ganas de moverse, de abrir la boca, de fumar o de matar.
Cuando era niño, en los días de calor se levantaba cansado, con nausea, deseando un terremoto o inundación, golpe de estado o cualquier manifestación que provocara el caos, la cancelación de los colegios, un día diminuto de ocio. Hoy, a los 25, volvía a desear un terremoto o inundación, un golpe de estado o el Apocalipsis. Cualquier razón para dejar de vivir, al menos por, durante una diminuta vida. Se sentía perseguido por las fuerzas del mal, aunque supiera nadie tuviera pistas de quien era el responsable. Aun así, se sentía perseguido por su destino, durante las horas de sol, donde no hay refugio, pensando todo el día en quien merece morir, como un asesino del futuro, pensando en quien esta mejor muerto. Quien quiere el mundo muerto pero nadie esta dispuesto a asumir el terrible precio del destierro social, de la lastima colectiva, de la angustia de siempre huir y cazar.
Faltaban narcos, fugados de prisión, presidentes, operadores de justicia, mas mareros, mas diputados, empresarios y traficantes de personas. Faltaba la suciedad de esta humanidad, faltaba crear caos, faltaba destruir vidas, faltaba sembrar el terror entre los villanos, hacer creer a algunos que había un ángel que les traería tranquilidad al alma, hacer creer a otros que había un demonio suelto cobrando deudas. Todos los Poseídos, es hombre y mujeres que vivían en el miedo, que se habían olvidado de la humanidad y contra la cual solo podían atentar. Que dilema moral podía existir cuando la pregunta era cuantos tiros debía rematarles en la sien?
Faltaba un ejercito de sombras completo, faltaba que lo mataran, faltaba que se supiera su historia e identidad, que lograra inspirar a otros como él a la misma misión. Estos otros, podrían entonces desde sus propios países eliminar dictadores, asesinos, generales, comandantes, lumpen, basuras, bestial y bárbaros; responder con fuego a las amenazas de los Poseídos.
Faltaban los policías.
El día siguiente después de que huyo de la ciudad por una semana, cuando ardió el centro de rehabilitación de menores, los noticieros publicaron una nueva historia que indigno al país entero. Por supuesto nadie hizo nada. Platicaron la nota periodística en grupos herméticos, algunos se aterrorizaron, el repudio de los suspiros que no se atreven a hacerse oír. Un grupo de policías en su intento de hacer parar el automóvil de una matrimonio para pedirles mordidas había soltado un tiro. La bala entro en el carro desde atrás y surco una trayectoria hasta terminar en la cabeza de la esposa. El hombre desconcertado y asustado por la sangre de su mujer que lo cubrió en un instante corrió hasta el mas cercano hospital. Ahí le alcanzo la patrulla donde los cerdos ultrajaron el carro y todo lo que tenia adentro mientras la mujer moría en los brazos de su marido dentro de la sala de emergencias. Durante el velorio al día siguiente comenzaron las llamadas de los cerdos para extorsionarlo. Tuvo que sacar del país a su familia entera después de las amenazas de muerte anónimas. Ese día Raciel meditaba mientras buscaba la sombra entre cruces y lapidas cómo en algún otro cementerio enterraban el cuerpo de la madre, de la hija, de la esposa, de la nieta y de la abuela al mismo tiempo. El gobierno negaba el rol de la patrulla en el asesinato. En una semana mas se olvido el crimen.
Raciel no lo olvidaría.
Cuando era niño, en los días de calor se levantaba cansado, con nausea, deseando un terremoto o inundación, golpe de estado o cualquier manifestación que provocara el caos, la cancelación de los colegios, un día diminuto de ocio. Hoy, a los 25, volvía a desear un terremoto o inundación, un golpe de estado o el Apocalipsis. Cualquier razón para dejar de vivir, al menos por, durante una diminuta vida. Se sentía perseguido por las fuerzas del mal, aunque supiera nadie tuviera pistas de quien era el responsable. Aun así, se sentía perseguido por su destino, durante las horas de sol, donde no hay refugio, pensando todo el día en quien merece morir, como un asesino del futuro, pensando en quien esta mejor muerto. Quien quiere el mundo muerto pero nadie esta dispuesto a asumir el terrible precio del destierro social, de la lastima colectiva, de la angustia de siempre huir y cazar.
Faltaban narcos, fugados de prisión, presidentes, operadores de justicia, mas mareros, mas diputados, empresarios y traficantes de personas. Faltaba la suciedad de esta humanidad, faltaba crear caos, faltaba destruir vidas, faltaba sembrar el terror entre los villanos, hacer creer a algunos que había un ángel que les traería tranquilidad al alma, hacer creer a otros que había un demonio suelto cobrando deudas. Todos los Poseídos, es hombre y mujeres que vivían en el miedo, que se habían olvidado de la humanidad y contra la cual solo podían atentar. Que dilema moral podía existir cuando la pregunta era cuantos tiros debía rematarles en la sien?
Faltaba un ejercito de sombras completo, faltaba que lo mataran, faltaba que se supiera su historia e identidad, que lograra inspirar a otros como él a la misma misión. Estos otros, podrían entonces desde sus propios países eliminar dictadores, asesinos, generales, comandantes, lumpen, basuras, bestial y bárbaros; responder con fuego a las amenazas de los Poseídos.
Faltaban los policías.
El día siguiente después de que huyo de la ciudad por una semana, cuando ardió el centro de rehabilitación de menores, los noticieros publicaron una nueva historia que indigno al país entero. Por supuesto nadie hizo nada. Platicaron la nota periodística en grupos herméticos, algunos se aterrorizaron, el repudio de los suspiros que no se atreven a hacerse oír. Un grupo de policías en su intento de hacer parar el automóvil de una matrimonio para pedirles mordidas había soltado un tiro. La bala entro en el carro desde atrás y surco una trayectoria hasta terminar en la cabeza de la esposa. El hombre desconcertado y asustado por la sangre de su mujer que lo cubrió en un instante corrió hasta el mas cercano hospital. Ahí le alcanzo la patrulla donde los cerdos ultrajaron el carro y todo lo que tenia adentro mientras la mujer moría en los brazos de su marido dentro de la sala de emergencias. Durante el velorio al día siguiente comenzaron las llamadas de los cerdos para extorsionarlo. Tuvo que sacar del país a su familia entera después de las amenazas de muerte anónimas. Ese día Raciel meditaba mientras buscaba la sombra entre cruces y lapidas cómo en algún otro cementerio enterraban el cuerpo de la madre, de la hija, de la esposa, de la nieta y de la abuela al mismo tiempo. El gobierno negaba el rol de la patrulla en el asesinato. En una semana mas se olvido el crimen.
Raciel no lo olvidaría.
Tuesday, March 24, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO III. ALL I NEED.
Hay síntomas que revelan la paranoia: el peso inmune a la luz del corazón, la antigua descomposición de los pasos sobre aceras agrietadas, cerrar los ojos y no querer abrirlos de nuevo. Todas esas palabras que buscan servilletas y contraportadas de libros, las mismas que no dejan dormir hasta que la mano no las escriba, hasta que no las sangre. El presentimiento de algo sacro que se acaba de perder, un noticiero nocturno, una canción fatal, un beso amargo…
Ese día había comenzado con dolor, el peso del mundo que invadió en algún momento de la noche su sueño. Se habían despertado al menos unas diez veces, sudoroso, agotado. Lo único real parecía ser el acero de su automática en la mesa de noche. El resto eran tinieblas y demonios que al saber faltaban al menos 15 minutos para las cuatro am habían salido a divertirse. Esa mañana, cumplía Raciel dos meses de no vestirse de negro, de no encender su vieja moto 550cc, de no matar. Habían sido días difíciles, la culpa no se había presentado todavía, pero la paranoia en cambio rondaba durante el día en turnos de 24horas por el país. Había abandonado casi todo de su pasado, amigos, pareja y familia. Su rutina era cada vez mas insoportable; apartamento, trabajo, visitas al jardín interno a fumar tembloroso, apartamento. Ahí releía todos los periódicos por quinta vez, fumaba, tomaba y para las once el aburrimiento calaba, se iba a dormir.
Pero esa mañana sintió el verdadero peso de la humanidad, una carga sobre cada movimiento del cuerpo, una depresión azul que le llenaba de dudas. Se quedo largos minutos delante del desayuno frío pensando, demasiado por su propio bien. Habían voces en todas partes del cuarto estrecho, cada una defendiendo un Raciel distinto, cada una con una opinión diferente sobre El Tacuazín. El sentido de salir de ese cuarto, de laborar delante del computador, de subirse a la misma camioneta que dejaba un rastro azul-negro detrás cada día, en cada calle atestada. Que sentido? Que fin podía cualquier hombre alcanzar que no fuera el del arte en estos tiempos?
Volvió al cuarto y en las paredes aparecieron los únicos souvenirs de Europa, una época dorada y añeja que poco se comunicaba con su presente. Una edad sin peso, o mejor dicho, sin compromiso, sin sacrificio. Los pósters decoraban manchas de humedad en la pared blanca, eran unos nueve o diez pósters de pinturas de Goya, cada una cara y exclusiva, reproducciones del Prado. Su única posesión a parte de las cosas del Tacuazín, su compañero de cuarto que no regresaba hacía ya 58 noches. Un desaparecido mas.
Las pinturas eran fieles, obras fieles de un artista. Algunas eran claras y las otras como manchas de pintura negra casi arbitrariamente compuestas hasta formar cuadros irregulares, oscuros como la locura del artista. Ese era su ideal, el de crear. De niño imaginaba ciudades resplandecientes, de adolescente composiciones orquestarles, creaciones maduras de genio y emoción, de humanismo irrespetuoso a cánones o juicios de valor. Quien hubiera dicho que terminaría siendo un artista, destruyendo para hacer espacio para todas las utopías que cada día parecían mas distantes, y a la vez mas necesarias. Ese era su sentido: destruir el viejo orden. Alguien mas seria el que reconstruyera lo que Raciel se encargara de demoler.
Regreso a su desayuno un poco mas despejado, el peso del presente todavía lo perseguía pero al menos ya no estaba atado a su cuello. El periódico fue lo primero que buscó, titulares mientras engullía el cereal y la leche de un tazón grande. Una fotografía salto del periódico, él la recogió con cuidado estudiándola, viendo su referencia en la pagina y buscando el articulo: un centro de detención para menores de edad, pandilleros todos se habían amotinado en la cárcel para exigir la restitución de sus antiguos privilegios, es decir, prostitutas, drogas, alcohol y televisores de pantalla plana. La rebelión interna había durado toda la mañana y los tres rehenes; un maestro, una cocinera y un guardia que no le dio tiempo de salirse. Para el mediodía la policía ya cercaba el perímetro. Ninguna autoridad apareció. Los mareros tomaron al maestro y sus pequeñas manos morenas, diminutas armas lo arrastraron hasta el cuarto adjunto. Los otros dos temblaban mientras los gritos sofocaban la música que usaban de distractor. Afuera nadie sabia que sucedía. Adentro los gritos duraron solo minutos, aunque suficientes, vastos para que los menores, antes tiernas criaturas demolieran el cráneo, amputaran extremidades, degollaran con eficiencia y salieron a bailar. Exhibiendo orgullosos un rostro doloroso, un baño de sangre, un pelo alborotado, cercenado desde abajo y termino en el aire. Al caer al piso se convirtió en un regalo para los carceleros que deberían después limpiar las manchas, encasquetar el cuerpo torturado. Bailaron y dieron vueltas, y tentaron y rieron, caníbales. Una hora mas tarde antimotines entraron, reestablecieron el orden y todo retomo su antiguo orden confuso, ilógico y patético. Desde adentro se hacen llamadas, se organizan extorsiones, se mata y se saldan cuentas. Esos son los reclusos, los que atraparon y no dejaron salir al día siguiente, los que esperarían unos 4 años antes de ir a tribunales si no se fugaban antes. Afuera un ejercito de hermanos demonios los esperaba. Los que traficaban desde adentro, los que se asesinan uno a los otros, los salvajes. Los no-humanos, los que todos temen y aun así, quienes son? Quienes podrán ser? Quien de esos miles que veo todos los día cuando voy a trabajar podrá ser uno de ellos? Raciel sin palabras deja caer inmóvil el papel, que mas da. A cuantos matar? A quienes? Que se necesita para obligar a los que no eligen la oscuridad darse cuenta que se necesita mas. La oración ya no basta. La sangre no ora, fluye. Una plegaria no la detiene, tampoco el progreso humano. La sangre es obvia, pero solo es un síntoma mas, como su tristeza. Adentro esta el verdadero mal, ese que Raciel comenzaba a conocer a fondo, al cual le había visto la cara en algunas ocasiones. Los poseídos.
Los mismos periódicos comenzaban a olvidar los misteriosos asesinatos del Tacuazín. Un mes sin pistas, sin declaraciones, sin disparo calculador. Esa noche serviría de testimonio. Desenterró la pistola, la chaqueta de cuero negra, las livianas botas militares y esa mascara amorfa. Son las doce y enciende la moto, se levanta el portón de la bodega alquilada. A dos cuadras ya no esta Raciel, la mascara cubre lo suficiente como para que desde ningún ángulo aparente se note su indiferencia. Sus ojos, sus dos ojos en cambio dicen algo, un tanto triste y un tanto pavoroso. Están alejados del camino que corre, el viento por entre las rendijas de la mascara lo hacen llorar un poco. Su convicción es la misma de hace un mes. Y como no va a serlo, nada a cambiado. Cierto, los ladrones descarados han dejado de robar, saben son presa fácil. Los sofisticados han perfeccionado métodos, eliminado sistemáticamente cabos sueltos. La corrupción se ha reducido apenas lo suficiente como para no matar también la furia del Tacuazín.
La montaña crece ante él, pronto el iluminado publico cesa. Se ciega la luz de la moto y avanza en la oscuridad. Son los momentos antes del ataque cuando quisiera ser un verdadero héroe, no solo un niño enmascarado jugando con armas, sin poderes sin protección, sin siquiera seguridad de que esta jugando en el bando correcto. Tan solo la furia que sabe no desaparecerá hasta castigar a esos que no conoce, que no quiere conocer. Suficiente se vive como para querer buscar altas ideas de los poseídos.
Son las dos, la seguridad esta relajada, los guardias están todos durmiendo. Son pocos los reos que quieren salir, demasiado bonanza, demasiado fácil es prosperar cuando la policía y la milicia protegen al crimen organizado desde afuera. Son pocos lo que quieren salir, les conviene quedarse y cuando lo quieran, lo harán. En el mundo donde se desea ellos tienen el dinero para saciar. Los guardias duermen y las luces del presidio están casi todas agotadas, algunos están todavía tomando en sus casas prefabricadas, pagadas por las mafias. Comienza por ellos.
La ventana esta abierta, después de arrastrarse por unos 100metros, evade las luces que aun encandilan sus ojos. Adentro hay cuatro adolescentes, están festejando, o talvez simplemente riendo. Están sobrios, están alertas, no confían entre sí, se temen y conviven solo como poseídos. No buscan dinero, ni poder, ni sexo ni placeres. Esos son excusas baratas que dan cuando los entrevistan, son remedios para el miedo popular que expiran. No saben que buscan pero lo sienten. Una adicción a las tinieblas, a los altos mandos del infierno, la necesidad de olvidar su humanidad y así repeler su voluntad, su libertad y las consecuencias de la posesión. Una confusión perpetua de la cual nunca saldrán. La pistola .22 es eficiente, suelta unos 14 tiros antes de que los cuatro cuerpos se deslicen hasta suelo sucio. Estos son los primeros de la noche y para la mañana el centro de reclusos estará vacío, listo para admitir a los siguientes 400 adolescentes. Destituidos de movimiento, los cuerpos son apilados en una esquina. Pronto se alarmaran los otros sectores porque el silencio es súbito. Hasta ahora se comienza a extrañar esas carcajadas de niños traviesos, y son tanto mas que solo niños aunque la edad engañe. Se apaga la luz. Siguiente sector.
Los otros son mucho mas fáciles, estaban dormidos y así se quedan. La sangre oscura comienza a llenar la noche. En algunas horas el olor de matanza, de rastro dominará la madrugada con su rocío y su luz violeta. Dejan de respirar 20 cuerpos en veinte catres detrás de celdas. El Tacuazín no tiene tiempo de pensar si alguno ahí era inocente, en las mujeres embarazadas que esta dejando sin futuro padre, en las madres que lloraran sobre el cuerpo de sus hijos endemoniados. Curiosa la piedad humana.
El miedo no lo ha reconocido aun. No se presenta, pronto lo hará y el Tacuazín espera que para cuando llegue él estará lejos de ahí, cuan lejos pueda antes de que la noticia se filtre por los sueños del país. Las tolvas se cambian rápidamente, compulsivas, sin control. Los disparos no dejan de salir. 50 niños muertos, desde el 22avo ya le basta un tiro para terminar el trabajo, percibe la cabeza escondida y mugrienta en el almohadón. Es mejor para poder racionar tiros, un tiro y un respiro menos. Ninguno gime, ninguno se despierta, no pude dejar que ni uno solo abra los ojos porque entonces con suerte le den muerte los policías. Si los centinelas adelante de los mareros lo capturan sufrirá como mil mártires, como un millón de santos, como infinitas victimas del sistema. Ese es el plan B, descargarse la pistola en la sien.
Las hileras de celdas se llenan de frío cuando el pasa, un tiro aquí y otro allá. Ha eliminado a mas de 120 poseídos en menos de 28 minutos y su cuerpo se siente cada vez mas ligero, cada vez que cambia una tolva fresca. La pistola se podría recalentar, tengo balas para otros 100, después a eliminar a los centinelas y a plantar la granada.
Solo son dos muchachos los que esperan a la entrada de la bodega. Él comenzó desde adentro, como un parasito que nada entre las venas del cuerpo y asoma la cabeza por la noche, por algún orificio inapropiado. Se dirige hasta la entrada por adentro, hay 80 cuerpos ahí que no alertarán a nadie. Guarda la .22 y produce un KBAR. Lo único beneficioso del inmenso mercado negro de armas de Guatemala fue lo fácil que fue adquirir su modesto arsenal. Al lado de la bodega C3 esta la cuarta y ultima. Ahí entrara una bomba que eliminara a unos 6 con la explosión, también abrirá un boqueta en la pared que da a las afueras de la prisión. Al boque de pinos en donde esta la estación de guardias.
Abre la puerta y los centinelas tardan dos segundos en darse la vueltas, botar los cigarrillos y reaccionar con sorpresa al enmascarado. Suficiente tiempo para que el cuchillo los desgarre múltiples veces. Raciel ni siquiera miraba que golpeaba con la punta. Simplemente sabia que cualquier lugar arriba del pecho donde introducir la navaja seria bueno. La pelea acabo pronto, fatigado y nervioso encendió un cigarro para esconder el olor de la sangre derramada. Ya comenzaban a coagularse sobre sus pantalones de lona negros grandes manchas calientes. Sus piernas estaban cansadas y la respiración le faltaba, que distinto era sentir la carne sobre la mano desnuda, las uñas recibiendo el liquido feroz que desde la oscuridad al apretar el gatillo.
Se levanto con el cigarro que les robo en la boca, cantando leve una canción, algo tranquilo y sencillo. Un himno para el final de la noche. El bosque en las afueras respiraba sobre el un suspiro frío. Las sombras de la cuarta bóveda le abrieron paso y ahí disparo su penúltima tolva. Nadie se movió, un policía se acercaba a la cerca. Uno de los únicos cuatro despiertos esa noche. Desenrosco el silenciador y disparo un tiro que acertó en la cabeza del oficial. Pasos se escucharon y adentro las celdas revivían con agitación, levitando con la conmoción de que otra revuelta había comenzado sin ellos. Había una confusión adentro cuando un paquete de tres libra hizo un thump! Dentro de la celda de un pequeño violador. La explosión lo lanzó sobre su cuerpo mientras corría hasta su agujero de malla. La adrenalina había recedido momentáneamente y ahora lo asfixiaba, un nudo en la garganta como el de la mañana.
Los Tacuazines son marsupiales distintivos de la fauna guatemalteca. Apetitosos para algunos, rondan los jardines de las ciudades, sus calles de madrugada, cuando un carro los ilumina corren torpes hasta la sombra de algún árbol, trepan y cavan. parecen roedores e inofensivos, omnívoros frágiles y un tanto lentos. Pero hay algo que solo los que han arrinconado a un tacuazín saben, la fuerza de su mordida. Capaz de trabar la mandíbula sobre cualquier cosa que muerdan, se debe matarlos o volarles la cabeza para que dejen ir, y aun así es una tarea difícil y peligrosa. Infecciosos y hediondos, se pasean en la oscuridad, animales nocturnos.
La explosión tuvo su cometido. Los reos huyeron despavoridos a la primera oportunidad. El Tacuazín disparo contra los policías que se vestían presurosos, escopeta en mano. Tres cayeron mientras él se arrastraba por debajo de la malla, apenas suficiente como para que pasara el agujero invisible en la oscuridad. Los guardias creyeron que era un fuga masiva, el fuego comenzaba a extenderse por el techo del cuarto albergue. Los otros reos trepaban cercas y se peleaban por ser los primeros en el gran escape, pero no eran tantos. Los que lograban salir era muertos a tiros a los pocos pasos afuera. Los que sobraban dentro morían ahí mismo. Los guardias eliminando uno a uno a los revoltosos, asesinos; a los mismos que les habían pagados días antes por reestablecer sus privilegios ilegales. La venganza de los uniformados terminó de hacer el trabajo por el hombre que escapaba por entre el bosque en una moto negra. Rugiendo y apartándose de la ciudad hacia los campos abiertos por la carretera desierta.
Ese día había comenzado con dolor, el peso del mundo que invadió en algún momento de la noche su sueño. Se habían despertado al menos unas diez veces, sudoroso, agotado. Lo único real parecía ser el acero de su automática en la mesa de noche. El resto eran tinieblas y demonios que al saber faltaban al menos 15 minutos para las cuatro am habían salido a divertirse. Esa mañana, cumplía Raciel dos meses de no vestirse de negro, de no encender su vieja moto 550cc, de no matar. Habían sido días difíciles, la culpa no se había presentado todavía, pero la paranoia en cambio rondaba durante el día en turnos de 24horas por el país. Había abandonado casi todo de su pasado, amigos, pareja y familia. Su rutina era cada vez mas insoportable; apartamento, trabajo, visitas al jardín interno a fumar tembloroso, apartamento. Ahí releía todos los periódicos por quinta vez, fumaba, tomaba y para las once el aburrimiento calaba, se iba a dormir.
Pero esa mañana sintió el verdadero peso de la humanidad, una carga sobre cada movimiento del cuerpo, una depresión azul que le llenaba de dudas. Se quedo largos minutos delante del desayuno frío pensando, demasiado por su propio bien. Habían voces en todas partes del cuarto estrecho, cada una defendiendo un Raciel distinto, cada una con una opinión diferente sobre El Tacuazín. El sentido de salir de ese cuarto, de laborar delante del computador, de subirse a la misma camioneta que dejaba un rastro azul-negro detrás cada día, en cada calle atestada. Que sentido? Que fin podía cualquier hombre alcanzar que no fuera el del arte en estos tiempos?
Volvió al cuarto y en las paredes aparecieron los únicos souvenirs de Europa, una época dorada y añeja que poco se comunicaba con su presente. Una edad sin peso, o mejor dicho, sin compromiso, sin sacrificio. Los pósters decoraban manchas de humedad en la pared blanca, eran unos nueve o diez pósters de pinturas de Goya, cada una cara y exclusiva, reproducciones del Prado. Su única posesión a parte de las cosas del Tacuazín, su compañero de cuarto que no regresaba hacía ya 58 noches. Un desaparecido mas.
Las pinturas eran fieles, obras fieles de un artista. Algunas eran claras y las otras como manchas de pintura negra casi arbitrariamente compuestas hasta formar cuadros irregulares, oscuros como la locura del artista. Ese era su ideal, el de crear. De niño imaginaba ciudades resplandecientes, de adolescente composiciones orquestarles, creaciones maduras de genio y emoción, de humanismo irrespetuoso a cánones o juicios de valor. Quien hubiera dicho que terminaría siendo un artista, destruyendo para hacer espacio para todas las utopías que cada día parecían mas distantes, y a la vez mas necesarias. Ese era su sentido: destruir el viejo orden. Alguien mas seria el que reconstruyera lo que Raciel se encargara de demoler.
Regreso a su desayuno un poco mas despejado, el peso del presente todavía lo perseguía pero al menos ya no estaba atado a su cuello. El periódico fue lo primero que buscó, titulares mientras engullía el cereal y la leche de un tazón grande. Una fotografía salto del periódico, él la recogió con cuidado estudiándola, viendo su referencia en la pagina y buscando el articulo: un centro de detención para menores de edad, pandilleros todos se habían amotinado en la cárcel para exigir la restitución de sus antiguos privilegios, es decir, prostitutas, drogas, alcohol y televisores de pantalla plana. La rebelión interna había durado toda la mañana y los tres rehenes; un maestro, una cocinera y un guardia que no le dio tiempo de salirse. Para el mediodía la policía ya cercaba el perímetro. Ninguna autoridad apareció. Los mareros tomaron al maestro y sus pequeñas manos morenas, diminutas armas lo arrastraron hasta el cuarto adjunto. Los otros dos temblaban mientras los gritos sofocaban la música que usaban de distractor. Afuera nadie sabia que sucedía. Adentro los gritos duraron solo minutos, aunque suficientes, vastos para que los menores, antes tiernas criaturas demolieran el cráneo, amputaran extremidades, degollaran con eficiencia y salieron a bailar. Exhibiendo orgullosos un rostro doloroso, un baño de sangre, un pelo alborotado, cercenado desde abajo y termino en el aire. Al caer al piso se convirtió en un regalo para los carceleros que deberían después limpiar las manchas, encasquetar el cuerpo torturado. Bailaron y dieron vueltas, y tentaron y rieron, caníbales. Una hora mas tarde antimotines entraron, reestablecieron el orden y todo retomo su antiguo orden confuso, ilógico y patético. Desde adentro se hacen llamadas, se organizan extorsiones, se mata y se saldan cuentas. Esos son los reclusos, los que atraparon y no dejaron salir al día siguiente, los que esperarían unos 4 años antes de ir a tribunales si no se fugaban antes. Afuera un ejercito de hermanos demonios los esperaba. Los que traficaban desde adentro, los que se asesinan uno a los otros, los salvajes. Los no-humanos, los que todos temen y aun así, quienes son? Quienes podrán ser? Quien de esos miles que veo todos los día cuando voy a trabajar podrá ser uno de ellos? Raciel sin palabras deja caer inmóvil el papel, que mas da. A cuantos matar? A quienes? Que se necesita para obligar a los que no eligen la oscuridad darse cuenta que se necesita mas. La oración ya no basta. La sangre no ora, fluye. Una plegaria no la detiene, tampoco el progreso humano. La sangre es obvia, pero solo es un síntoma mas, como su tristeza. Adentro esta el verdadero mal, ese que Raciel comenzaba a conocer a fondo, al cual le había visto la cara en algunas ocasiones. Los poseídos.
Los mismos periódicos comenzaban a olvidar los misteriosos asesinatos del Tacuazín. Un mes sin pistas, sin declaraciones, sin disparo calculador. Esa noche serviría de testimonio. Desenterró la pistola, la chaqueta de cuero negra, las livianas botas militares y esa mascara amorfa. Son las doce y enciende la moto, se levanta el portón de la bodega alquilada. A dos cuadras ya no esta Raciel, la mascara cubre lo suficiente como para que desde ningún ángulo aparente se note su indiferencia. Sus ojos, sus dos ojos en cambio dicen algo, un tanto triste y un tanto pavoroso. Están alejados del camino que corre, el viento por entre las rendijas de la mascara lo hacen llorar un poco. Su convicción es la misma de hace un mes. Y como no va a serlo, nada a cambiado. Cierto, los ladrones descarados han dejado de robar, saben son presa fácil. Los sofisticados han perfeccionado métodos, eliminado sistemáticamente cabos sueltos. La corrupción se ha reducido apenas lo suficiente como para no matar también la furia del Tacuazín.
La montaña crece ante él, pronto el iluminado publico cesa. Se ciega la luz de la moto y avanza en la oscuridad. Son los momentos antes del ataque cuando quisiera ser un verdadero héroe, no solo un niño enmascarado jugando con armas, sin poderes sin protección, sin siquiera seguridad de que esta jugando en el bando correcto. Tan solo la furia que sabe no desaparecerá hasta castigar a esos que no conoce, que no quiere conocer. Suficiente se vive como para querer buscar altas ideas de los poseídos.
Son las dos, la seguridad esta relajada, los guardias están todos durmiendo. Son pocos los reos que quieren salir, demasiado bonanza, demasiado fácil es prosperar cuando la policía y la milicia protegen al crimen organizado desde afuera. Son pocos lo que quieren salir, les conviene quedarse y cuando lo quieran, lo harán. En el mundo donde se desea ellos tienen el dinero para saciar. Los guardias duermen y las luces del presidio están casi todas agotadas, algunos están todavía tomando en sus casas prefabricadas, pagadas por las mafias. Comienza por ellos.
La ventana esta abierta, después de arrastrarse por unos 100metros, evade las luces que aun encandilan sus ojos. Adentro hay cuatro adolescentes, están festejando, o talvez simplemente riendo. Están sobrios, están alertas, no confían entre sí, se temen y conviven solo como poseídos. No buscan dinero, ni poder, ni sexo ni placeres. Esos son excusas baratas que dan cuando los entrevistan, son remedios para el miedo popular que expiran. No saben que buscan pero lo sienten. Una adicción a las tinieblas, a los altos mandos del infierno, la necesidad de olvidar su humanidad y así repeler su voluntad, su libertad y las consecuencias de la posesión. Una confusión perpetua de la cual nunca saldrán. La pistola .22 es eficiente, suelta unos 14 tiros antes de que los cuatro cuerpos se deslicen hasta suelo sucio. Estos son los primeros de la noche y para la mañana el centro de reclusos estará vacío, listo para admitir a los siguientes 400 adolescentes. Destituidos de movimiento, los cuerpos son apilados en una esquina. Pronto se alarmaran los otros sectores porque el silencio es súbito. Hasta ahora se comienza a extrañar esas carcajadas de niños traviesos, y son tanto mas que solo niños aunque la edad engañe. Se apaga la luz. Siguiente sector.
Los otros son mucho mas fáciles, estaban dormidos y así se quedan. La sangre oscura comienza a llenar la noche. En algunas horas el olor de matanza, de rastro dominará la madrugada con su rocío y su luz violeta. Dejan de respirar 20 cuerpos en veinte catres detrás de celdas. El Tacuazín no tiene tiempo de pensar si alguno ahí era inocente, en las mujeres embarazadas que esta dejando sin futuro padre, en las madres que lloraran sobre el cuerpo de sus hijos endemoniados. Curiosa la piedad humana.
El miedo no lo ha reconocido aun. No se presenta, pronto lo hará y el Tacuazín espera que para cuando llegue él estará lejos de ahí, cuan lejos pueda antes de que la noticia se filtre por los sueños del país. Las tolvas se cambian rápidamente, compulsivas, sin control. Los disparos no dejan de salir. 50 niños muertos, desde el 22avo ya le basta un tiro para terminar el trabajo, percibe la cabeza escondida y mugrienta en el almohadón. Es mejor para poder racionar tiros, un tiro y un respiro menos. Ninguno gime, ninguno se despierta, no pude dejar que ni uno solo abra los ojos porque entonces con suerte le den muerte los policías. Si los centinelas adelante de los mareros lo capturan sufrirá como mil mártires, como un millón de santos, como infinitas victimas del sistema. Ese es el plan B, descargarse la pistola en la sien.
Las hileras de celdas se llenan de frío cuando el pasa, un tiro aquí y otro allá. Ha eliminado a mas de 120 poseídos en menos de 28 minutos y su cuerpo se siente cada vez mas ligero, cada vez que cambia una tolva fresca. La pistola se podría recalentar, tengo balas para otros 100, después a eliminar a los centinelas y a plantar la granada.
Solo son dos muchachos los que esperan a la entrada de la bodega. Él comenzó desde adentro, como un parasito que nada entre las venas del cuerpo y asoma la cabeza por la noche, por algún orificio inapropiado. Se dirige hasta la entrada por adentro, hay 80 cuerpos ahí que no alertarán a nadie. Guarda la .22 y produce un KBAR. Lo único beneficioso del inmenso mercado negro de armas de Guatemala fue lo fácil que fue adquirir su modesto arsenal. Al lado de la bodega C3 esta la cuarta y ultima. Ahí entrara una bomba que eliminara a unos 6 con la explosión, también abrirá un boqueta en la pared que da a las afueras de la prisión. Al boque de pinos en donde esta la estación de guardias.
Abre la puerta y los centinelas tardan dos segundos en darse la vueltas, botar los cigarrillos y reaccionar con sorpresa al enmascarado. Suficiente tiempo para que el cuchillo los desgarre múltiples veces. Raciel ni siquiera miraba que golpeaba con la punta. Simplemente sabia que cualquier lugar arriba del pecho donde introducir la navaja seria bueno. La pelea acabo pronto, fatigado y nervioso encendió un cigarro para esconder el olor de la sangre derramada. Ya comenzaban a coagularse sobre sus pantalones de lona negros grandes manchas calientes. Sus piernas estaban cansadas y la respiración le faltaba, que distinto era sentir la carne sobre la mano desnuda, las uñas recibiendo el liquido feroz que desde la oscuridad al apretar el gatillo.
Se levanto con el cigarro que les robo en la boca, cantando leve una canción, algo tranquilo y sencillo. Un himno para el final de la noche. El bosque en las afueras respiraba sobre el un suspiro frío. Las sombras de la cuarta bóveda le abrieron paso y ahí disparo su penúltima tolva. Nadie se movió, un policía se acercaba a la cerca. Uno de los únicos cuatro despiertos esa noche. Desenrosco el silenciador y disparo un tiro que acertó en la cabeza del oficial. Pasos se escucharon y adentro las celdas revivían con agitación, levitando con la conmoción de que otra revuelta había comenzado sin ellos. Había una confusión adentro cuando un paquete de tres libra hizo un thump! Dentro de la celda de un pequeño violador. La explosión lo lanzó sobre su cuerpo mientras corría hasta su agujero de malla. La adrenalina había recedido momentáneamente y ahora lo asfixiaba, un nudo en la garganta como el de la mañana.
Los Tacuazines son marsupiales distintivos de la fauna guatemalteca. Apetitosos para algunos, rondan los jardines de las ciudades, sus calles de madrugada, cuando un carro los ilumina corren torpes hasta la sombra de algún árbol, trepan y cavan. parecen roedores e inofensivos, omnívoros frágiles y un tanto lentos. Pero hay algo que solo los que han arrinconado a un tacuazín saben, la fuerza de su mordida. Capaz de trabar la mandíbula sobre cualquier cosa que muerdan, se debe matarlos o volarles la cabeza para que dejen ir, y aun así es una tarea difícil y peligrosa. Infecciosos y hediondos, se pasean en la oscuridad, animales nocturnos.
La explosión tuvo su cometido. Los reos huyeron despavoridos a la primera oportunidad. El Tacuazín disparo contra los policías que se vestían presurosos, escopeta en mano. Tres cayeron mientras él se arrastraba por debajo de la malla, apenas suficiente como para que pasara el agujero invisible en la oscuridad. Los guardias creyeron que era un fuga masiva, el fuego comenzaba a extenderse por el techo del cuarto albergue. Los otros reos trepaban cercas y se peleaban por ser los primeros en el gran escape, pero no eran tantos. Los que lograban salir era muertos a tiros a los pocos pasos afuera. Los que sobraban dentro morían ahí mismo. Los guardias eliminando uno a uno a los revoltosos, asesinos; a los mismos que les habían pagados días antes por reestablecer sus privilegios ilegales. La venganza de los uniformados terminó de hacer el trabajo por el hombre que escapaba por entre el bosque en una moto negra. Rugiendo y apartándose de la ciudad hacia los campos abiertos por la carretera desierta.
Thursday, March 12, 2009
EL TACUAZIN. CAPITULO II. THE CEDAR ROOM.
La azotea del edificio estaba desolada, murmuro de palomas de ciudad, inmensas, sonaba detrás de él. Abajo un mar de guardaespaldas esperaban que el presidente del congreso saliera por fin, el mismo Señor Diputado que se tronaba los dedos en su oficina mientras firmaba los contratos que al día siguiente saldrían en los papeles matutinos, junto a la noticia de la lamentable perdida de uno de los padres de la patria, y en una escuela pequeñita, desapercibida la noticia de ese niño que fue asesinado brutalmente por la pandillas.
Los otros dos habían sido fáciles. Aun asi le habían tomado casi dos semanas de preparación, sabia muy bien que la primera misión era decisiva. La policía comenzaba a entender que no se enfrentaban contra la antigua guerrilla, esos ya estaban todos comprados. Tampoco el narcotráfico que había comprado a la policía (se los hubieran dicho antes de los golpes). Talvez los militares, algún vergueo interno, pero era dudoso. No, era alguien mas. Y se estaba quebrando uno a uno a todos los cabezones de la bancada oficial. Todos sabían a quien le tocaba. Las miradas en la calle lo delataba, el nerviosismo en su despacho, los llantos quedos de los hijos y la mujer traicionada que no sabia muy bien porqué lloraba.
Cuando la puerta trasera del edificio salio el hombre gordo que todos esperaban. La mira se despejo y a través de ellas estaba una barriga prominente, después una nariz desagradable, los dos ojitos que miraban nerviosos entre las espaldas entacuchadas de sus hombres de confianza. Todo un escudo humano a su perímetro. La mascara le cubrió el rostro y desapareció así su figura contra la cortina inmunda del cielo smog. La mira recorrió con paciencia los pasos pesados del hombre que hablaba sobre cómo evadir las esquinas peligrosas en su trayecto a casa, era uno de los hombres mas odiados del país por lo que creían que él pudiera ser responsable de la mierda que sucedía cada día en las calles. El Tacuazín sabia que este hombre solo era un mediador desde adentro del gobierno, pero aun así su valor estratégico merecía la bala que pronto hallaría hogar dentro del cráneo. A parte, tenia tiempo suficiente, una vida de hecho, para eliminar a los verdaderos patrones.
La bomba casera hizo una parábola perfecta desde la oscuridad de la azotea hasta descansar al costado de una d las camionetas de la caravana de seguridad. Su mira siguió el vuelo del paquete y cuando toco tierra soltó el tiro haciendo volar una decena de entacuchados y la suburban negra en donde se comenzaban a subir. La otra docena y el Señor Diputado fueron empujados por la detonación unos cuatro metros para caer de espaldas en el pavimento mojado. Atontados y respirando el humo de un incendio en plena calle que comenzaba a saltar de viga en viga hasta cubrir el techo del edificio del venerable congreso, los guardaespaldas buscaron la dirección del disparo.
‘Mírame cerote, mirame.’ Le imploraba El Tacuazín desde arriba. Le quería ver los ojos, alguna ultima plegaria, algún ultimo adiós.
El Diputado vio el rostro negro, plano y ominoso desde un techo apenas visible, talvez algo de malicia en su estoicismo, algo no natural que le hizo dar gracias no lo habían agarrado como a los otros. El tiro se fue sin recato y asesto en el final de la calva levantándole la tapa de la cabeza como un peluquín por el viento. Los guardaespaldas comenzaron a disparar y el Tacuazín corrió, saltando de tejado en tejado hasta encontrar la moto parqueada, tres cuadras atrás un fuego se levantaba a carcajadas sobre el poder legislativo crujiente.
Los otros dos habían sido fáciles. Aun asi le habían tomado casi dos semanas de preparación, sabia muy bien que la primera misión era decisiva. La policía comenzaba a entender que no se enfrentaban contra la antigua guerrilla, esos ya estaban todos comprados. Tampoco el narcotráfico que había comprado a la policía (se los hubieran dicho antes de los golpes). Talvez los militares, algún vergueo interno, pero era dudoso. No, era alguien mas. Y se estaba quebrando uno a uno a todos los cabezones de la bancada oficial. Todos sabían a quien le tocaba. Las miradas en la calle lo delataba, el nerviosismo en su despacho, los llantos quedos de los hijos y la mujer traicionada que no sabia muy bien porqué lloraba.
Cuando la puerta trasera del edificio salio el hombre gordo que todos esperaban. La mira se despejo y a través de ellas estaba una barriga prominente, después una nariz desagradable, los dos ojitos que miraban nerviosos entre las espaldas entacuchadas de sus hombres de confianza. Todo un escudo humano a su perímetro. La mascara le cubrió el rostro y desapareció así su figura contra la cortina inmunda del cielo smog. La mira recorrió con paciencia los pasos pesados del hombre que hablaba sobre cómo evadir las esquinas peligrosas en su trayecto a casa, era uno de los hombres mas odiados del país por lo que creían que él pudiera ser responsable de la mierda que sucedía cada día en las calles. El Tacuazín sabia que este hombre solo era un mediador desde adentro del gobierno, pero aun así su valor estratégico merecía la bala que pronto hallaría hogar dentro del cráneo. A parte, tenia tiempo suficiente, una vida de hecho, para eliminar a los verdaderos patrones.
La bomba casera hizo una parábola perfecta desde la oscuridad de la azotea hasta descansar al costado de una d las camionetas de la caravana de seguridad. Su mira siguió el vuelo del paquete y cuando toco tierra soltó el tiro haciendo volar una decena de entacuchados y la suburban negra en donde se comenzaban a subir. La otra docena y el Señor Diputado fueron empujados por la detonación unos cuatro metros para caer de espaldas en el pavimento mojado. Atontados y respirando el humo de un incendio en plena calle que comenzaba a saltar de viga en viga hasta cubrir el techo del edificio del venerable congreso, los guardaespaldas buscaron la dirección del disparo.
‘Mírame cerote, mirame.’ Le imploraba El Tacuazín desde arriba. Le quería ver los ojos, alguna ultima plegaria, algún ultimo adiós.
El Diputado vio el rostro negro, plano y ominoso desde un techo apenas visible, talvez algo de malicia en su estoicismo, algo no natural que le hizo dar gracias no lo habían agarrado como a los otros. El tiro se fue sin recato y asesto en el final de la calva levantándole la tapa de la cabeza como un peluquín por el viento. Los guardaespaldas comenzaron a disparar y el Tacuazín corrió, saltando de tejado en tejado hasta encontrar la moto parqueada, tres cuadras atrás un fuego se levantaba a carcajadas sobre el poder legislativo crujiente.
EL TACUAZIN. CAPITULO I. TEENAGE ANGST.
Las primeras noches la ciudad no se inmuto por la aparición de ese nuevo ciudadano en su territorio. Uno mas de entre millones de otros con rostros iguales, con vidas exactas, con frustraciones mismas. La diferencia con este y los otros es que la sombra se movía solo en noches sin luna. Tan solo un hombre contra dos mil años de infamia, contra un enemigo invisible que poblaba cada centímetro de historia, cada minuto geográfico del globo. La frustraciones de todos los que, desde el silencio sometido sabían que algo andaba mal en este mundo y que ante la dimensión del suicidio o peor aun, el fracaso económico y social se dimensionaban en las proporciones correctas, soy tan solo un hombre entre multitudes tan desosegadas como yo. Pero por las venas de el Tacuazín corría solo frustración, en su mente el descontento de millones de parias que ante todo detestan su propia cobardía, en su voz la anonimidad de un insecto desafiante al universo desinteresado. Solo un hombre con mascara. Y algunas armas.
El Tacuazín es un hombre joven, que se arma en la oscuridad, que deambula despacio entre las tristezas ajenas de la ciudad y la nación. Sus dos nombres son igualmente olvidables. Sus dos personas insignificantes. Piensa demasiado en el fin y considera el suicidio ante la imposibilidad de actuar en contra del tiempo. Es un hombre que no nació porque nadie ha visto su rostro llano, que no puede amar mas que la lluvia que hace inaudibles sus pasos como dos gotas mas de agua.
El Tacuazín tiene dos nombres pero nadie conoce su verdadero, conocen su apodo porque lleva dos meses repartiendo muerte. Es un héroe proclamado por los indefensos que hace lo que otros quieren pero no pueden, a veces porque la culpa acecha hasta a la muerte misma, a veces porque el miedo a perder las insignificancias de sus vidas es mayor que el deseo de acabar con la vida misma, por mas ciega y aburrida sea. Por eso existen las mascaras, para convocar a los fantasmas en las noches, sin titubeos. Por eso existe la oscuridad, para armarnos de valor a ser quienes sabemos somos pero la luz y sus ojos infinitos nos hace esconder.
Este mundo necesita héroes, necesita hombre que pierdan su nombre y reputación, la comodidad de saber que por esa noche no cayeron asesinados por un celular o cien pesos. Esta sociedad necesita héroes, lastimosamente solo un sicópata, dulce pero sicópata, apareció por la vacante.
Algunos dicen que puede levantar vuelo cuando las luces de la policía se acerca. Otros aseguran que le vieron detener una tanqueta con su pie descalzo. El Tacuazín nadie sabe de donde salio, pero se sabe vive de la lluvia y el desvelo. Se sabe que anda solo, caminando o corriendo, en una moto negra sin placas. Que tiene una chumpa de cuero negra y un rifle que suena desde el techo de edificios. Que persigue carros escurridizos y desde su mano salen balas. Nunca habla. A veces duerme en su cuartucho por semanas, a veces caza hambriento y las calles zumban con los rumores de la siguiente cabeza que rodara. Estos rumores no son infundados, son certeros, como su plomo y su vista. Que mide dos metros y habla la lengua de los demonios que hasta los abuelos olvidaron. Que al caminar el suelo se abre paso para dejarlo pasar. Su mirada atraviesa paredes y es roja como la luz de los puteros mas andrajosos. Se viste de negro para poder convivir con las esquinas que todo lo ven en la zona 1. Solo los indigentes conocen su presencia. Solo los míseros saben como ríe. Solo los justos le acompañan en su soledad. Los locos le comprenden. Que mata diputados y ministros y hace al presidente llorar. Asesina asesinos, y degolla corruptos, aterroriza narcos y vándalos, despelleja mareros y juzga sin hablar. Todos sabes quien será el siguiente y nadie hará nada por él porque es inevitable su pago porque los pecados nunca se pueden cegar. Se dice sabe todo de quien roba y para quien, de quien mato y porque, de quien traiciono y por cuanto, de quien violo y en donde. Y no se sabe mas.
Y alguien habla callado adentro. La ventana transpira el sonido a gotas, afuera una sombra siente la noche fría del valle. El viento sopla fuerte y la casa gime dolorosa, escondiendo sus pasos calculados. Es una casa nueva y grande, con lujos obvios desde el portón resguardado por dos campesinos a quienes les entregaron escopetas y les dijeron: “que aquí no pase nadie, y si se quieren pasar de cabrones plomeen.” Uno de ellos duerme cansado, después de un turno de doce horas, donde los patrones le hacen caras porque a los desconocidos que debían conocer de cara no los dejaron pasar sin pedirle la licencia. El otro parece medir menos que el alto de la escopeta doce, talvez un niño, no sabe español y esta viendo TV, aburrido de intentar ver figuras en la oscuridad. La sombra los pasa sin retraso alguno, no vale la pena silenciarlos; apenas saben como disparar sus armas. Del otro lado del terreno dos chuchos grandes ladran y él se escabulle debajo de unos arbustos podados como pajaritos y gatitos. Hasta llegar a la única ventana con luz. El resto de la casa esta oscura, dejando dormir a la familia del poseído que junto a otros de sus iguales se embriagan en el estudio mientras discuten cómo desfalcar al Estado. No sin permiso del Presidente del Congreso.
“Ya nos avisaron que la ley debe estar pasada para junio. Ahí nos van a caer un par de millones a cada uno. Después tenemos que vender ese contrato de carretera en el altiplano, ese hay que dividirlo con la otra bancada por lo que va a ser un cacho menos, como medio por cabeza. Aparte, como vas con lo de la minera?” El hombre es bajito y desagradable, redondo en todas partes y su cara es áspera. Por las noches va a gastar grandes sumas a restaurantes caros, donde todos los que lo ven saben que es un ladrón. Un ladrón de pueblo, un mafioso sin clase que llego al congreso por un trance u otro. La casa la compro dos meses de haber juramentado el curul. Aun así, todos los respetables del restaurante lo saludan honorablemente, se preguntaran si por hipocresía o por miedo.
“Los de la minera querían que le diéramos vuelta a toda la ley, pero eso les va a costar. Creen que eso de explotar oro y platino sale de gratis, cuando si no fuera por nosotros a la semana los pueblos le queman la minera y los linchan a todos. Les pela que sean gringos o canadienses. Pero ellos ya saben que les va a tocar soltar. ¿Querés otro traguito?”
Los otros tres no dicen nada. Solo escuchan como se habla, como se roba y como se manipulan entre si. Aprendiendo. De vez en cuando uno de ellos se ríe para que los otros no se olviden que esta allí, que algo le tiene que caer aunque sea por hacerse el divertido.
El Tacuazín lleva una hora con la espalda a la pared, sobre el la luz que se filtra amenaza con iluminarle las botas militares negras. Le comienza a dar sueño, cosa que puede ser fatal para la operación, lleva dos semanas trabajándola y hoy va a meterles un vergazo al primero que se le aparezca. Decide pensar, lo único que lo mantendrá despierto hasta que los diputados se embolen y por fin decidan salir manejando de regreso a sus casas. Lo cual a juzgar por las estupideces que dicen no faltara mucho.
‘Solo uno tengo que matar hoy. Quiero que los otros en el velorio se miren a las caras, y en sus ojos reconozcan mi nombre, como un miedo común que trasciende cualquier palabra. Quiero que sepan que en una semana estarán de regreso en ese lugar, esperando enterrar a otro y a otro. Quiero que se den cuenta que no importa que hagan uno de ellos va a parar tieso. No sin antes verme, arrepentirse con esa ultima mirada, suplicar con un puchero, reconocer que la conciencia no siempre esta dentro de uno, calladita y obediente. Ojala se apuren que tengo clase hoy a las ocho.’
Alrededor de la casa el barranco ofrecía la primera ruta de despliegue tras el golpe. Algún búho sonó su alarma desde la altura de la arboleda. El viento se llevo el sonido. Por fin torpes pasos se escucharon adentro, se ponían chaquetas, se reían vulgares y alguno ofreció sacar otra botella del carro, los otros dijeron algo y hubo una discusión. Los cuatro carros esperaban debajo de árboles, la luna esa noche había adivinado las intenciones de la sombra y todo era oscuridad. Uno a uno fueron saliendo, encendiendo los motores con dificultad. Y la sombra no era anunciada, sin sospechas se movió con libertad entre el ruido de los escapes. Ninguno había traído guardaespaldas, ninguno pensó que fuera posible. En fila india, los carros fueron arrancando, uno tras otro hacia la garita, bocinando embrutecido por el alcohol para que el niño de la escopeta operara el portón eléctrico. Solo un carro se quedo a tras.
El diputado Juárez estaba luchando por abrir los ojos ante la nausea, cuando se movió la puerta del copiloto. Pensó que era su colega que venia a fastidiarlo por borracho, y qué bueno porque no podía ni moverse, pero un sombra se subió. Solo sus ojos brillaban y un miedo le mojo la espalda, bajando desde el cuello como hielo hasta las nalgas. Se le fueron las fuerzas, el efecto del alcohol se evaporo de su mente en un segundo, quiso vomitar pero la mirada. No lo dejaba ver otra parte. Esta petrificado y quiso decir que era padre, que su niñita no tenia ni 4, que el varón tenia juego de fut el sábado, que hacia lo que hacia porque había crecido pobre, que la marginación, que los oligarcas, que el poder, que no era su culpa, que el sistema era ajeno a lo que él hacia o pensaba. Que lo sentía y que no volvía a hacer nada, que hablaría con la prensa si lo dejaba irse. Que…
No le dio tiempo porque una espiga afilada se introdujo con suavidad en cada ojo. El se retorció con fuerza intentando quitarse el cinturón de seguridad, recobrando la voz, pero el silenciador detono una y otra y otra vez perforándole el cuello, los pulmones, el estomago, algo estallaba adentro, sin doler pero quemándole cerca del corazón, abrazando sus intestino con un fuego extraño. La respiración le faltaba. La puerta se abrió y un viento frío entro inmediatamente, ocupando el lugar de esa sombra. Sentía parte de esa sombra arrastrándolo al dolor, al arrepentimiento a la lucha desvanecida por la vida. La sombra se lo trago lentamente. Ese olor a carne cruda cubriéndolo. Un búho a la distancia…
El Señor Diputado salio por la mañana, de goma y extrañado por su colega que se quedo doblado al volante. Pensando en la chingadera que le tendría al medio día en el pleno. Uno de sus chuchos grandes se le acerco lamiéndose el hocico colorado, particularmente contento.
El Tacuazín es un hombre joven, que se arma en la oscuridad, que deambula despacio entre las tristezas ajenas de la ciudad y la nación. Sus dos nombres son igualmente olvidables. Sus dos personas insignificantes. Piensa demasiado en el fin y considera el suicidio ante la imposibilidad de actuar en contra del tiempo. Es un hombre que no nació porque nadie ha visto su rostro llano, que no puede amar mas que la lluvia que hace inaudibles sus pasos como dos gotas mas de agua.
El Tacuazín tiene dos nombres pero nadie conoce su verdadero, conocen su apodo porque lleva dos meses repartiendo muerte. Es un héroe proclamado por los indefensos que hace lo que otros quieren pero no pueden, a veces porque la culpa acecha hasta a la muerte misma, a veces porque el miedo a perder las insignificancias de sus vidas es mayor que el deseo de acabar con la vida misma, por mas ciega y aburrida sea. Por eso existen las mascaras, para convocar a los fantasmas en las noches, sin titubeos. Por eso existe la oscuridad, para armarnos de valor a ser quienes sabemos somos pero la luz y sus ojos infinitos nos hace esconder.
Este mundo necesita héroes, necesita hombre que pierdan su nombre y reputación, la comodidad de saber que por esa noche no cayeron asesinados por un celular o cien pesos. Esta sociedad necesita héroes, lastimosamente solo un sicópata, dulce pero sicópata, apareció por la vacante.
Algunos dicen que puede levantar vuelo cuando las luces de la policía se acerca. Otros aseguran que le vieron detener una tanqueta con su pie descalzo. El Tacuazín nadie sabe de donde salio, pero se sabe vive de la lluvia y el desvelo. Se sabe que anda solo, caminando o corriendo, en una moto negra sin placas. Que tiene una chumpa de cuero negra y un rifle que suena desde el techo de edificios. Que persigue carros escurridizos y desde su mano salen balas. Nunca habla. A veces duerme en su cuartucho por semanas, a veces caza hambriento y las calles zumban con los rumores de la siguiente cabeza que rodara. Estos rumores no son infundados, son certeros, como su plomo y su vista. Que mide dos metros y habla la lengua de los demonios que hasta los abuelos olvidaron. Que al caminar el suelo se abre paso para dejarlo pasar. Su mirada atraviesa paredes y es roja como la luz de los puteros mas andrajosos. Se viste de negro para poder convivir con las esquinas que todo lo ven en la zona 1. Solo los indigentes conocen su presencia. Solo los míseros saben como ríe. Solo los justos le acompañan en su soledad. Los locos le comprenden. Que mata diputados y ministros y hace al presidente llorar. Asesina asesinos, y degolla corruptos, aterroriza narcos y vándalos, despelleja mareros y juzga sin hablar. Todos sabes quien será el siguiente y nadie hará nada por él porque es inevitable su pago porque los pecados nunca se pueden cegar. Se dice sabe todo de quien roba y para quien, de quien mato y porque, de quien traiciono y por cuanto, de quien violo y en donde. Y no se sabe mas.
Y alguien habla callado adentro. La ventana transpira el sonido a gotas, afuera una sombra siente la noche fría del valle. El viento sopla fuerte y la casa gime dolorosa, escondiendo sus pasos calculados. Es una casa nueva y grande, con lujos obvios desde el portón resguardado por dos campesinos a quienes les entregaron escopetas y les dijeron: “que aquí no pase nadie, y si se quieren pasar de cabrones plomeen.” Uno de ellos duerme cansado, después de un turno de doce horas, donde los patrones le hacen caras porque a los desconocidos que debían conocer de cara no los dejaron pasar sin pedirle la licencia. El otro parece medir menos que el alto de la escopeta doce, talvez un niño, no sabe español y esta viendo TV, aburrido de intentar ver figuras en la oscuridad. La sombra los pasa sin retraso alguno, no vale la pena silenciarlos; apenas saben como disparar sus armas. Del otro lado del terreno dos chuchos grandes ladran y él se escabulle debajo de unos arbustos podados como pajaritos y gatitos. Hasta llegar a la única ventana con luz. El resto de la casa esta oscura, dejando dormir a la familia del poseído que junto a otros de sus iguales se embriagan en el estudio mientras discuten cómo desfalcar al Estado. No sin permiso del Presidente del Congreso.
“Ya nos avisaron que la ley debe estar pasada para junio. Ahí nos van a caer un par de millones a cada uno. Después tenemos que vender ese contrato de carretera en el altiplano, ese hay que dividirlo con la otra bancada por lo que va a ser un cacho menos, como medio por cabeza. Aparte, como vas con lo de la minera?” El hombre es bajito y desagradable, redondo en todas partes y su cara es áspera. Por las noches va a gastar grandes sumas a restaurantes caros, donde todos los que lo ven saben que es un ladrón. Un ladrón de pueblo, un mafioso sin clase que llego al congreso por un trance u otro. La casa la compro dos meses de haber juramentado el curul. Aun así, todos los respetables del restaurante lo saludan honorablemente, se preguntaran si por hipocresía o por miedo.
“Los de la minera querían que le diéramos vuelta a toda la ley, pero eso les va a costar. Creen que eso de explotar oro y platino sale de gratis, cuando si no fuera por nosotros a la semana los pueblos le queman la minera y los linchan a todos. Les pela que sean gringos o canadienses. Pero ellos ya saben que les va a tocar soltar. ¿Querés otro traguito?”
Los otros tres no dicen nada. Solo escuchan como se habla, como se roba y como se manipulan entre si. Aprendiendo. De vez en cuando uno de ellos se ríe para que los otros no se olviden que esta allí, que algo le tiene que caer aunque sea por hacerse el divertido.
El Tacuazín lleva una hora con la espalda a la pared, sobre el la luz que se filtra amenaza con iluminarle las botas militares negras. Le comienza a dar sueño, cosa que puede ser fatal para la operación, lleva dos semanas trabajándola y hoy va a meterles un vergazo al primero que se le aparezca. Decide pensar, lo único que lo mantendrá despierto hasta que los diputados se embolen y por fin decidan salir manejando de regreso a sus casas. Lo cual a juzgar por las estupideces que dicen no faltara mucho.
‘Solo uno tengo que matar hoy. Quiero que los otros en el velorio se miren a las caras, y en sus ojos reconozcan mi nombre, como un miedo común que trasciende cualquier palabra. Quiero que sepan que en una semana estarán de regreso en ese lugar, esperando enterrar a otro y a otro. Quiero que se den cuenta que no importa que hagan uno de ellos va a parar tieso. No sin antes verme, arrepentirse con esa ultima mirada, suplicar con un puchero, reconocer que la conciencia no siempre esta dentro de uno, calladita y obediente. Ojala se apuren que tengo clase hoy a las ocho.’
Alrededor de la casa el barranco ofrecía la primera ruta de despliegue tras el golpe. Algún búho sonó su alarma desde la altura de la arboleda. El viento se llevo el sonido. Por fin torpes pasos se escucharon adentro, se ponían chaquetas, se reían vulgares y alguno ofreció sacar otra botella del carro, los otros dijeron algo y hubo una discusión. Los cuatro carros esperaban debajo de árboles, la luna esa noche había adivinado las intenciones de la sombra y todo era oscuridad. Uno a uno fueron saliendo, encendiendo los motores con dificultad. Y la sombra no era anunciada, sin sospechas se movió con libertad entre el ruido de los escapes. Ninguno había traído guardaespaldas, ninguno pensó que fuera posible. En fila india, los carros fueron arrancando, uno tras otro hacia la garita, bocinando embrutecido por el alcohol para que el niño de la escopeta operara el portón eléctrico. Solo un carro se quedo a tras.
El diputado Juárez estaba luchando por abrir los ojos ante la nausea, cuando se movió la puerta del copiloto. Pensó que era su colega que venia a fastidiarlo por borracho, y qué bueno porque no podía ni moverse, pero un sombra se subió. Solo sus ojos brillaban y un miedo le mojo la espalda, bajando desde el cuello como hielo hasta las nalgas. Se le fueron las fuerzas, el efecto del alcohol se evaporo de su mente en un segundo, quiso vomitar pero la mirada. No lo dejaba ver otra parte. Esta petrificado y quiso decir que era padre, que su niñita no tenia ni 4, que el varón tenia juego de fut el sábado, que hacia lo que hacia porque había crecido pobre, que la marginación, que los oligarcas, que el poder, que no era su culpa, que el sistema era ajeno a lo que él hacia o pensaba. Que lo sentía y que no volvía a hacer nada, que hablaría con la prensa si lo dejaba irse. Que…
No le dio tiempo porque una espiga afilada se introdujo con suavidad en cada ojo. El se retorció con fuerza intentando quitarse el cinturón de seguridad, recobrando la voz, pero el silenciador detono una y otra y otra vez perforándole el cuello, los pulmones, el estomago, algo estallaba adentro, sin doler pero quemándole cerca del corazón, abrazando sus intestino con un fuego extraño. La respiración le faltaba. La puerta se abrió y un viento frío entro inmediatamente, ocupando el lugar de esa sombra. Sentía parte de esa sombra arrastrándolo al dolor, al arrepentimiento a la lucha desvanecida por la vida. La sombra se lo trago lentamente. Ese olor a carne cruda cubriéndolo. Un búho a la distancia…
El Señor Diputado salio por la mañana, de goma y extrañado por su colega que se quedo doblado al volante. Pensando en la chingadera que le tendría al medio día en el pleno. Uno de sus chuchos grandes se le acerco lamiéndose el hocico colorado, particularmente contento.
EL TACUAZIN. INTRODUCCION. WENDY CLEAR.
Entra a la oficina un hombre feo, bajo que habla rápidamente, un payaso rehabilitado promoviendo un centro de acopio para los miles de adictos que todavía no saben que lo son. La Ley Antitabaco acaba de ser aprobada, No camina hacia las afueras, hacia la avenida congestionada, son las 5 y el trafico se mece con alaridos por las arterias. Afuera, prendo el cigarro y adentro me espera el computador que nunca se apaga, nunca descansa. Un hombre en las escaleras esta leyendo el periódico, en la portada, mientras fuma tranquilo grandes letras adornan el marco paranoico: CRISIS!. Todos saben que están en la mierda, hasta el cuello en muerte y miseria, nadie se mueve de enfrente de la pantalla resplandeciente. El hombre sigue fumando, un viento baja desde las montañas hacia este valle, corriendo, escapando de algo. Del invierno que todavía se niega a morir. Entre el calor del pavimento arrasa con hojas y hedores de comida callejera y termina golpeando al lector en el rostro. Él esta ensimismado en sus letras, pero en ese instante cierra los ojos y baja el papel, levanta el rostro y deja que el viento lo sacuda hasta el alma.
Cierran la oficina, es hora de ir a casa. Es hora de reincorporarse a los ríos de hormigas que transitan conglomerándose en autobuses y calles calientes, haciéndose paso de entre otros anónimos que huelen mal, que están cansados, que no tienen tiempo para darse cuenta que están realmente frustrados, que su niñez murió con los asesinado de ayer, con los números rojos en los informes sanitarios. Se entremezcla y siente el sudor de la señora gorda que sabe estará ahí, incomoda, por al menos otras tres horas. Ella tiene el pelo pintado de rubio y una obscena barriga se le sale del jeans ajustado. Raciel ahora ya no es Raciel, es otro pobre diablo en Guatemala.
Te van a matar, piensa obsesivo, la idea no se quiere salir de su cabeza, no lo deja, lo fastidia, se arrepiente y vuelve a arremeter contra su conciencia.
Ojala no fuera tan malo, ojala nunca se hubiera dado cuenta, ojala hubiera otra manera, ojala pudiera ser el Silvio guatemalteco, ojala hubiera una invasión gringa en el país. Me rió de esta ultima posibilidad, de mi recurrente inocencia. A pesar de la edad, la inocencia que cree que escapando a pie de un monstruo de mil cabezas se puede huir, que el día puede protegerlo a uno de los fantasmas que son mas ciudadanos ahora que los portadores de cedulas de identidad. Ojala no tuviera que estar todo tan mal. Pero, cuando ha estado bien? Nunca, en verdad.
Prendo el reproductor y canto como mudo una canción mas de protesta, sus guitarras charangueando sin fin el mismo mensaje. El mismo mensaje que aparecen en todas esas pinturas, en esos films, es esas fotografías de revistas de política, en toda la música. Nadie lo escucha? Esta ahí! Hablándome, hablándote! Nadie hace caso. Nadie se da cuenta entre que tanta mierda estamos metidos. La mayoría sigue pensando que nos llega a los tobillos, cuando mañana lloverá y los reductos de alcantarillado se saciar por fin de tanta mierda que tragan, y contentos comenzaran a devolverla y de pronto llegara a las rodillas, y el cuello y el cuerpo entero flotara, no hacia el mar sino hasta el cielo mismo. Espero pueda contener la respiración porque los tiempos se avecinan.
Los disparos suenan al frente del autobús, debido a toda la gente Raciel no puede ver nada, tampoco le hace falta, porque todas las mañanas se levanta pensando lo mismo, y si hoy me toca a mi? Todos los de autobús están pensando, pensaron lo mismo. Hoy les toco. Pero solo los de hasta adelante se echan para atrás, uno: los de atrás empujan hacia delante, que el escudo humano no se repliegue. Dos: todos saben que solo vinieron por el piloto y por el brocha. Son seis, siete, ocho disparos y cuando los niños huyen corriendo hasta meterse en las callecitas de la zona 11 y desaparecer, los gritos comienzan. Alaridos y HAYDIOSHAYDIOS!, algunos llantos aterrorizados, un par de lamentos callados que solo quieren desaparecer y teletransportarse hasta sus chozas de lamina, hasta ese cuarto gris y feo llamado hogar. El bus lleva ya dos minutos parado y las bocinas ensordecen la escena del crimen, no queda de otra, los pasajeros uno a uno se baja, cuidando no ser vistos por los otros, cuidando no tocar la sangre derramada que se seca lentamente, cuidando no patear los cuerpos que obstaculizan la salida. Cada uno de los pasajeros después se va caminando hasta la siguiente parada de bus, si la policía los agarra de testigos vana aparecer muertos, en un barranco, y todos los saben. Agachan las miradas y caminan callados, sin ver a los lados, suplicándole al cielo los deje ser al menos por unos minutos mas anónimos mas, proles sin derechos ni voz, indiferentes y despojados de cualquier rostro fácilmente identificable.
Raciel se escapa del bus y a los lejos las sirenas inútiles de los pobres bomberos y sus ambulancias viejas, los únicos que saben entre cuanta mierda en verdad estamos metidos. En cambio, no se logra escapar de esa idea que se le metió al medio día como determinación celestial, o infernal, dependiendo de quien lo lea.
No hay de otra, se dice, ha caminado hasta su casa, a unas treinta cuadras del bus paralizado de miedo, como el resto del país. Igualito, de hecho, viejo y feo e inservible, pobre y demacrado, mal cuidado y sin mayor ambición mas que trabajar como puede. Igual que el país. No hay de otra se repite, ha desistido de intentar darle mas vueltas, de zafarse como pueda. Pronto su mente abandonara su voluntad y comenzara a divagar interrumpida hasta la madrugada, evaluando los planes, las estrategias, las tácticas, las posibilidades, los pormenores.
EL mundo entero esta en la mierda.
No es Guatemala, todos están igual, aunque es en su colonia es donde se siente el hedor antes de irse a dormir. Donde no importa cuantas veces se duche uno nunca se lavara la suciedad común que abraza a cada cuerpo vivo, o semivivo, o próximamente no-vivo. Aquí es donde se debe comenzar. Como si no hubiera suficiente mierda aquí como para pasarse la vida entera enterrándola, deshaciéndose de ella, desapareciéndola, levantando la alfombra y apilando otra tonelada debajo.
Faltan dos cuadras para su casa y casi se arrepiente de no haber nacido europeo, prende otro en honor a su cobardía, o talvez simplemente ingenuidad. Si el resto del mundo hiciese de Guatemala lo que quisiera seria: se levantan templos para los dioses occidentales (progreso humano, materialismo, racionalismo, cientificismo, cinismo), se depurarían las instituciones, reestructurando el Estado, la empresarialidad tomaría poder de toda esfera social o cultural, los ingresos aumentarían, Estado de Derecho, Democracia, libertades civiles, se edificarían mas ciudades, mas fabricas, rascacielos, autopistas infinitas, mas ventas y centros comerciales. Y después? Pues después viene lo obvio: la vida civilizada. Se ríe en alto, sin querer despertar el vecindario hibernando, casi prefiere vivir en esta selva de concreto inmunda pero viva de Guatemala. No se imagina su vida de por si mas rutinaria en uno de esos modelos heroicos de progreso humano. Creces, paseas por parques limpios, aprendes cuatro idiomas, sales del colegio confundido por la plástica y aparente abundancia perpetua de todo, estudias dos carreras universitarias, te gradúas con todas las posibilidades del mundo para trabajar los próximos 35 años en alguna transnacional dueña de dos o tres de esos paisitos subdesarrollados que te marcan con empatía y un tanto de lastima sincera. Mandas algunos euros o dólares a fundaciones no gubernamentales para que saquen niños de la calle y rogar por meterlos en oficinas depredaras de deseos. Entonces… te retiras por fin, después de producir y consumir compulsivamente, ya lo tienes todo, pero quieres aun mas, talvez trabajes otros cinco hasta que decides descansar. Un día, te levantas, y tus manos están arrugadas y no reconoces ese cuerpo que se levanta de sabanas también viejas con dificultad y miras atrás y ves demasiados años como para recordarlos todos y estos son elementales apenas, incorpóreos como para aprehenderlos. Se te ha escapado la vida entera en un instante y te arrepientes de algo, pero no sabes que. La palabra, vida no aparece en la boca porque se pierde en algún lugar de la mente, indolora de esa manera, inofensiva. Pero es en verdad de eso de lo cual te arrepientes y el corazón duele entonces, todo duele. Se reconoce perdido en su propia existencia.
Así que, a quien matar? Cuando el verdadero enemigo es mas grande que la vida misma, se extiende por siglos, abarca todos los desiertos y todos los océanos, tan abstracto como la tormenta, sin limites como la avaricia, tan antiguo como el primer humano. Que fácil seria si fuera un orden deliberado, tiránicamente impuesto por un solo hombre, líder y demonio, responsable y perfecto chivo expiatorio para la historia, para el magnicidio. Que fácil seria entonces. A quien matar? Para acabar con el sistema tendría que erradicar a todos los niños que lloraron en el suelo estrepitosos porque no les compraron la golosina de colores chillantes, a todas las mujeres que jugaron con barbies avispadas y huecas por dentro. A todos los hombres que soñaron alguna vez en ser presidentes de esas compañías que fabrican millones y millones bolsitas plásticas que empacan piececitos que después ensamblan ignoradas por completo algún artefacto inútil que termina dentro de una caja de cereal y que se pudre en alguna bodega sin domicilio fiscal porque a nadie gustó su sabor exagerado.
Me gustaría no estuviera tan mal todo. Me van a matar…
Su casa era grande, respetable y simple. Quedaba a orillas de un barranco profundo y que desde el fondo enviaba durante invierno señales de un río crecido, de alguna vida alienígena que ante la lluvia festejaba maniática. En el techo el gato, No, que llevaba horas esperando verlo llegar le dio la bienvenida con un sonoro maullido y en dos brincos estaba a su lado.
A pesar de mí hay que hacer algo, le dijo al gato.
Cierran la oficina, es hora de ir a casa. Es hora de reincorporarse a los ríos de hormigas que transitan conglomerándose en autobuses y calles calientes, haciéndose paso de entre otros anónimos que huelen mal, que están cansados, que no tienen tiempo para darse cuenta que están realmente frustrados, que su niñez murió con los asesinado de ayer, con los números rojos en los informes sanitarios. Se entremezcla y siente el sudor de la señora gorda que sabe estará ahí, incomoda, por al menos otras tres horas. Ella tiene el pelo pintado de rubio y una obscena barriga se le sale del jeans ajustado. Raciel ahora ya no es Raciel, es otro pobre diablo en Guatemala.
Te van a matar, piensa obsesivo, la idea no se quiere salir de su cabeza, no lo deja, lo fastidia, se arrepiente y vuelve a arremeter contra su conciencia.
Ojala no fuera tan malo, ojala nunca se hubiera dado cuenta, ojala hubiera otra manera, ojala pudiera ser el Silvio guatemalteco, ojala hubiera una invasión gringa en el país. Me rió de esta ultima posibilidad, de mi recurrente inocencia. A pesar de la edad, la inocencia que cree que escapando a pie de un monstruo de mil cabezas se puede huir, que el día puede protegerlo a uno de los fantasmas que son mas ciudadanos ahora que los portadores de cedulas de identidad. Ojala no tuviera que estar todo tan mal. Pero, cuando ha estado bien? Nunca, en verdad.
Prendo el reproductor y canto como mudo una canción mas de protesta, sus guitarras charangueando sin fin el mismo mensaje. El mismo mensaje que aparecen en todas esas pinturas, en esos films, es esas fotografías de revistas de política, en toda la música. Nadie lo escucha? Esta ahí! Hablándome, hablándote! Nadie hace caso. Nadie se da cuenta entre que tanta mierda estamos metidos. La mayoría sigue pensando que nos llega a los tobillos, cuando mañana lloverá y los reductos de alcantarillado se saciar por fin de tanta mierda que tragan, y contentos comenzaran a devolverla y de pronto llegara a las rodillas, y el cuello y el cuerpo entero flotara, no hacia el mar sino hasta el cielo mismo. Espero pueda contener la respiración porque los tiempos se avecinan.
Los disparos suenan al frente del autobús, debido a toda la gente Raciel no puede ver nada, tampoco le hace falta, porque todas las mañanas se levanta pensando lo mismo, y si hoy me toca a mi? Todos los de autobús están pensando, pensaron lo mismo. Hoy les toco. Pero solo los de hasta adelante se echan para atrás, uno: los de atrás empujan hacia delante, que el escudo humano no se repliegue. Dos: todos saben que solo vinieron por el piloto y por el brocha. Son seis, siete, ocho disparos y cuando los niños huyen corriendo hasta meterse en las callecitas de la zona 11 y desaparecer, los gritos comienzan. Alaridos y HAYDIOSHAYDIOS!, algunos llantos aterrorizados, un par de lamentos callados que solo quieren desaparecer y teletransportarse hasta sus chozas de lamina, hasta ese cuarto gris y feo llamado hogar. El bus lleva ya dos minutos parado y las bocinas ensordecen la escena del crimen, no queda de otra, los pasajeros uno a uno se baja, cuidando no ser vistos por los otros, cuidando no tocar la sangre derramada que se seca lentamente, cuidando no patear los cuerpos que obstaculizan la salida. Cada uno de los pasajeros después se va caminando hasta la siguiente parada de bus, si la policía los agarra de testigos vana aparecer muertos, en un barranco, y todos los saben. Agachan las miradas y caminan callados, sin ver a los lados, suplicándole al cielo los deje ser al menos por unos minutos mas anónimos mas, proles sin derechos ni voz, indiferentes y despojados de cualquier rostro fácilmente identificable.
Raciel se escapa del bus y a los lejos las sirenas inútiles de los pobres bomberos y sus ambulancias viejas, los únicos que saben entre cuanta mierda en verdad estamos metidos. En cambio, no se logra escapar de esa idea que se le metió al medio día como determinación celestial, o infernal, dependiendo de quien lo lea.
No hay de otra, se dice, ha caminado hasta su casa, a unas treinta cuadras del bus paralizado de miedo, como el resto del país. Igualito, de hecho, viejo y feo e inservible, pobre y demacrado, mal cuidado y sin mayor ambición mas que trabajar como puede. Igual que el país. No hay de otra se repite, ha desistido de intentar darle mas vueltas, de zafarse como pueda. Pronto su mente abandonara su voluntad y comenzara a divagar interrumpida hasta la madrugada, evaluando los planes, las estrategias, las tácticas, las posibilidades, los pormenores.
EL mundo entero esta en la mierda.
No es Guatemala, todos están igual, aunque es en su colonia es donde se siente el hedor antes de irse a dormir. Donde no importa cuantas veces se duche uno nunca se lavara la suciedad común que abraza a cada cuerpo vivo, o semivivo, o próximamente no-vivo. Aquí es donde se debe comenzar. Como si no hubiera suficiente mierda aquí como para pasarse la vida entera enterrándola, deshaciéndose de ella, desapareciéndola, levantando la alfombra y apilando otra tonelada debajo.
Faltan dos cuadras para su casa y casi se arrepiente de no haber nacido europeo, prende otro en honor a su cobardía, o talvez simplemente ingenuidad. Si el resto del mundo hiciese de Guatemala lo que quisiera seria: se levantan templos para los dioses occidentales (progreso humano, materialismo, racionalismo, cientificismo, cinismo), se depurarían las instituciones, reestructurando el Estado, la empresarialidad tomaría poder de toda esfera social o cultural, los ingresos aumentarían, Estado de Derecho, Democracia, libertades civiles, se edificarían mas ciudades, mas fabricas, rascacielos, autopistas infinitas, mas ventas y centros comerciales. Y después? Pues después viene lo obvio: la vida civilizada. Se ríe en alto, sin querer despertar el vecindario hibernando, casi prefiere vivir en esta selva de concreto inmunda pero viva de Guatemala. No se imagina su vida de por si mas rutinaria en uno de esos modelos heroicos de progreso humano. Creces, paseas por parques limpios, aprendes cuatro idiomas, sales del colegio confundido por la plástica y aparente abundancia perpetua de todo, estudias dos carreras universitarias, te gradúas con todas las posibilidades del mundo para trabajar los próximos 35 años en alguna transnacional dueña de dos o tres de esos paisitos subdesarrollados que te marcan con empatía y un tanto de lastima sincera. Mandas algunos euros o dólares a fundaciones no gubernamentales para que saquen niños de la calle y rogar por meterlos en oficinas depredaras de deseos. Entonces… te retiras por fin, después de producir y consumir compulsivamente, ya lo tienes todo, pero quieres aun mas, talvez trabajes otros cinco hasta que decides descansar. Un día, te levantas, y tus manos están arrugadas y no reconoces ese cuerpo que se levanta de sabanas también viejas con dificultad y miras atrás y ves demasiados años como para recordarlos todos y estos son elementales apenas, incorpóreos como para aprehenderlos. Se te ha escapado la vida entera en un instante y te arrepientes de algo, pero no sabes que. La palabra, vida no aparece en la boca porque se pierde en algún lugar de la mente, indolora de esa manera, inofensiva. Pero es en verdad de eso de lo cual te arrepientes y el corazón duele entonces, todo duele. Se reconoce perdido en su propia existencia.
Así que, a quien matar? Cuando el verdadero enemigo es mas grande que la vida misma, se extiende por siglos, abarca todos los desiertos y todos los océanos, tan abstracto como la tormenta, sin limites como la avaricia, tan antiguo como el primer humano. Que fácil seria si fuera un orden deliberado, tiránicamente impuesto por un solo hombre, líder y demonio, responsable y perfecto chivo expiatorio para la historia, para el magnicidio. Que fácil seria entonces. A quien matar? Para acabar con el sistema tendría que erradicar a todos los niños que lloraron en el suelo estrepitosos porque no les compraron la golosina de colores chillantes, a todas las mujeres que jugaron con barbies avispadas y huecas por dentro. A todos los hombres que soñaron alguna vez en ser presidentes de esas compañías que fabrican millones y millones bolsitas plásticas que empacan piececitos que después ensamblan ignoradas por completo algún artefacto inútil que termina dentro de una caja de cereal y que se pudre en alguna bodega sin domicilio fiscal porque a nadie gustó su sabor exagerado.
Me gustaría no estuviera tan mal todo. Me van a matar…
Su casa era grande, respetable y simple. Quedaba a orillas de un barranco profundo y que desde el fondo enviaba durante invierno señales de un río crecido, de alguna vida alienígena que ante la lluvia festejaba maniática. En el techo el gato, No, que llevaba horas esperando verlo llegar le dio la bienvenida con un sonoro maullido y en dos brincos estaba a su lado.
A pesar de mí hay que hacer algo, le dijo al gato.
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